Trampa política con enroque largo
Robledo abre la puerta del
“C.R.A. ‘JC’ ” y tira “La Capital”
enfurecido sobre un tablero. Carranza lo mira estupefacto porque Robledo es un
tipo tranquilo, aplomado, que nunca se enoja por nada; es más, es de esos que apaciguan
las tormentas como buen pisceano.
Sin decir una palabra, Carranza
toma el diario y mira la foto de la portada: unos políticos están jugando al
ajedrez. Se acerca más a la foto y dice furibundo: ¿¡Y esto qué es!?
Robledo grita desde el baño: “¡Alfil
en G5, como va a estar ahí! ¿Me querés decir?” Carranza piensa y dice en voz
baja: “Imposible, todavía no movieron el peón.”
“¿Eh?” pregunta Robledo
subiéndose la bragueta del pantalón. “Digo, todavía no movieron el peón. Es
como si hubiesen movido, ponele, cinco veces las blancas…” – “Y tres las negras
y otra vez las blancas…” continúa Robledo acomodándose un chaleco de lanilla
sin mangas.
Robledo golpea con la palma de la
mano el diario y agrega: “Una reverenda mierda. Son unos hijos de puta.”
Ante los insultos, sale viejo
Schlegel de la oficinita y se acerca a Carranza que sigue mirando el diario. “A
ver, che. Dejame ver.” dice el viejo con indudable acento alemán. “Nein, esto
es sólo para sacarse la foto.”, asevera e imagina en su mente los movimientos
posibles de las piezas. Masculla con una singular ausencia de molares:
“msensrondinsjrj Springer mftgnsjncks, rptmsksdl Bauer und… zblrfjnk Läufer … dnsntmsjnghndtpwxs
Turm, spndsckslz Bauer wmngklr de zwei. So! Juego sucio. Están posando para la
foto. Eso es todo.”
“¡Viste!” le grita Robledo a
Carranza “¡Juego sucio! ¡El alemán tiene razón! Cómo van a mover cinco veces
las blancas, tres las negras y ooooooooootra vez las blancas. ¡¿Cuántos están
jugando?! ¿Dos? ¿Tres? ¿Todos? ¡Están jugando con nosotros! Eso, eso, que está
allí, es lo que hacen con nosotros, nos hacen trampa todo el tiempo. Eso, ves,
eso -dice señalando el diario- eso, papá, refleja lo que son estos tipos.”
“Bueno, bueno”, dice el alemán
bajándose a la punta de la nariz los antojos para ver de cerca y añade: “Basta
por hoy de política. Vamos a jugar como Dios manda.” y escupe para un costado
una pelusa que se le ha metido en la boca.
Para intentar alegrar la mañana
del sábado, recién son las 08:30, abre un cajón de un mueble de cerezo y extrae
su propio tablero, ese, que trajo a Argentina cuando niño y supo esconder
dentro de un almohadón de seda de Oriente. Su único equipaje.
Se le empañan los ojos, acaricia
el tablero, toma una cajita que custodia las piezas, no aguanta más y se larga
a llorar despacito para que ninguno de los dos lo oigan.
Carranza se va a la cocinita, tan
minúscula que cabe una sola persona de pie, calienta el agua y prepara el mate.
Robledo ha dispuesto las piezas sobre el tablero tal y como están en la fotografía
del diario y rebuzna de vez en cuando agarrándose la cabeza con ambas manos. En
eso, entra el chino Rosich y saluda vivazmente: “¡Bueeeeeeeeeeenas! Traje
medialunas saladas y unas … toritas negras…” y se queda parado sosteniendo en
una mano el paquete de la panadería y en la otra el picaporte. Mira la escena:
Robledo sumergido en un tablero que es un bodrio y el alemán llorisqueando.
Nadie ha respondido a su saludo. Desde la cocinita, asoma la cabeza Carranza con
un mate en la mano y le hace una seña con el dedo índice hacia Robledo y le
dice sin emitir sonido y abriendo mucho la boca: “Está loco”. El chino, a su
vez, abre la boca formando un “Ah”. Carranza le hace un movimiento con el brazo
para que pase.
El viejo se suena la nariz
estruendosamente, se seca las lágrimas, se ajusta los anteojos, endurece el
semblante y se sienta frente a Robledo. “Oh”, le dice a Rosich, “Llegaste”.
Robledo emerge del bodrio y saluda al chino. Lo mira fijo, puntea con el índice
de la mano izquierda el tablero y le dice: “Esto, chino, es sagrado. Con esto
no se jode.” Rosich no entiende nada, pero igual afirma con la cabeza. El alemán
repite las palabras de Robledo: “Esto es sagrado. Con esto no se jode.” y mima
a su antiguo tablero nacarado como si fuese el lomo de un gato.
Rosich se engancha en el juego de
Robledo y pregunta: “¿Y eso?” El alemán explica: “Eso es lo que se hace cuando
ya no se sabe más qué hacer para engañar, estafar y hacer trampa. Fijate: hay
seis movimientos más, quizás, el de la torre, o en el sexto hizo un enroque
largo. Basura, hijo, pura basura. Vení, sentate que tengo que
mostrarles algo. Vení Carranza, traé el mate y un platito para las facturas.”
