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lunes, 28 de diciembre de 2015

U082 /U138

U082 /U138

U082 no es el nombre de un submarino alemán de la 2º Guerra Mundial, es el número por el que van las cajas del Banco Nación y yo tengo U138. Pensé que el banco iba a estar vacío y no, nada que ver. Gente por todas partes. Me siento y acomodo mi bolsito: medicamentos por un lado, el melón que acabo de comprar por el otro, el documento único en la mano y el cheque también. Meto ambas cosas en mi monedero de michi rosa y me acomodo en la silla. El tipo que está sentado a mi lado está leyendo un libro llamado “Atlantis”; tapa dura, estampado en supuesto oro, unas 300 páginas de chatarra. La chica de adelante está escuchando música y mueve la cabeza. V021 – A345 – B299 – B300 – B301 dice la pantalla y U ni asoma.

El viejo que está a mi lado deja de leer y boludea con el celular. Viene el policía y le dice que guarde el celular. El viejo (a esta altura, ya viejo de mierda) dice: “pero si no estoy llamando”. El policía le vuelve a decir que lo guarde y el viejo de mierda (que sabe que dentro de un banco el celu está prohibido) le retruca diciendo que estaba jugando un jueguito. El policía por tercera vez le solicita amablemente que guarde el celular y el tipo miente descarada y horriblemente diciendo “pero si ni siquiera es un celular…” Levanto la vista de mi melón dentro del bolso y miro al policía, lo miro al tipo, abriendo grandes los ojos. El tipo se da cuenta que metió la pata y guarda el celular. Dentro de mí pienso: “votante de mugricio de aquí a la Luna”.  A346 – B301 – C455 – U084 – V022 – A347 – A348 Al lado del tipo se sienta una señora de unos 60 años, otra de mi edad y una jovencita con un nenito de un año, más o menos. El tipo se había sumergido nuevamente en Atlantis y debe andar nadando entre peces payaso y medusas. B302 – C456 – V023

Una vieja le pregunta al policía dónde se saca número y el policía la acompaña. U085 ¡Vamos todavía! Pienso y me doy cuenta que el melón que le compré al viejo del puestito de calle Santa Fe está caliente. En ese mismo momento me percato que un melón es un arma porque si anudo el bolsito y le doy un melonazo al viejo de al lado, lo dejo k.o. B303 – A347 – C457 – A348 – V024 – B304 Ganas no me faltan porque el viejo ha terminado su Atlantis y mastica chicle con la boca abiertísima. Pasó el alfabeto entero y no la U. Un gigantesco Minion cíclope entra con una nenita y su mamá. El Minion cíclope se tira al piso con su nuevo juguete: la nenita. Ni ganas de abrazar un peluche con el calor que hace. A349 – B305 – B306 – B307 – U086 – U087 – U088 – V025 Levanto la vista y veo lo que andaba buscando: Lenguas de suegra. Todo el cantero del banco tiene la planta que andaba buscando, porque en algún lado leí, que la NASA hizo un estudio de algunas plantas de interior y las Lenguas de suegra eliminan formaldehído y benceno. ¿Y si le digo al patovica ese que está esperando que entre el camión de caudales si me puede dar un gajito o un plantín? No, me va a sacar cagando. Esas son cosas que hacen la viejas, me estoy poniendo vieja. No, las viejas directamente se afanan las plantas; no da para afanarse las plantas del cantero del banco, ni ahí. Pero una vieja lo haría y yo no porque no soy vieja ni ladrona. B308 – B309 – B310 – A350 Me relajo en mi silla y pienso en qué grado habré transpirado el culo y si ya habré mojado la sentadera. Allí está parado un tipo a mi izquierda con una remera negra totalmente empapado. El calor afuera es grave. A351 – U089

Por mi mente pasa un sánguche de rúcula y parmesano haciéndome burla; miro la hora: 13:12. No veo el kiosquito que atendía hace años un ciego; demasiada gente para levantarse y arriesgarse a perder el asiento por una barrita de cereal de mierda. No veo el kiosquito. Si tuviese un cuchillito ya habría abierto el melón. No, no se puede sacar un cuchillito en un banco del mismo modo que no se puede hablar por celular. 13:16 hs. A352 – A353 – C458 – C459 – B311 – U090!!! No sé de qué me alegro si me faltan enorme cantidad de números. Me tendría que haber traído un libro pero no la boludez del viejo mascachicle. Me acuerdo de Jacint Verdaguer y su maravilloso, exquisito, prístino poema L’Atlàntida y me lamento no haber traído la “Cristinita” como le dicen cariñosamente los chicos en la escuela a la Netbook de Conectar Igualdad para leer lo que tengo ahí dentro. Entro en pánico: ¿Y si al mugricio se le ocurre cerrar el Plan Conectar Igualdad? Nooooooooo, lo mato, me muero!!! Me acomodo en la silla y respiro profundo con todo el enojo del mundo contra el mugre y miro la pantalla. Para mi asombro, no han sacado todavía las propagandas de las empresas creadas gracias al aporte del anterior gobierno. ¡Bien! Ninguna huella será borrada. Levanto la cabeza con aires de victoria y veo que las Lenguas de suegra han crecido. What? No puede ser. C460 – A354 – V026 – V027 – U091 – B312 – A355 – U092. Ahhh, claro, estoy sentada muy erguida, con razón. Definitivamente hay que plantar Lenguas de suegra. La bisabuela que está sentada al lado del viejo de mierda alza al nenito en sus brazos. El viejo de mierda las mira y me pide permiso para levantarse. Ajá, no le molestan ni el nenito ni la bisabuela, ni la abuela ni la madre, le molesta que la bisabuela tenga un tatuaje que dice “Pitu” en el brazo escrito en cursiva con firuletes y todo. Le molesta el color de piel de las mujeres y del nenito. ¡Genia! ¡La bisabuela es una genia! Y el tatuador un ídolo. ¿Andá a tatuar un brazo con arrugas? No cualquiera. Olor a comida. No, ya estoy delirado, me debe haber bajado la glucosa al piso. Frente a mi ojo izquierdo pasa una bandeja enorme llena de viandas envueltas con una criatura minúscula debajo que camina con las rodillas flexionadas por el tremendo peso. El nenito huele el aire y dice “papa”, pasa a brazos de la madre, quien pela una teta y ya está. V027 –B318 – B319 – U098. ¿Eh? Debo estar más atenta, se me pasaron unas U de largo. Una parejita de recién casados (se les nota en la cara), clase media anodina, se para a mi lado y observa el cambio de números en el tablero. Ella le dice: “Pero ‘Tuti’ falta muuuucho.” Y “Tuti” responde: “Y bueno, qué querés que le haga…” Miro mi reloj: 13:36 hs. Scheiße! Es verdad, falta mucho y el “Tuti” no tiene la culpa. Me da risa lo de “Tuti”. El viejo de mierda consiguió un asiento y peló de su bolsa un diario. Estiro el cuello indiscretamente para ver qué lee: ¡Clarín! ¡Obvio! U099 – B320 – D002 – B321 – U100 – C461 – D003 – C462 – C463 – U101 – B322 El policía que estaba antes ya no está, ahora hay uno que es muuuuuuy lindo. Porta el uniforme de manera elegante y eso que ese uniforme no dice mucho. A mi lado se sienta un muchacho que lee sobre cooperativismo, sistemas autosustentables y microemprendimientos. ¡Qué iluso, pobrecito, con la chotera de gobierno que hay ahora! ¡Olvídalo! Ahora son los grandes capitales, los oligopolios…

