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sábado, 20 de enero de 2018

Hace muchos, muchos años…


Por: Frida Ágata Saint-Martin de Fox Talbot (Oma Frida)

Mi padre solía llevarme de paseo por las praderas, cuando nos mudamos cerca de Zermatt.

Las secuelas de la guerra estaban en él manifiestas en un oído sordo y una leve parálisis en un brazo. La paz de las tierras suizas les daba un nuevo aliento de vida a mis padres y en busca de esa nueva existencia, nací en un ambiente cargado de armonía y de secretos sobre el pasado, del cual no se hablaba.
Mi padre respiraba profundamente el aire fresco, como si quisiera absorberlo todo para sí.

Durante ese paseo, pensé en Alemania y en cómo estarían sus casas, sus habitantes, sus ciudades y repentinamente mi padre me miró, me alzó sobre sus hombros y sin que yo le haya dicho algo, me respondió: “Alemania estará bien, resurgirá como lo hace de tiempo en tiempo el Ave Fénix. Quienes tengan buena memoria, desearán por siempre vivir en paz, aunque esto durará como máximo cuatro o cinco generaciones. Luego, la memoria se irá perdiendo y otra vez veremos el fuego. El hombre no se satisface con lo que tiene, siempre quiere más y más, por esto existen las guerras, por eso existen la noche y el día, los días de sol y los días de tormenta. El sol, no brilla porque sí, todo tiene un motivo y para que no nos olvidemos de él y de su luz, Dios nos ha dado la luna, de esta manera, aún en la noche más tenebrosa, hay una esperanza de volver a ver luz. ¿Ves estas montañas, estas flores, esos árboles allá a lo lejos? Nada está quieto, todo se mueve, todo cambia. Ningún paisaje es igual que hace millones de años. Hubo un tiempo muy lejano, en el que los Alpes no existían; cuando ellos aparecieron, todo fue un caos y con el paso de otros millones de años, se abrieron los ríos, se formaron los glaciares, aparecieron los pastos, las flores, los animales y luego, mucho más tarde, vinieron a este lugar las personas. Pero antes de las personas hubo un animal que andaba pastando tranquilamente en estas praderas. Su nombre era Uro. Hoy ya no existe, todos los uros han muerto. No sé si es porque fueron cazados o porque la Naturaleza decidió que se extingan, lo cierto, es que el Uro nunca quiso domesticarse. Era parecido a una vaca, pero más pequeño y con mucho pelo para abrigarse del frío. Dicen que era un animal solitario y que peleaba aguerridamente cuando se encontraba con uno de su manada. No me es extraño que haya desaparecido, porque el ser humano, si sigue el camino de pelear contra su propia manada, terminará con el mismo destino del Uro…”

Ese día aprendí que mi padre, por su sordera, había logrado escuchar mis pensamientos, había desarrollado alguna forma de telepatía conmigo y también aprendí que la humanidad, si era obstinada y terca como el uro, perseverando fervorosamente en el error de crear guerras por el motivo que fuere, tendría el sombrío destino de desaparecer, dejando como huella de su paso por el planeta, los escombros, las ruinas y el eco de las bombas aéreas, que como plagas emergidas de los pasajes más apocalípticos de la Biblia devoran todas las formas de vida.