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jueves, 24 de septiembre de 2020

Revelación en Navidad

Por Alice Amanda de Cappella

Es una noche estival de viento tibio, en la que las hojas del muérdago tiemblan ligeramente llenando el aire de un crepitar de ramas verdes y hojas caducas. Escucho asombrada, el aleteo de un gran pájaro. 

Me apoyo sobre el marco de la ventana abierta, tratando de divisar el ave que se mueve en la oscuridad. 

La luna solo muestra su mitad en el cielo estrellado.

Las ramas del muérdago vuelven a estremecerse; un escalofrío recorre mi cuerpo.

De pronto, el viento cesa, una pequeña nube cubre parcialmente la luna segmentada. 

Como nunca antes, me siento parte del misterio navideño que me rodea. Una música lejana, celestial y calma me arrulla y adormece. 

Me acuesto, las sábanas están frescas y perfumadas, cierro los ojos y me duermo al instante. 

Entro en un sueño donde hay ángeles de brillantes colores que iluminan las ramas del muérdago. Luego, los ángeles entran repentinamente dentro de mi habitación y se ríen suavemente al verse multiplicados en los espejos.

Me despierto con una sensación de paz infinita. Hay aroma a incienso y mirra que impregnan mi alcoba. Me acerco lentamente a la ventana y entre las hojas espinosas del muérdago hay enredada una pequeña pluma dorada. 



viernes, 18 de septiembre de 2020

El hijo de Edipo


Por Alice A. de Cappella

Norma se miró al espejo satisfecha. ¿Vale la pena? Oh, sí, vale la pena. Norma se siente prefecta; no se va a dejar vencer por sus 65 años y siente que tiene los años que demuestra. Hubo días en los que quiso dejar todo, abandonar toda actividad, incluso aquellas que eran constructivas y caritativas. Hoy, sin embargo, se siente espléndida, considera que ha sido premiada. 

Lifting, shiatsu, alimentación racional, cursos de expresión corporal, ondas rusas, terapia de ozono, ácido hialurónico, yoga, musicoterapia y armonización psicofísica, todas tareas que hacen de la edad un tema lejano, ella no se dejó estar y a esto le sumó la maravillosa Teresita Ludman, psicóloga transpersonal. Los mensajes de Andrés, el profesor de pintura de mandalas con CDs viejos también contribuyeron a elevar el espíritu. 

La sonrisa, blanca inmaculada, se la debe a Damián, el dentista; en realidad no se los debe porque pagó hasta el último centavo. La tarjeta de crédito temblaba cada vez que iba al dentista.

Irma, la podóloga hizo esculturas maravillosas de sus pies, las sandalias son un placer, el andar es sobre nubes; no hay durezas, ni uñas que molesten, todo es suavidad. 

Hay que salir y mostrarse. El cumpoleaños es una buena excusa para ser admirada por las amigas. Matilde se va a caer de espaldas cuando vea el nuevo tono del cabello porque ella, tan pesimista, siempre decía "¿Y todavía tenés ganas de festejar?".

Oops, cómo la mira ese señor que está allá; jamás habría pensado que podría llegar a seducir a esta edad y hay que ver que no tiene más de... ¿40 años? Nervios, se siente nerviosa as más no poder. ¡No le saca los ojos de encima! 

El joven de 40 y algo se acerca y le dice: "Perdone, señora, mi gran atrevimiento, está Usted tan elegantemente vestida, tan pulcra y distinguida, tan bonita..." Ella se exalta y le responde: "Bueno, joven, no me mire así, hay mujeres mucho más bonitas que yo y de su edad; no entiendo qué pretende Usted de mí..."

Él con cierta tristeza en el rostro que no puede ocultar, dice finalmente: "Es que... perdone, mil disculpas, pero sabe qué, Usted se parece tanto a mi madre y ella, en fin, ella falleció hace unas semanas, perdone usted señora..." Y el apuesto joven de 40 y algo, comenzó a llorar. 

viernes, 11 de septiembre de 2020

Volver a la escuela


Por Alice Amanda de Cappella

Cuando voy a votar, me toca hacerlo en una escuela, como a la mayoría de los ciudadanos; llevo siempre mi DNI con la vaga sensación de tener que volver a rendir alguna materia; quizás  se deba a que en el secundario, no fui una excelente alumna, la mitad de las materias no me gustaban: yo quería ser poetiza. Mi costumbre anual en esos tiempos de estudios medios, era llevarme a diciembre alguna materia contable que muy lejos estaban de mis sueños y andares por las praderas de mis versos.

La última vez que fui a votar, volví a tener esa sensación de examen escolar. Cuando comencé a ver los resultados por televisión, sentía que el viejo bolillero de madera estaba allí para decirme mi destino de ciudadana argentina. Al final del día electoral, aprobé con éxito mis materias nacionales y provinciales y me sentí orgullosa de mí misma. 

En realidad, no sé qué materia rendí ¿Instrucción cívica? ¿Formación ciudadana? ¿Educación democrática? 

Me encanta la nota que obtuve en mi examen electoral. Espero seguir rindiendo bien en las próximas elecciones dentro de algunos años. 