Delante de todo se desploma una mujer sobre una silla y al sentarse se olvida de acomodar su vestido y se le vio todo el calzón color negro. Aparece hablando al mejor estilo megáfono una mina con blusa roja con canesú, pulseras rojas, aros rojos tipo cruz Pour le Mérite que ocupan la mitad de su rostro; la otra mitad pertenece a los labios pintados también de rojo. Pienso: rojo no es color veraniego. La dama de rojo habla con un señor que se lamenta de haber votado a mugricio por lo de “Cresta Roja”, todo coincide. El Minion cíclope descansa sobre la nenita y siento aún más calor. B323 - D003 – U102 - A356 – A357 – C464 – C465 – C466 – C467 Tengo ganas de partir el melón estrellándolo contra el piso y comérmelo con cáscara y todo. Un ser masculino, escultural y teletransportado desde un gimnasio y solarium hasta el banco se sienta al lado del viejo de mierda. Cruza las piernas vertiginosamente y se acomoda un mechón de cabello decolorado hacia atrás con un ademán muy femenino. Scheiße! Los gays tienen más suerte que nos, las mujeres. El policía le dice a una vieja que se ha calzado los anteojos para hablar bajito por teléfono que guarde su celular. La vieja tapa con una mano el teléfono y le dice al policía que “ya termino”. El policía le explica que no se puede hablar por teléfono en el banco.  Y la vieja dice, acomodándose los anteojos: “Acá el gendarme me dice que te tengo que cortar, chau, después nos vemos, sí, sí, yo te llamo, vos quedate tranquila que yo te aviso si lo consigo sabés, bueno, sí, sí, yo le digo, ajá, claro…” El policía le hace señas de que corte la llamada. La vieja saluda a su interlocutor y le dice al policía que era algo importante, el policía vuelve a explicar que está PROHIBIDO hablar por teléfono y le pide que lo apague. La vieja lo apaga y le dice: “Ve, ahí está, como usted quiere.” El policía le explica que no es como “él quiere, sino lo que dice la ley” y se va. U104 – U105 – C468 - U106 – B324 - U107 – A358 - U108 – B325 – U109 – ¡Super! Arriba pasa un camión de caudales y un patovica le hace señas con la mano a un viejo de que se aparte; el viejo hace un ademán de desagrado y mira por los vidrios hacia donde estamos todos los clientes del banco sentados. Me siento igual de observada que un microbio por un microscopio. Si me hubiese traído el libro de Ödön von Horváth seguro que lo terminaba de un tirón. Que un árbol se te caiga encima cuando uno justo pasa por allí y estando en París, eso sólo le puede pasar a von Horváth. Al fin y al cabo murieron dos, el árbol y von Horváth. 14:22 hs. El aire acondicionado no da a basto. El banco está nuevamente lleno de gente y hace calor. Una mujer saca de un bolso con flores muy grande una pantalla china también enorme y comienza a apantallarse. Tengo que buscar mi abanico, me voy a sentir una dama antigua pero hace calor, es necesario sentirse dama antigua. Se me antoja helado de naranja al agua con trocitos de naranja confitada, bañado en salsa de chocolate amargo. Se me hace agua la boca. 

A359 – B326 – B327 – U110 – C469. 69… Scheiße! Tengo que sacar un turno en lo del ginecólogo!!! Scheiße, me olvidé!!! Hace un mes y medio que no menstrúo!!! B328 – B329 – C470 – U111 – A360 La verdad que no me duele nada. ¿Menopausia? ¡Qué sé yo! ¿Algún quilombo jodido de salud? No creo, los últimos análisis me dieron muy bien. ¿Embarazo? A esta altura… ¿De quién? ¿De los gatos, que ambos están castrados? Jajajjaja Se me antoja helado de vainilla con cerezas al marrasquino y dos obleas Ópera, ah, y que sea en una capelina, por favor. C471 – V028 – U112 - V029 - B330 -  C472 – U113 – A361 – La silla me está devorando y arriba las Lenguas de suegra parecen más cortas. Mi madre es mi más perfecta suegra, siempre digo lo mismo, es una bruja. Tengo sed. El Paso de los Toros no arrolla la sed, da ganas de tomar por lo menos 3 litros y eso no va. El champaña sí arrolla la sed. Un extra brut cualquiera me vendría de maravillas. O mejor un Krug Clos d'Ambonnay de Pinot Noir. También quiero hablar perfectamente francés. En la fila de asientos de adelante está sentado un italiano que me parece conocerlo, estoy segura de haberlo visto alguna vez por la Facultad. Tiene el pasaporte en la mano y un sobre marrón con papeles que sobresalen. Muero de horror: bermudas, zapatillas Nike y medias de vestir negras que llegan más allá de los tobillos. Cero estética, se nota que el italiano tiene calor y nada más. Hay un asqueroso olor a cuero viejo y guardado. A mi izquierda, pero un poco lejos se paró un tipo portando una cartera de hombre, claro, de cuero. El cuero guardado y viejo tiene olor a culo, no hay otra. U114 – V029 – V030 – C473 – B331 -  U115 – A362 – C474 – C475

