“¡No lo toques que parece estar muerto! ¡Te vas a meter en un lío!” Dijo un
hombre a su esposa que se conmovió al ver a un linyera acostado sobre unos de
los largos bancos de la plaza Santa Rosa.
“Oligarca…”, pensé mirando al tipo y me acerqué para ver qué le pasaba a
Don Cosme. Dejé el pesado portafolio y los libros de la Facultad en el piso y
lo sacudí despacito; abrió un ojo, me sonrió con su gran ausencia de dientes,
estiró los brazos y bostezó.
“Escuché lo que dijeron y me asusté”, le dije al viejo. Me guiñó un ojo, se
sentó con dificultad, se acomodó unas frazadas al estilo poncho y me cedió,
como todas las noches, una parte del largo asiento. “Hace mucho frío hoy”, dije
calentándome las manos con el aliento. El viejo negó con la cabeza, tosió,
carraspeó y me dijo: “No es para tanto, m’hijita. La vida de los pobres de
espíritu, que sí es fría, acaba de pasar frente a nosotros. A ellos hay que
tenerles miedo, porque ellos carecen amor universal. Están tan concentrados en
sus vidas baratas que creen hacer el bien cuando regalan lo que les sobra, lo
que ya no quieren, lo que está roto, lo que les aburre. La muerte siempre anda
dando vueltas por allí; la veo todos los días caminando al lado de los
enfermos, manejando a la par de un pibe que va por Entre Ríos a 100 km/h (señala con la
mano en alto el curso de la calle) y a veces, lo más terrible, arrebatándoles
un nenito a las manos de sus padres…Pero no hay que tenerle miedo, la muerte es
lo más natural del mundo. Los que mueren, pasan a otra vida; los que viven
estando muertos, creen vivir la gran vida.” Saqué una cajita de cigarrillos, le
ofrecí y aceptó gustoso. “Buenos puchos compraste hoy, eh?” me dijo mirando las
volutas de humo que se mezclaban con la neblina. “Sí, es uno de los pocos lujos
que me doy de vez en cuando.” Le respondí. “Voy al kiosquito a cargar agua
caliente” le comenté sacando el termo y el mate con yerba usada.
Entré al cuchitril atestado de pibes que miraban en un viejo televisor un
concierto de Rammstein, saludé al dueño: “Colo, Meister, agüita caliente para
tomar unos mates con Don Cosme.” y agregué “Volkerball!”. “Una masa, Profe. Acá
está el agua y el mate limpio. Y acá unos sanguchitos para Don Cosme; regalo de
la casa. Hoy anda medio raro el viejo, está hablando mucho de la muerte. Esta
mañana se vino a tomar un café y recitó unos poemas tétricos, re-oscuros, pero
geniales.” Lo miré al Colo y asentí con la cabeza. Los dos miramos hacia la
plaza y ya se había juntado una jauría a oler mis libros y portafolio, donde
saben que guardo Dogui para ellos y Gati para los gatos nocheros.
Don Cosme acariciaba los perros y les hablaba. Ellos movían la cola y
retozaban a su alrededor. “Vaya, Profe, que se le va a enfriar el agua.” Me
ordenó el Colo y me saludó con un sonoro “Auf Wiedersehn!”. Me sonreí y le
respondí: “Ĝis revido! Jajajaja, Esperanto, la Universala Lingvo.” El Colo me
señaló la puerta del kiosquito llena de papeles de publicidades de bandas
underground y entre ellos estaba pegado el volante de la Asociación Rosarina de
Esperanto anunciando los cursos de idioma. “Lo pegó tu amigo, el Alemán, el que
todas las mañanas le paga el café y las medialunas a Don Cosme. Mirá lo que le
regaló al viejo”, sacó de un estante un libro donde guarda las pertenencias más
preciadas del viejo: El Asno de Oro. Lo abrí y estaba dedicado: “A Don Cosme,
cuyas sabias palabras superan todo lo escrito, con cariño y admiración, César.”
Le devolví el libro al Colo y cuando estoy por salir me encuentro con Valeria.
“¡Hermanita!” me dijo dándome un abrazo fraternal y agregó: “Pasaba por acá,
recién salgo de la Facu, le voy a comprar unos puchos al viejo. ¡Colo! ¿Cómo
va?”
Los dejé charlando y antes de cerrar la puerta le dije a Valeria: “Voy a
estar acá en frente, tomando unos mates.”
Crucé la calle, me senté al lado de Don Cosme, preparé el mate, les dí de
comer a los perros y retomamos el diálogo mientras el viejo abría el paquete de
sanguchitos: “¿De qué estábamos hablando?” me preguntó, “Ah sí, ya sé, de la
vida. La Vida, m’hijita, siendo muchas, es una sola. Comienza en la oscura
noche de los tiempos y se va abriendo paso entre espinas y rosas. Quienes
adoran las espinas, jamás verán la rosa; quienes adoran la rosa han sentido en
su corazón el dolor de las espinas. Pero hay quienes no ven ni la rosa ni las
espinas, porque verlas, significa girar la vida en 180º. Porque para poder
verlas, primero hay que agacharse y oler la tierra, las raíces, lo más
profundo, descubrir que antes hubo una semilla, donde todo estaba guardado y
latente. Hay que ensuciarse las manos con tierra para poder luego alzarlas y
lavarlas con la luz que viene del cielo. Cada espina del tallo es una vida
cumplida, porque la vida duele y al dolor no se lo puede tapar con una 4x4 ni
con una casa nueva. Porque el dolor cuando es reconocido hay que convertirlo en
alegría en el servicio. Y así, escalando espina por espina se va creando el
capullo donde se guardan todas las experiencias místicas. Y cuando se llega al
capullo, hay que esperar en silencio y cada pétalo se abrirá a su debido tiempo.