Libélulas

 


Por Violeta Paula Cappella de Fox Talbot

Todos los años, en septiembre, nacen miles de libélulas en Plaza Pringles. Desconozco dónde ponen ellas sus huevecitos, pero seguramente lo hacen en la fuente, donde está en el centro esa dama de mármol sentada en una pose rara.

Leí hace algunos años, que las libélulas aparecieron en el mundo antes que los dinosaurios y que eran mucho más grandes que ahora, incluso, más grandes que una paloma. Los fósiles que se encontraron, estaban adheridos a la piedra, como tallados en ella y mostraban un insecto tan parecido a la libélula actual que los científicos no podían creer lo que habían encontrado.

Las de Plaza Pringles son muy pequeñitas, de alas transparentes que brillan al sol. Generalmente nacen a media tarde; en realidad salen de sus pupas, porque antes de tener alas, tuvieron la forma de un gusanito; entonces, se trepan a los árboles y se quedan allí hasta que el cuerpo de gusanito se seca por fuera, lo rompen con sus nuevas patitas y ganchitos que tienen en la boca y aparecen las libélulas con alas y empiezan a volar.

Cuando salen del cuerpo anterior, lo hacen casi siempre todas juntas y comienzan a volar hacia lo alto del cielo; la brisa las lleva lejos, quizás a otras ciudades o provincias; a ellas les encanta viajar a donde haya pastos altos, bosques y lagunas donde puedan comer mosquitos, moscas, tábanos y pequeños insectos molestos que pican y hacen daño.

Un día vi a una libélula cansada que estaba en el cordón de la vereda, me di cuenta de que estaba sedienta y que necesitaba estar a la sombra. Una señora que iba a hacer las compras me vio con la libélula sobre la mano y le dio un poquito de agua de su botella.

Llegué a Plaza Pringles y la coloqué con mucho cuidado entre las hojas de las plantas a la sombra de un anciano árbol de grandes hojas y copa frondosa. Me sentí feliz de verla aliviada y descansando; sé me agradeció en su idioma de zumbido bajito porque cuando me fui, la saludé y ella movió sus alas para responder.

jueves, 10 de septiembre de 2020

La flor del malvón



 Por Violeta Paula Cappella

Salimos con mi gata a regar las plantas del balcón.

- ¡Mirá, michisita, el malvón ha dado flor! Es tan bonita, mirá, es roja y está hecha con pétalos con forma de corazón. Creo que esta planta nos recuerda que entre lo salvaje y lo humano debe haber un balance, un sentido de amor entre los dos.

Mi gatita huele el agreste aroma de las hojas con la fineza que solo los gatos saben oler; ella sabe de naturaleza y de ciudad, sabe que en todas partes está la naturaleza presente por más que muchos seres humanos hayan querido domesticarla y convertirla en montañas de cemento, hierro y vidrios, pastizales de mosaicos, bosques de asfalto y brea y mares de plásticos inútiles y descoloridos.

Mi gatita huele ahora las flores y un pétalo se pega en su hociquito; sorprendida, arquea las cejas, estornuda y el pétalo rojo vuela hacia la maceta, se acerca, lo tantea despacito con su manito peluda y lo deja allí; ya ha perdido el interés por la flor y la planta y observa inquieta una paloma que está posada sobre la baranda del balcón.

Sigo regando las plantas y un pequeño gecko se escabulle y esconde tras un macetón. Sé que a estos diminutos cocodrilos no les gusta el agua y tienen razón, no es agua de un manantial, es solo agua de la canilla a la que yo no le siento ningún olor, pero el gecko, pequeño salvaje trepador, debe saber que el agua mineral es mejor.

El viento

 


Por Violeta Paula Cappella

El viento es fuerte hoy.

Se cuela por las hendijas y silva como en un castillo medieval.

Cierro bien las persianas para que se deje de cantar como lo hacen los fantasmas en las películas del cine. Ya no lo escucho más.


Afuera, se ve el viento pasar entre las plantas del balcón, las azota sin piedad por un instante y luego para; se ve que está juntando aire en las nubes (que son sus pulmones) y dentro de un ratito, lo va a soltar otra vez más.


Mi gato mira por la ventana y en sus ojos de esmeraldas se ve todo el paisaje de esta parte de la ciudad.

 

El sol se está yendo y tengo dentro del living un reflejo que viene y va, un destello que no se cansa de danzar con el viento: es un rayo de sol que ha caído sobre un gracioso móvil hecho con espejitos viejos.


Mi gato sigue el movimiento del reflejo redondo y desea cazarlo cual presa de gran valor y entre sus deditos, pasa el rayo de sol fugaz, ligero, liviano y escurridizo y él insiste en quererlo atrapar.


El viento voltea objetos en los balcones y terrazas; se escuchan ruidos latosos y secos y después, algo que rueda y da contra una pared.


Solo mi cactus es firme contra el viento. Se mantiene enhiesto y duro, nada en él se mueve; quizás goce este momento sabiendo que es más el fuerte de todas las plantas y que un viento cualquiera no lo va a torcer.