El melón está caliente y me aplastó dos cajas de medicamentos. Me parece que en cualquier momento me quedo dormida. Por lo pronto, el nenito duerme en brazos de su bisabuela y está con los cabellitos totalmente mojados. El Minion descansa sobre el suelo y sonríe como si nada. Una chica no se da cuenta de lo que está haciendo: se apantalla con la falda del vestido, entonces, se le deben ver perfectamente los calzones. Me parece que todo le chupa un huevo, es una genia, tiene calor y a la mierda todo. Se levantó las rastas sobre la cabeza y parece Bob Patiño femenino. Quiero comprar una palmera china porque los de la NASA dicen que elimina el xileno y el amoníaco. No, un potus no, porque son peligrosos para los animalitos. C476 – B332 – U116 – A362 – A363 – A364 – U117 – V031 – C477 – C478 – C479 – C480 – C481 ¿Sólo existe la C? Ahhh, es que hay gente tan tarada que saca cinco o seis números, se van por ahí y después vuelven y sí, todavía tienen chance con alguno de los números U118 -  A365 -  V032 – C481 – C482.

Me voy a quedar dormida de un toque. ¿Y si le digo al policía lindo que me despierte cuando llegue mi turno? ¡Qué lindo que está el negro ese, me gusta! Me quedaría muy bien con mi Marte en Aries. Hace juego. “Ein Kind unserer Zeit” viene a mi memoria, los soldados y sus uniformes, las condecoraciones, el brazo amputado, los cazabombarderos, el delirio, la fiebre, los pueblos en llamas en los valles. Scheiße, no me cabe en la cabeza que haya gente que ande con los ideales nazis en la cabeza. Ödön von Horváth la tenía clara. Qué trucho el viejo, no quiero que venga más a clases conmigo, no lo quiero, no me lo banco más A465 – C482 – C483 -  U119 – V033 ¿¡Cómo me va a decir a mí que él es un “ario puro”!? No doy clases a nazis. ¡Es un sorete puro! Jajajajaj y cómo se puso, la cara de ojete que puso cuando le dije: “Mmmmmm, me parece que muy puro no sos porque tenés ojos marrones, alguna mezcla por ahí hay”, Jajajaaaaaaaaaaaaaaa cómo te la puse, viejo sorongo!!! V034 – V035 – C489 -  Ups! Se me pasó algo.  ¿Dónde andará la U? ¿Y si anda ya por el U cuarenta y qué sé yo? ¿Y si se me pasó el tiempo como en una cápsula? Tengo sed. A466 -  C490 – C491 -  U122 – V036 – A467 Quiero leer Sveda Poemaro, de Carlsson. Necesito leer algo en Esperanto. Scheiße las 15:16 hs!! ¡Con razón hay poca gente en el banco! Bueno, más vale le presto atención a la pantalla; ya vi mil veces cómo se empaquetan los fierros esos y cómo se diseña ropa, claro, cómo se diseña ropa sin esclavos como los que tiene la mina del mugricio. Pero, y sí, qué le importa al votante si la mina del mugricio tiene esclavos bolivianos, argentinos o lo que sea, si total, es gente “de cuarta”. Ojalá que todos los que piensan así en la próxima vida sean esclavos. Scheiße!!!!! U130!!! Ahhh lo que sacaron de la pantalla es la publicidad de Aerolíneas Argentinas; este mugricio es capaz de privatizarla. ¡Que ni se le ocurra porque va al cadalso! Bah, con los vendepatria que hay en este país de extranjerizadores, donde todo lo de afuera es más top y fino. ¡Qué se vayan a cagar! C492 – C493 – C 494 – A468 – V037 – U131 – U132 – U133!!! Ya falta poco… Sí, ya veo que se corta la luz, que se cae el sistema, que hay paro de teclados, que hay mice en estado de alerta… Ahí tenés el plural de mouse, me acordé. Claro, como el plural de leaf que es leaves, bueno, pero eso es por una cuestión fonética más que nada. Andá a saber por qué el plural de Blatt es Blätter y el de Maus es Mäuse. U138!!! El mío, ahí voooooooooooooooy!!!!!


Violeta Paula Cappella.- 

viernes, 25 de diciembre de 2015

Se está yendo Hugo


Como suele suceder dentro de los geriátricos, Hugo, un amigo de mi padre, se está desvaneciendo despacito. 

Hugo tuvo hace muchos años un ACV por un stress mental. Debe tener unos 40 años, está en silla de ruedas, mueve una sola mano, le cuesta hablar y en estos últimos días, ya tiene que llevar la bolsita porque sus riñones están dejando de funcionar. 

Hugo y yo nos entendemos y nos apreciamos mucho, cuando me ve llegar su sonrisa se expande como si en verdad yo fuese una visita para él y no para mi padre. 

Es real que muchas veces converso más con Hugo que con mi padre, que se suele quedar dormido en la mitad de una charla y con quien lamentablemente nunca tuve demasiado para compartir. 

Hugo adora mi mundo universitario, lo espera con ansias, absorbe mis conversaciones sobre las dos universidades donde trabajo, sobre alemán, ruso, latín, esperanto, ajedrez, porque ese era su mundo, un mundo igual que el mío y un día hizo "clic" y tuvo que dejar sus libros, sus estudios, sus bibliotecas, su computadora, sus apuntes y quedar encerrado de por vida dentro de un geriátrico. 

Hugo espera mis novedades académicas, desde el calendario de exámenes, hasta el comentario sobre un nuevo libro de Noé Jitrik.