El primer pétalo que se abre es el de la fe, el segundo el de la esperanza, el
tercero el de la caridad, el cuarto el de la ciencia, el quinto el de la
justicia, el sexto el del trabajo y el séptimo el del amor universal. Entonces,
el capullo que primero era rosado pálido, ahora es una rosa roja color sangre,
pues la sangre, m’hijita es el fluido que transporta la luz del alma. ¿Ves
allá, a lo lejos esa estrella brillante?” Levanté la cabeza, miré y todo estaba
cubierto por la densa neblina que venía desde río. Me sorprendí y negué con la
cabeza. “Mirá, prestá atención, no mirés la niebla, mirá detrás de la niebla.”
Enfoqué la vista en la porción de cielo que me señalaba y pude ver un lejano
puntito luminoso. En eso, llegó Valeria comiendo un enorme pancho, cortó una
mitad y se la dio al viejo. Levantó la vista y dijo: “Está nublado.” El viejo
tomó el mate y el termo y le ordenó: “Tomá, cebá y escuchá: El alma es un Yo
Soy en el que cada buscador de la Luz debe sumergirse, es la joya en el centro
de la rosa, es un diamante que refleja los colores del arco iris. Porque el
arco iris es el puente que lleva del alma al espíritu. Para llegar al alma, hay
que haber recorrido las espinas y para saltar del tallo a la rosa hay que
cruzar un puente color gris plateado. Este es el trabajo que hacen todos los
días las hormigas, yendo de flor en flor con mucho esfuerzo, fecundándolas y
fecundando la tierra, en tanto las abejas, que ya saben volar, van directamente
al centro, recogiendo néctar y polen. Llevarán el néctar a su panal y al polen
lo depositarán en el centro de otra rosa. Las hormigas crean el puente gris
plata, las abejas el arco iris. Tu amigo, el Alemán, –dijo Don Cosme
señalándome – me regaló esta mañana un libro que habla de todo esto, se llama
El Asno de Oro.” – “Sí, lo tuvimos que estudiar” dijo Valeria y me sonrió
guiñándome un ojo y siendo cómplice de aquellos misterios que las dos
conocemos.
Los perros se habían recostado sobre unos cartones y estaban acurrucados
unos contra otros para darse calor y de vez en cuando, alguno levantaba la
cabeza y nos miraba complacido. Oí a lo lejos un tenue un maullido, saqué la
bolsa de alimento y me fui a darles de comer a los gatos que salían del antiguo
edificio del Normal. Me agaché, los acaricié y me respondieron cariñosamente
con ronroneos. “Miau” escuché de repente con voz humana y vi al Alemán cargando
carpetas de todos colores. Me tendió la mano y me ayudó a incorporarme. “¿Mucho
trabajo hoy?” le pregunté. “Peor que nunca. No sabés cómo me arde la vista.” –
“Tengo colirio, vení, estamos con Don Cosme.”, le dije. Caminamos por el pasto
húmedo por el rocío y al llegar, estaban los ocho pibes y el Colo (que ya había
cerrado el kiosquito) sentados en el piso, escuchando los relatos de Don Cosme.
Nos sentamos a su lado y preguntó al Alemán: “¿Qué hora es, hermano?” - “Ya van a ser las 12:00 en punto de la
noche.”, dijo el Alemán secándose con un pañuelo las gotitas de colirio que
caían de sus ojos. Don Cosme se levantó, posó la mano sobre la cabeza de cada
uno de los presentes en señal de bendición y una poderosa fuerza y energía se
distribuyó entre nosotros, como todas las medianoches en punto. “Me voy a
descansar con el Padre que está en los Cielos, mañana, chicos, nos volvemos a
ver.” dijo Don Cosme. Un rayo de Luz, con colores superiores a los del arco
iris, se abrió paso entre la neblina. Abrazó antes de irse especialmente a uno
de los amigos del Colo que estaba muy enfermo, acarició la cabeza de un perro
que tenía un principio de sarna y vimos cómo el pelo del animal recobraba vida
cubriendo los manchones rosados, alzó un gatito huérfano, lo besó y me lo dio
para que lo cuide. “¡Qué groso que es!” se asombró en voz alta uno de los
pibes. El viejo le guiñó un ojo, sacó del bolsillo mugriento de su tapado un
papelito y se lo entregó diciéndole: “Acá tenés, porque yo sabía que no tenías ni
un peso para ir a ver al Sótano a Rammstein. Esta es una entrada especial.” El
pibe miró el ticket y no lo podía creer. Luego, posó su mano sobre las carpetas
del Alemán y le dijo: “Todo tiene solución, mañana por la mañana te espero.”
Don Cosme se fue despacito, subiendo unos escalones que nos eran
invisibles; miró hacia abajo, hacia nosotros, nos saludó como si hubiese
terminado una función de teatro, nos reímos y el cielo se cerró.
“¡Jodeme!” dijo uno de los pibes volviendo a la realidad terrestre “¡Hoy
hay huelga de ómnibus y de taxis!” – “¿Y si vamos a tomar unos porrones?”
propuso el Colo –“Y, ya que estamos… De paso, brindemos por Don Cosme, el
Cristo rosarino”, acotó el Alemán y nos fuimos los doce caminando lentamente
por calle Entre Ríos.
Violeta Paula Cappella
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