El alemán pone a la vista su
tablero y cuenta: “Cuando yo era chiquitito, mi madre me llevaba a la casa de
un profesor, allá en Köln, para que aprendiese a jugar ajedrez. Aprendí con
este tablero. El Profesor Cohen me dijo un día que las tropas estaban llegando para
dar un gran desfile militar y que todo se oscurecería. A su lado había una
valija. Jugamos una última partida. Cohen me abrazó muy fuerte y me dijo que me
cuide, que él se tenía que ir a “Argentinien” lo antes posible porque su vida
estaba en jaque. Salimos de su casa, lo acompañé de la mano hasta la estación y
tomó el tren hacia Bremerhaven. En el andén, me dio este tablero para que
siempre tenga presente en mi memoria y sepa que el ajedrez es el juego más
sagrado del mundo. Luego, me enteré, que el tren nunca llegó a destino porque
había sido atacado por las SS y habían matado a todos. Esa misma noche, dormí
abrazado a este tablero y lloré sin consuelo por mi profesor Joseph Cohen.”
Toma un mate, aclara la voz y
prosigue con el relato: “De madrugada, todas las casas de los judíos fueron
saqueadas e incendiadas y el fuego comenzó a propagarse hacia la nuestra. Mi
madre me arrancó de la cama, me puso un sobretodo y me agarró fuerte de la
mano. Mi padre abrió la puerta y salimos a la calle. Me solté de la mano de mi
madre y me metí nuevamente adentro, corrí al dormitorio, agarré el tablero, lo
metí dentro de un almohadón, mi padre me atajó a mitad de camino, tomó el
almohadón y me alzó en sus brazos. Salimos tosiendo. Los bomberos extinguieron
las llamas que habían atrapado la cocina. Al amanecer, volvimos a entrar, mi madre
me vistió con ropa llena de olor a humo mientras mi padre buscaba los
documentos y tomamos el primer tren que salía hacia Hamburg. Con el poco dinero
que tenía, pudo comprar sólo dos pasajes y él se quedó allá. Nunca más supimos
de él…”
Pasa el mate a Carranza y
continúa: “Viajamos en el carguero ‘Alianza Argentina' y llegamos un 25 de mayo
a Rosario. Todo aquí era fiesta y alegría. Mi madre y yo, nos sentamos en el
cordón de la vereda de calle Wheelwright sin saber qué hacer. Saqué este tablero de su escondite dentro del
almohadón y en esta cajita estaba este papel.” Despliega un papelito
amarillento que dice Rebeca Cohen - Santiago 03 bis – (2000) Rosario –
República Argentina. Es el remitente de un sobre.
Suspira profundo, se quita los
anteojos y sigue: “Mi madre le preguntó a unos chicos mostrándoles el papel, hacia
dónde debíamos ir y apuntaron con el dedo que siguiésemos a lo largo de la
calle. Después de mucho andar, llegamos, nos atendió una señora muy anciana,
hizo pasar a mi madre a la cocina y a mí, me dejó en el patio. Las mujeres
adentro lloraban y se tomaban de las manos. Mi madre me llamó y me pidió que le
mostrase el tablero a la anciana. “Oh” exclamó ella, lo acarició y comenzó a
llorar, luego me abrazó con ternura. Allí conocí a Isaac Cohen, con quien
fundamos el club. Por eso, chicos, el ajedrez es sagrado, porque el ajedrez
une, disipa las tinieblas, nos da valor en los peores momentos para poder salir
adelante, nos educa, nos alimenta con fe y esperanza por una vida mejor y nos
abraza como lo hacen las abuelas con los nietos del mundo.”
Un monumental silencio invade
cada rincón de la sala.
“¡Uf!” - dice el chino – “¡Qué
historia! Bueno, vamos, saquemos las facturas y el mate y vamos a jugar como
Dios manda.” Mira el reloj: “Vamos, vamos, que hoy yo me quedo hasta la una y
media porque juega Central.” Se levanta el pulóver y se cerciora de no haber
olvidado ponerse la auriazul. “Acá está…” piensa “planchadita y almidonada por
la vieji, una santa mi mami.” Y se da unas palmaditas en la panza.
Carranza limpia la mesa y se
acomoda frente a Rosich.
Robledo se seca las lágrimas de
emoción y le dice al alemán tomándolo de la mano: “Hoy viejo, magistral ‘Schachmatt’
con tu historia” y añade para distender la situación: “¡Las blancas movieron dos
caballos, un peón y dos alfiles con trampa e hicieron enroque. Quieren mover la
torre para poder salir adelante, pero no pueden, tienen que mover primero el
peón a D2; hicieron un enroque largo! Bah, posaron para la foto.”
Todos ríen y el alemán lo mira con
cara de “me estás cargando”; le indica la foto de “La Capital”: “Y yo, hace un
rato, cabeza dura, qué dije?!” – “Sndnplnfflxskensenten” le contesta Robledo y
el salón se llena de carcajadas.
Se hace un solemne silencio y
comienza el juego: como Dios manda.
Violeta Paula Cappella
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