Ayer cuando me vio entrar, desesperó por saludarme, levantó su mano derecha y la sacudió en el aire; me acerqué y lo saludé con gran sonrisa y alegría. 

Hace unos meses, tuve la sensación de un imposible: haberme enamorado de Hugo, quizás por ser para él una mensajera que le lleva de alguna manera lo que perdió, quizás porque no hay vuelta que darle y un cerebro y un corazón me pueden millones de veces más que una musculatura, que un peinado, que una piel bronceada, que la buena ropa. 

Resignado a su andar en ruedas, a que le tengan que dar de comer en la boca porque no puede tomar una cuchara y todo debe ser tipo papilla porque no puede tragar sólidos, Hugo pasa sus días entre la TV, donde los canales argentinos sólo han sabido expeler odio y ahora son, después de las elecciones, la fiel demostración de la veracidad del lema latino: "Risus abundat in ore stultorum" y su mente aún ágil y despierta sabe que puede repasar todo lo aprendido y se evade en su mundo de fórmulas químicas, de poesías y cuentos, de grandes novelas, de enfermedades y sus posibles curaciones, de tomos enteros de medicina, de enroques y celadas, de un poco de ruso, latín y alemán. 

Dentro de un rato, vuelvo a ir al geriátrico y volveremos a saludarnos con la alegre y cómplice sonrisa de los que se entienden más allá de las palabras. 

Violeta.-

jueves, 24 de diciembre de 2015

Otra vez te hicieron el cuento

Hay una porción grande de nuestros vecinos, los argentinos, que prefieren estar todo el día panza arriba, dependiendo de la soja, de las rentas y de la especulación con el dólar, a poder crear, inventar, trabajar en lo que a uno le gusta, servir a la comunidad, ser útil a la sociedad, despejar la mente de la patria financiera y apostar a la patria productora de industria, tecnología, saberes múltiples, arte. etc. etc. 

El sueño se terminó, volvió lo que la porción de holgazanes deseaba, volvió el deseo de plata dulce a costa de la libertad, sacrificando el pensamiento autónomo y tirando al tarro de basura toda posibilidad de que los que menos tienen puedan llegar a triunfar por lo que producen sus manos, sus mentes, sus emociones y no por lo que producen los dólares bajo el colchón o el plazo fijo. Porque nadie que vive de la especulación financiera ocupa su cerebro con saberes, con deseos de autosuperación, con ansias de progreso científico, tecnológico o espiritual.

Se terminó el sueño de salir adelante, de posicionarse no ya como el país agroexportador de finales del XIX y en adelante, en casi todos los tiempos con las excepciones de algunas décadas que apostaron a la industria nacional argentina y al desarrollo tecnológico, sino de ser un país que está a la vanguardia de la investigación en todos los campos científicos y que implican producción, industrialización. Claro, que cuando le hablás a una doña cualquiera, como lo es la mirtha legrand de "campo educativo, tecnológico, científico", imagina niños rubiecitos saltando por las praderas de Grobocopatel, luego algunas torres de alta tensión sobre los campos de los chicos de la Sociedad Rural y finalmente a monsanto probando herbicida en la cara de los banderilleros, que son obviamente negritos que no tienen más de 11 años.

Retrocedieron a los tiempos de Julio Argentino Roca, de Martínez de Hoz, de cualquier dictadura que se basa en el beneficio a los latifundios y la destrucción de la creatividad e innovación. 

Argentina vuelve a oler a torta de vaca y a bosta, pero ahora se mezclará con carísimos perfumes franceses made in China que antes no entraban al país. (Para quienes no saben, les comento que los perfumes caros tienen un excipiente muy barato que se compra en India: miles de litros de pis masculino - el de las mujeres no por la menstruación-, los carísimos poseen "ámbar gris", que no es más que vómito de ballena y por supuesto, la meada india no se deja de lado...).

Felicito a los vagos que creen ser unos vivos bárbaros y que piensan llenarse de dinero con la patria financiera mientras vacían el país, felicito a los que todavía no huelen a perfume francés y sí a mierda de vaca porque huelen a lo único que saben dar: mierda, felicito a los que siguen mirando TN y enterándose de la temperatura y la humedad de Punta del Este; claro que Punta del Este no queda en Argentina, pero hay mucho bruto con dinero que todavía no lo sabe, ah, y seguí mirándolo desde la tele porque nunca vas a llegar: votar a mauri no te hizo ni te hará rico y felicito a la señora legrand porque en 2017 va a aprender a respirar bajo tierra. 

Otra vez te hicieron el cuento porque te gusta que te mientan, ya te veo caceroleando y diciendo "sho no voté a mauris, vistessss"  

Escribieron hoy: 
           Michi Peluche, Gato Verde y Libélula Revolucionaria




jueves, 17 de diciembre de 2015

Trampa política con enroque largo

Trampa política con enroque largo


Robledo abre la puerta del “C.R.A.  ‘JC’ ” y tira “La Capital” enfurecido sobre un tablero. Carranza lo mira estupefacto porque Robledo es un tipo tranquilo, aplomado, que nunca se enoja por nada; es más, es de esos que apaciguan las tormentas como buen pisceano.

Sin decir una palabra, Carranza toma el diario y mira la foto de la portada: unos políticos están jugando al ajedrez. Se acerca más a la foto y dice furibundo: ¿¡Y esto qué es!?

Robledo grita desde el baño: “¡Alfil en G5, como va a estar ahí! ¿Me querés decir?” Carranza piensa y dice en voz baja: “Imposible, todavía no movieron el peón.”
“¿Eh?” pregunta Robledo subiéndose la bragueta del pantalón. “Digo, todavía no movieron el peón. Es como si hubiesen movido, ponele, cinco veces las blancas…” – “Y tres las negras y otra vez las blancas…” continúa Robledo acomodándose un chaleco de lanilla sin mangas.

Robledo golpea con la palma de la mano el diario y agrega: “Una reverenda mierda. Son unos hijos de puta.”

