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jueves, 27 de agosto de 2020

De manos caídas


Por Alice de Cappella

“Miro la hora en el costado de la pantalla del televisor, verifico si coincide con lo que vos indicás. ¡Qué bien! Ahora estás marchando perfectamente. Fue el abuelo Anthony quien te trajo a casa, era mi cumpleaños; meses después, falleció. Cuando volvimos del velatorio, habías dejado de funcionar, estabas con tus dos manecillas juntas en el número seis. ¡Tantas veces te hemos dado cuerda, pero vos insistías en quedarte marcando el seis; y sí, esa fue la hora en la que falleció el abuelo. A veces, pienso que es él, quien quiere ser recordado y no permite que funciones. Claro, que esto no se lo puedo comentar a Stephen porque diría que estoy alucinando, como siempre”.

Por eso, Stephen de vez en cuando me mira pensativo y desearía contarme lo que yo quiero contarle a él. Pero Stephen sabía algo: su madre había estado hurgando dentro de la precisa maquinaria del reloj. Conviene no hablar del asunto. Más bien, hay que olvidar lo ocurrido y reconocer que si hay alguien en el mundo que haría cualquier cosa con tal de tener razón, esa es su madre.

Es difícil de creer, que haya sucesos inexplicables con los relojes, por eso, lo del viernes por la tarde, es un hecho más que deja las mentes asustadas.

“Cuando me levanté de la siesta al escuchar el timbre, vos estabas allí, con tu ropa de cama y el enorme tapado marrón, ay, abuelo, cuánto te extrañaba…” Estabas tan enojado, pero yo no deseaba molestarte, es que solo quería que el reloj que me regalaste volviese a funcionar bien. Te agradezco que lo hayas tomado con cariño entre tus manos y que me hayas dicho que no todo desde el más allá se puede arreglar, pero que el reloj, sí”.

Ahí está el reloj contra la pared y funciona; no conviene contar estas cosas y menos a gente incrédula, además, soñar no cuesta nada y soñar que un reloj fue reparado por alguien que vino desde el cielo, es aún un sueño más grato.

“Prometo no volver a molestarte, prometo no convocarte más, si el reloj se descompone, lo voy a llevar del viejo relojero de calle Mitre, Don Lopresti, te acordás?”.

 

 

lunes, 24 de agosto de 2020

3 Microcuentos


Por Alice de Cappella

Ladridos confusos

En ese momento estábamos comentando que Kashtanka, ladrando a los barriletes, alborotaba a todos los perros del barrio. 

Llamaron a la puerta y allí estaba Don Jacinto, reclamando por su gallina carmesí que se había volado a nuestro jardín; fue cuando comprendimos que Kashtanka no solo ladraba a los barriletes.


Amor excelso

Cuando volvió de su primer día de clases, Cinthia exclamó: "Mamí, estoy tan enamorada!". la madre le preguntó cómo se llamaba el chico en cuestión y cómo era; entonces ella respondió totalmente extasiada: "Es pequeño, tiene un trajecito color verde con capucha, usa zapatitos también verdes con punta levantada y vuela sobre el patio del jardín".


Cómplices

Joseph se levantó a medianoche, tomó a Estrella por las riendas y la paseó tres veces sobre la tierra húmeda por el rocío que rodeaba la casa. Bajo la luz de la luna, Natividad limpió los zapatitos de los niños y acomodó algunas cajas en la galería.

Después, la yegua bebió agua de un balde, comió un montoncito de pasto y la llevaron nuevamente al cobertizo. Joseph y natividad se abrazaron, se miraron y dijeron en voz muy bajita: "Listo, ya llegaron los Reyes Magos..."


miércoles, 19 de agosto de 2020

Receta para un puchero expectorante

Por Alice de Cappella

Esa mañana, su mamá le dijo: "Prepará el puchero; no tenés más que ponerlo en una olla con agua y agregar estas verduras. ¡Lavá bien las papas! Hoy vuelvo un poco más tarde".

Cachito hizo la tarea de la escuela y después acomodó su habitación. Más tarde les dio de comer a las gallinas y a los pájaros. Finalmente empezó a pelar papas, zanahorias, puerros, batatas y lavó con todo esmero un pedazo de zapallo criollo que no pudo descascarar. Colocó la olla sobre el fuego, puso allí dentro la carne y algo de sal. Minutos después, agregó las verduras y un puñado de plantas aromáticas que él mismo se encargó de seleccionar.

Acomodó prolijamente los platos sobre la mesa. Como era sábado, todos tardarían en llegar, así que se quedó mirando una caña de pescar que estaba colgada de una pared, imaginando cómo mañana, domingo irían todos a pescar y se dijo a sí mismo: "Esta tarde voy a ir a juntar lombrices a la huerta".

Los primeros en llegar fueron su papá y su hermano, detrás de ellos apareció su mamá, quien frunciendo la nariz dijo: "esto huele raro"; destapó la olla y tres hojas de eucaliptus danzaban entre las hortalizas en el caldo del puchero. Tomó a Cachito de los hombros y lo increpó diciéndole: "¿Por qué le pusiste eucaliptus al puchero? Y ahora, ¿qué comemos?. Cachito, con la voz entrecortada y las lágrimas ya en sus ojitos le respondió: "Yo pensé que era laurel..."

Ese día, el perro tampoco quiso comer.

domingo, 9 de agosto de 2020

Las alas nuevas

 

Por Alice de Cappella


Me encontraron abandonado en un cajón viejo.