Ante los insultos, sale viejo Schlegel de la oficinita y se acerca a Carranza que sigue mirando el diario. “A ver, che. Dejame ver.” dice el viejo con indudable acento alemán. “Nein, esto es sólo para sacarse la foto.”, asevera e imagina en su mente los movimientos posibles de las piezas. Masculla con una singular ausencia de molares: “msensrondinsjrj Springer mftgnsjncks, rptmsksdl Bauer und… zblrfjnk Läufer … dnsntmsjnghndtpwxs Turm, spndsckslz Bauer wmngklr de zwei. So! Juego sucio. Están posando para la foto. Eso es todo.”

“¡Viste!” le grita Robledo a Carranza “¡Juego sucio! ¡El alemán tiene razón! Cómo van a mover cinco veces las blancas, tres las negras y ooooooooootra vez las blancas. ¡¿Cuántos están jugando?! ¿Dos? ¿Tres? ¿Todos? ¡Están jugando con nosotros! Eso, eso, que está allí, es lo que hacen con nosotros, nos hacen trampa todo el tiempo. Eso, ves, eso -dice señalando el diario- eso, papá, refleja lo que son estos tipos.”

“Bueno, bueno”, dice el alemán bajándose a la punta de la nariz los antojos para ver de cerca y añade: “Basta por hoy de política. Vamos a jugar como Dios manda.” y escupe para un costado una pelusa que se le ha metido en la boca.

Para intentar alegrar la mañana del sábado, recién son las 08:30, abre un cajón de un mueble de cerezo y extrae su propio tablero, ese, que trajo a Argentina cuando niño y supo esconder dentro de un almohadón de seda de Oriente. Su único equipaje.

Se le empañan los ojos, acaricia el tablero, toma una cajita que custodia las piezas, no aguanta más y se larga a llorar despacito para que ninguno de los dos lo oigan.

Carranza se va a la cocinita, tan minúscula que cabe una sola persona de pie, calienta el agua y prepara el mate. Robledo ha dispuesto las piezas sobre el tablero tal y como están en la fotografía del diario y rebuzna de vez en cuando agarrándose la cabeza con ambas manos. En eso, entra el chino Rosich y saluda vivazmente: “¡Bueeeeeeeeeeenas! Traje medialunas saladas y unas … toritas negras…” y se queda parado sosteniendo en una mano el paquete de la panadería y en la otra el picaporte. Mira la escena: Robledo sumergido en un tablero que es un bodrio y el alemán llorisqueando. Nadie ha respondido a su saludo. Desde la cocinita, asoma la cabeza Carranza con un mate en la mano y le hace una seña con el dedo índice hacia Robledo y le dice sin emitir sonido y abriendo mucho la boca: “Está loco”. El chino, a su vez, abre la boca formando un “Ah”. Carranza le hace un movimiento con el brazo para que pase.

El viejo se suena la nariz estruendosamente, se seca las lágrimas, se ajusta los anteojos, endurece el semblante y se sienta frente a Robledo. “Oh”, le dice a Rosich, “Llegaste”. Robledo emerge del bodrio y saluda al chino. Lo mira fijo, puntea con el índice de la mano izquierda el tablero y le dice: “Esto, chino, es sagrado. Con esto no se jode.” Rosich no entiende nada, pero igual afirma con la cabeza. El alemán repite las palabras de Robledo: “Esto es sagrado. Con esto no se jode.” y mima a su antiguo tablero nacarado como si fuese el lomo de un gato.

Rosich se engancha en el juego de Robledo y pregunta: “¿Y eso?” El alemán explica: “Eso es lo que se hace cuando ya no se sabe más qué hacer para engañar, estafar y hacer trampa. Fijate: hay seis movimientos más, quizás, el de la torre, o en el sexto hizo un enroque largo. Basura, hijo, pura basura. Vení, sentate que tengo que mostrarles algo. Vení Carranza, traé el mate y un platito para las facturas.”

El alemán pone a la vista su tablero y cuenta: “Cuando yo era chiquitito, mi madre me llevaba a la casa de un profesor, allá en Köln, para que aprendiese a jugar ajedrez. Aprendí con este tablero. El Profesor Cohen me dijo un día que las tropas estaban llegando para dar un gran desfile militar y que todo se oscurecería. A su lado había una valija. Jugamos una última partida. Cohen me abrazó muy fuerte y me dijo que me cuide, que él se tenía que ir a “Argentinien” lo antes posible porque su vida estaba en jaque. Salimos de su casa, lo acompañé de la mano hasta la estación y tomó el tren hacia Bremerhaven. En el andén, me dio este tablero para que siempre tenga presente en mi memoria y sepa que el ajedrez es el juego más sagrado del mundo. Luego, me enteré, que el tren nunca llegó a destino porque había sido atacado por las SS y habían matado a todos. Esa misma noche, dormí abrazado a este tablero y lloré sin consuelo por mi profesor Joseph Cohen.”

Toma un mate, aclara la voz y prosigue con el relato: “De madrugada, todas las casas de los judíos fueron saqueadas e incendiadas y el fuego comenzó a propagarse hacia la nuestra. Mi madre me arrancó de la cama, me puso un sobretodo y me agarró fuerte de la mano. Mi padre abrió la puerta y salimos a la calle. Me solté de la mano de mi madre y me metí nuevamente adentro, corrí al dormitorio, agarré el tablero, lo metí dentro de un almohadón, mi padre me atajó a mitad de camino, tomó el almohadón y me alzó en sus brazos. Salimos tosiendo. Los bomberos extinguieron las llamas que habían atrapado la cocina. Al amanecer, volvimos a entrar, mi madre me vistió con ropa llena de olor a humo mientras mi padre buscaba los documentos y tomamos el primer tren que salía hacia Hamburg. Con el poco dinero que tenía, pudo comprar sólo dos pasajes y él se quedó allá. Nunca más supimos de él…”

Pasa el mate a Carranza y continúa: “Viajamos en el carguero ‘Alianza Argentina' y llegamos un 25 de mayo a Rosario. Todo aquí era fiesta y alegría. Mi madre y yo, nos sentamos en el cordón de la vereda de calle Wheelwright sin saber qué hacer.  Saqué este tablero de su escondite dentro del almohadón y en esta cajita estaba este papel.” Despliega un papelito amarillento que dice Rebeca Cohen - Santiago 03 bis – (2000) Rosario – República Argentina. Es el remitente de un sobre.

Suspira profundo, se quita los anteojos y sigue: “Mi madre le preguntó a unos chicos mostrándoles el papel, hacia dónde debíamos ir y apuntaron con el dedo que siguiésemos a lo largo de la calle. Después de mucho andar, llegamos, nos atendió una señora muy anciana, hizo pasar a mi madre a la cocina y a mí, me dejó en el patio. Las mujeres adentro lloraban y se tomaban de las manos. Mi madre me llamó y me pidió que le mostrase el tablero a la anciana. “Oh” exclamó ella, lo acarició y comenzó a llorar, luego me abrazó con ternura. Allí conocí a Isaac Cohen, con quien fundamos el club. Por eso, chicos, el ajedrez es sagrado, porque el ajedrez une, disipa las tinieblas, nos da valor en los peores momentos para poder salir adelante, nos educa, nos alimenta con fe y esperanza por una vida mejor y nos abraza como lo hacen las abuelas con los nietos del mundo.”

Un monumental silencio invade cada rincón de la sala.

“¡Uf!” - dice el chino – “¡Qué historia! Bueno, vamos, saquemos las facturas y el mate y vamos a jugar como Dios manda.” Mira el reloj: “Vamos, vamos, que hoy yo me quedo hasta la una y media porque juega Central.” Se levanta el pulóver y se cerciora de no haber olvidado ponerse la auriazul. “Acá está…” piensa “planchadita y almidonada por la vieji, una santa mi mami.” Y se da unas palmaditas en la panza.

Carranza limpia la mesa y se acomoda frente a Rosich.

Robledo se seca las lágrimas de emoción y le dice al alemán tomándolo de la mano: “Hoy viejo, magistral ‘Schachmatt’ con tu historia” y añade para distender la situación: “¡Las blancas movieron dos caballos, un peón y dos alfiles con trampa e hicieron enroque. Quieren mover la torre para poder salir adelante, pero no pueden, tienen que mover primero el peón a D2; hicieron un enroque largo! Bah, posaron para la foto.”

Todos ríen y el alemán lo mira con cara de “me estás cargando”; le indica la foto de “La Capital”: “Y yo, hace un rato, cabeza dura, qué dije?!” – “Sndnplnfflxskensenten” le contesta Robledo y el salón se llena de carcajadas.

Se hace un solemne silencio y comienza el juego: como Dios manda.

Violeta Paula Cappella


sábado, 12 de diciembre de 2015

Mbube

Mbube[1]

Lo trajeron en un barco inglés al puerto de Santa María del Buen Ayre y allí lo compró un comerciante de esclavos, que los despachaba cual bultos a otras provincias.

A pie lo trasladaron hasta la Villa del Rosario; pequeño caserío que rodeaba a una capilla.

Cuando finalmente la marcha de cientos de kilómetros se detuvo, Mbube, sediento, se acercó al abrevadero de los caballos y de allí sació su sed, se mojó la cabeza, el cuerpo picado por las nubes de mosquitos y los pies, doloridos y sangrantes de tanto caminar.

Le dieron una camisa blanca impecable, unos pantalones negros que le quedaban cortos, lo afeitaron y le dijeron que se bañe. Se zambulló en el río y le indicaron que se enjabone; todo con señas porque no entendía nuestro lenguaje.

Mbube olió el jabón y le recordó el aroma de alguna lejana pradera salpicada de florecillas de su África natal. Sintió deseos de escaparse nadando hasta la otra orilla, pero se dio cuenta que el río era muy ancho y que jamás lo lograría. Se secó con unos trapos, se vistió como le mostraron y lo llevaron a la mansión de una dama ya anciana que necesitaba de un criado que le ayude en los quehaceres domésticos.

Mbube entró a la casona y se quedó extasiado mirando una lámpara que ostentaba miles de caireles, una vitrina con copas de cristal, la platería que incluía un mate y una pavita, el suelo de mármol con manchas grisáceas y un jarrón con una estampa griega donde una muchacha hacía el amor con un dios que portaba un tridente.

El comerciante lo empujó y Mbube se vio dentro de la cocina. Allí había leña, cacerolas, cuchillas enormes, embutidos y lonjas de charqui colgando del techo y toda clase de manojos de hierbas aromáticas para sazonar las comidas.

Lo llevaron a un patio, donde estaban unas mujeres reunidas junto a una perra que estaba pariendo. La perra jadeaba y con esfuerzo y entre gemidos, iban saliendo de a uno los pequeños cachorritos mojados. Todos eran diferentes, había blancos, manchaditos, marrones y uno todo negro; en total fueron ocho bebés.

Mbube se acercó a la perra y la acarició, le colocó todos los cachorritos cerca de las tetas y de inmediato comenzaron a mamar.

Una damita de unos doce años le preguntó cómo se llamaba y él respondió algo incomprensible, la niña le dijo señalándose a sí misma su propio nombre y él entonces respondió sonriendo “Mbube”.

La anciana se fue con el comerciante al comedor, le entregó la paga por el esclavo y le dijo: “Demasiado lindo este negrito; no sé, si no voy a tener problemas…”

Pronto Mbube se vio entre ollas, leña y cuchillas, cortando grandes trozos de carne, poniendo en remojo maíz blanco, picando perejil y albahaca, lavando ropa y limpiando los pisos de mármol.

Los domingos todos desaparecían y se acurrucaban en la pequeña capilla, menos él.

Una criadita india, traída desde la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, de largas trenzas renegridas que trabajaba en la casa vecina, lo vio un día orinando tras un árbol de la huerta y le contó a su joven ama lo que había visto: un hombre negro meando y que ostentaba una masculinidad atractiva. Cuando dijo esto, la indiecita se ruborizó, bajó la cabeza y sonrió.

Su ama, que había enviudado hacía más de dos años, todavía vestía de negro y ocultaba su rostro tras un velo gris oscuro.