¡Estaba tan estropeado!

Poniéndome con ternura en una pequeña caja, una sensible mujer me llevó a internar. Allí, manos solícitas tomaron mi cuerpo desmembrado y remendaron mis dolorosos agujeros.

Después, con sumo cuidado, me pusieron en una camita de madera, adecuada para mi tamaño y reacomodaron mi desvencijada espalda. para ello, tuve que soportar irremediablemente, varios pinchazos.

Un peludo duendecito, subiéndose sobre mí, me masajeó el lomo con un ungüento blanco. Luego, recortaron las plumas de mi cabeza, pecho y pies, y enseguida, el duendecito, volvió a frotarme la espalda con el ungüento revivificante. 

Al otro día, me habían preparado flamantes alas con estampados dorados, las que con delicadeza fueron adheridas a mi cuerpo ya recuperado.

En realidad, aún me sentía un poco flojo.

No sabía que todavía me faltaba el trance más horrible. Esas mismas manos que me habían curado las heridas, me colocaban en un calabozo de hierro, estrecho y oscuro. Interminables horas pasé allí dentro.

Cuando al fin salí, me sentí joven, ágil y firmemente dispuesto a volar con quien deseara hacerlo.

Al tiempo, aquella sensible mujer, vino a buscarme.

Desde entonces, vivo en su casa, sus manos son mi nido. Ella se encarga de abrir mis alas y entonces, su percepción y mi poesía vuelan juntas.

Cuando volvemos de nuestro viaje, cierro mis alas, me acaricia y me coloca de pie en un estante, junto a otros libros como yo.



sábado, 8 de agosto de 2020

Naturaleza muerta

 


Por Alice de Cappella


- Annabelle, ¿con quién hablas?

- Con Quibu, mami.

- Bien, pero ahora, por favor, vengan al comedor porque la merienda está ya lista. 

- Quibu no quiere ir conmigo.

- Está bien, déjalo, si él no quiere tomar el té con leche, no hay problemas.

- Annabelle, ¿cómo es Quibu?

- Chiquitito como yo, ¿no lo ves?

- Sí, pero a veces no lo veo, decime ahora, ¿qué te cuenta? No lo oigo porque habla muy bajito y los he visto conversando.

- Él me cuenta cosas de las plantas, dice que todas las plantas son sus amigas. Pero ahora está muy enojado con vos.

¿Conmigo? ¿Por qué?

- Por esas ramas secas que pusiste en el jarrón, dice que son plantas muertas y a él no le gustan, dice que tenés que sacarlas de allí. 

- Ah, no. ¿Por qué me va a decir qué debo hacer? me parece que esas ramas secas son muy estéticas y quedan muy bien allí. Además, me las regaló papi y un regalo no se tira.

- Yo te digo, mami, Quibu está muy enojado.

- Bien, si él se enoja es su problema, pero no voy a quitar un adorno porque él lo diga. 


Esa noche, la pequeña familia estaba sentada en torno a la mesa, cenando apaciblemente. El gato, que momentos antes estaba dormitando cerca del fuego del hogar, se despertó y corrió a esconderse tras un sillón. Un fuerte estruendo estremeció la casa; los padres y Annabelle dejaron la cena y fueron a la sala, pues de allí provino el estrépito. El jarrón había caído al piso y los trozos de porcelana estaban esparcidos por todas partes. Las ramas secas parecían trituradas. 

El padre aseguró que el gato había hecho una travesura y había tirado el jarrón, pero Annabelle lo corrigió inmediatamente y dijo: "¡Fue Quibu!". La madre se quedó muda y asintió con la cabeza.

El padre se ofuscó y contestó: "¡Esa historia de fantasía no la tolero más; no hay ningún Quibu!

Annabelle y su madre recogieron los trozos de porcelana del jarrón y las ramas secas sin decir ni una palabra. 

Mientras tanto, el gato deseaba cazar algo que nadie podía ver y el padre de Annabelle lo miró desconcertado.

Annabelle cortó las ramas y las quemó en el fuego del hogar y le dijo a su padre: "Quibu dice que te perdona, ahora está contento. ¿Ves cómo juega con mi gatito?

El padre dice que no, la madre dice que sí y siente una pequeña sensación de complicidad con su hija. 

miércoles, 5 de agosto de 2020

Mi cactus (relato)


Por Tommy Fox Talbot

Tengo un cactus en uno de los balcones del contrafrente. Mi cactus es de color verde y una vez al año da una flor amarilla y grande.

Los cactus viven muy bien en los balcones, les gusta estar allí porque hay mucho sol y ellos, me parece, que allí son felices.

Me acuerdo que un día estuvimos en un lugar del norte de Argentina y había muchos cactus muy altos; era un lugar donde llueve poco y el General Belgrano había peleado allí contra los españoles que no querían que los países fueran independientes. Entonces, el General Belgrano les puso ropitas a todos los cactus gigantes, que en realidad se llaman "cardones" y asustó a los enemigos que se creyeron que esos cardones eran soldados gigantes del ejército del General Belgrano.


Yo sé que a mi cactus le hubiese gustado mucho defender al país de los enemigos de la patria argentina porque él se habría sentido todo un héroe. Mi cactus es todavía muy chico, y va a crecer mucho. 

Cuando un enemigo se acerque a Leonlandia del Sur, voy a ponerle un poncho a mi cactus para que sea como los cardones del General Belgrano y sienta que él también puede ser valiente. Eso le va a gustar mucho.