El relato la llenó de envidia, pues hubiese querido ser ella quien viese al negro mear, se arrancó el velo y se fue a la casa de su vecina a decirle que su criado andaba mostrando sus atributos varoniles por los fondos.

Cuando llegó, el negro abrió la puerta y le sonrió amablemente, pero le hizo una señal de silencio porque habían llegado el médico y el cura para atender a la anciana moribunda.

Caminaron en puntas de pies hasta la alcoba y allí estaba la anciana entre estertores terminales, apretando en una mano un rosario de cuentas de alabastro y asiéndose con la otra, con todas sus fuerzas, de la mano del cura párroco. Levantó el brazo, abrió grandes los ojos y con palabras entrecortadas, le dijo a su vecina que podía llevarse a Mbube como criado; respiró profundo, se ahogó, tosió y se desplomó hundiéndose en la cama.

Mbube se fue con su nueva ama y la indiecita se ruborizó al verlo. Su ama la empujó y se llevó a Mbube del brazo hasta la caballeriza, donde le arrancó la ropa, dejándolo totalmente desnudo y observó complacida, que su criadita tenía razón. Ella se quitó presurosa sus ropas, besó los labios carnosos de Mbube, acarició todo su cuerpo con encendida lujuria y cayeron sobre el heno fresco e hicieron el amor hasta le atardecer.

La indiecita estaba furiosa y comenzó a llorar. Se sentó en un banquito y se tapó el rostro con el delantal.

Cuando los amantes entraron a la cocina, la indiecita se incorporó, se dio vuelta y comenzó a picar ajos y cebollas.

Ambos la vieron y la joven ama le indicó a Mbube que le ayudase en la cocina y se retiró a descansar, exhausta, feliz y rebosante de vida.

Mbube vio que su ama yacía dormida, tomó a la indiecita de la mano y se la llevó también a la caballeriza, le levantó la falda y las enaguas, y percibió que la indiecita estaba totalmente excitada. Le desanudó la blusa, tocó sus firmes senos, le dio un golpecito leve a un caballo para que deje espacio, la recostó suavemente sobre el heno fresco e hicieron el amor.
Los encuentros de ambas mujeres y Mbube dieron como resultado, dos embarazos en este hogar y otros tantos, en otros hogares de la Villa del Rosario.

De encumbradas damas rosarinas, nacieron niños con cabellos rizados negros y dorados, de piel oscura y ojos claros, de ojos oscuros y piel clara, de gruesos labios y llamativa masculinidad y también niñas; bonitas criaturitas mezcla de criollas, damas, criadas e indias, cuyas madres miraban embelezadas a sus bebitas, tan bellas, tan mestizas, tan mulatas, tan rosarinas.

Dicen las crónicas de la Villa del Rosario que fue Mbube, el negro llegado de África, quien realmente pobló la ciudad, por esto se explica, que las rosarinas tengan un aire salvaje, un tanto libertino, alegre y vivaz; que sean todas portadoras de caderas suculentas que, la caminar por Peatonal Córdoba o San Martín, se convierten en el atractivo de paseantes y turistas, pues en ellas, hay algo irresistible que cierto religioso evangelista denominó como “diabólico” y que, no mucho tiempo después, hubo de retractarse cuando se casó con una conciudadana y tuvo hijos e hijas, algunos muy viriles, algunas de motitas, otras muy rubiecitas, pero todos y todas con ese toque mágico traído desde la profundidades de la tierra africana.

¿Y los rosarinos? Pues, bien, nosotras ya sabemos como son, por eso, la competencia con las co-provincianas, las extranjeras y las propias conciudadanas es feroz y hasta a veces se torna agresiva, porque todas sabemos que nuestros hombres poseen aroma a jungla y a río Paraná; llamativa mixtura que nos transporta desde la ciudad hasta las sabanas y nos rendimos frente a la potencia inigualable que oculta el Kilimanjaro en sus entrañas, al rugido del león que busca a su hembra y a la genética muy evidente del totem africano que oculta cada rosarino bajo sus prendas...

Violeta Paula Cappella.-



[1] En Isizulú: León. 

jueves, 10 de diciembre de 2015

Fünfundfünfzig (55)

Zweiundfünfzig (52)

Un día frío de sol en medio del campo entrerriano, una mujer sintió que el gurí en su
vientre se movía demasiado; dejó la horquilla en el suelo se tomó la gran panza y gritó a
su hija.

La hija corrió hacia ella y la sostuvo con fuerza. Cada paso que daba la mujer era un
motivo para que el gurí se moviese con más impulso para salir al mundo. El hijo mayor
las vio a la distancia, caminó apresurado hacia ellas y cargó a la madre: había roto bolsa
e iba dejando tras sí gotas sobre la tierra.

Ya en el ranchito, la acostaron sobre un colchón de heno mullido envuelto en sábanas
hechas con las telas blancas de las bolsas de harina. El hijo montó un caballito criollo y
galopó hasta más allá de Aldea Santa Cunegunda en busca de la partera, Doña Faustina
Heusermann de Seltmann, que sabía cortar el cordón umbilical contando los latidos y
hacía que los bebés respirasen de inmediato para que no se les dañen los sesitos. El aire
llenó los pulmoncitos del nuevo bebito, que gritó con fiereza y agarró ansioso 
enseguida con su boquita el pezón rebosante de leche de su madre.

La primavera, la madre y Doña Faustina Heusermann de Seltmann trajeron a Teodorico al mundo; un Volga-Deutsch rubiecito cuyos ojitos reflejaban los cielos rusos y los de todos sus
ancestros. Porque en los ojos de los recién nacidos, ya está escrita la historia de todos
sus más lejanos abuelos.

En Aldea Santa Cunegunda no había ni Juzgado de Paz ni Registro Civil, así que el
padre del gurisito a las dos o tres semanas se fue cabalgando despacito en una yegüita
tornasolada hasta Crespo y anotó al niño con nombres españoles y apellido alemán. El
Juez lo invitó a tomar unos mates y a comer unas tortas fritas con dulce de leche casero
y le mostró lo que tenía en el patiecito de atrás: una motoneta “Puma” flamante que
andaba más rápido que el viento; luego, lo llevó a su biblioteca y le regaló una bolsa de
tela llena de escarapelas y le prendió una al chaleco. Le preguntó qué más necesitaba y
él dijo que nada. El Juez abrió un cajón de su escritorio y le entregó un libro: olía a
nuevo. Lo abrió y estaba firmado por Evita, eso era seguro porque allí estaba su foto.
El Juez lo llevó a una oficinita, le hizo firmar unos papeles y le entregó un bolsón con
talco y jabón, unos zapatitos “Les Bebés”, escarpines, una mantita celeste, unas batitas
con puntillas para el bautismo, chiripá, ombliguero, pañales de tela, es decir, un ajuar
completito más unos paquetes de yerba, un mate con un botoncito en metal que era la
carita del General Perón, una bombilla de alpaca y para cuando el gurí ya vaya a la
escuela, un guardapolvito blanco impecable. Le dijo que más adelante se venga con el
gurí para vacunarlo contra la polio, que es la enfermedad de las piernitas que vuelve a
los gurisitos paralíticos; ahora había un Hospital llamado “Eva Perón” y todos se podían
vacunar gratis. A ese Hospital, después del cincuenta y cinco, le cambiaron el nombre y
le pusieron “Presidente Julio Argentino Roca”, que debe haber sido presidente de otro
país, ya que nadie conocía a este porteño, y desde el año dos mil once, se vuelve a
llamar “Eva Perón”.

Al otro día, extenuado por el largo viaje pero feliz, llegó el padre de Teodorico con unos
papeles y habló con el cura para que lo bautizase lo más pronto posible y el pecado se
alejase de su nuevo hijo.

Durante la noche, el padre de Teodorico, Don Otto Amable Allerkamp, había dormido
en Aldea Valle San Federico en casa de Don Severino Koelmann, un paisano que había
tenido suerte con unas cosechas de girasol, tomates, berenjenas, nueces y paltas y se
había comprado a crédito en la sucursal del Banco Nación en La Paz un tractorcito
“Pampa”. A su vez, había casado a su hija mayor con un criollito medio alemán, hijo de
un médico de Paraná que tenía un Justicialista Sport y ahora andaba su hija los
domingos en auto por la ciudad. Don Severino Koelmann estaba en la política y
trabajaba en su campo como cualquier gringo. Le preguntó a Don Otto Amable
Allerkamp si no quería un burrito de carga muy buenito, porque él ya no lo necesitaba
más, porque el “Pampa” tenía fuerza y con el tractorcito más un carrito, llevaba de aquí
para allá los fardos y todos los bultos. Así que Don Otto Amable Allerkamp se volvió a
su casa lleno de regalos. Además pensó de inmediato que su vecino, Don Pino 
Gürthmann, tenía una joven burrita mansa y los podrían hacer aparear para tener más
animalitos.

En el campo se plantaron semillas de trigo, avena y cebada. Las plantas de zapallo
dieron sus flores y los higos fueron dulces. El lino convirtió una parcela en un mar azul,
los girasoles alzaron sus rostros y los botones de algodón se abrieron cubriendo el
horizonte de nieve como en las estepas rusas. Eran buenos augurios que calmaban
tenuemente el llanto y tristeza por la muerte de Evita durante el invierno. Las velas
parpadeaban en el altar improvisado con flores del campo frente a la foto de la Santa del
pueblo y el murmullo de las oraciones por el alma de la difunta se escuchaba de noche,
cuando las lechuzas en vuelo rasante atrapaban entre las sombras de los matorrales a
alguna víbora peligrosa o a algún pequeño ratón.

Otras noches, se escuchaba a lo lejos el repiquetear un triángulo de bronce; el Opa, Don
Herbert Otto Allerkamp y su hijo, Don Otto Amable Allerkamp, se subían a la carreta,
el hijo latigueaba las riendas y salían levantando polvo hasta la casa de Don Anselmo
Hartmann que tenía una radio a válvulas comprada en una despensa de Paraná llamada
“La codorniz picasa”, donde también se vendían heladeras y estaba en exposición un
Jeep Kaiser último modelo hecho en Córdoba en el I.A.M.E.

Todos los hombres se reunían en torno a la radio a escuchar los discursos del General
Perón. Don Gervasio Stoltzenberg iba traduciendo a los presentes las palabras del
General, éstos aplaudían y se emocionaban, por sobre todo cuando oían el nombre de
Evita, porque Evita les había dado luz, luz eléctrica que llegaba desde muy lejos y hacía
brillar las lamparitas en las cocinas, los comedores y en la capilla, porque Evita había
regalado pelotas de cuero, cuadernos, lápices, guardapolvos, un escuelita con mástil y
bandera y de Maestro trabajaba Don Gervasio Stoltzenberg que hablaba Volga-Deutsch,
alemán de Alemania y castellano. Además, a todos los gurises Evita les había regalado
también un libro que nadie entendía porque estaba en castellano.

Una noche entre las noches, Don Gervasio Stoltzenberg, terminado el discurso del
General, le pidió a Don Anselmo Hartmann que sirva unas copitas de vodka casero
hecho con alcohol de trigo, en tanto él tomó el libro y les leyó a los presentes el título
patinando la erre: “La razón de mi vida: Der Grund von meinem Leben”- pensó un
ratito, se corrigió y dijo: “Der Sinn meines Lebens”. Se puso una de las escarapelas
traídas desde Crespo por Don Otto Amable Allerkamp, tomó una regla de madera (que
también era un regalo de Evita) para guiar los renglones, se montó sus anteojos de leer
con marco de metal, besó la foto de Evita que hacía las veces de marcador de las
páginas y leyó en castellano un renglón, meditó las palabras y las tradujo al Volga-
Deutsch.

La reunión duró hasta que la campana de la capilla dio las doce; sólo había leído y
traducido una página y cada uno se fue a su casa a caballo con marcada sonrisa en los
labios, porque la razón de la vida de Evita era la razón de la vida en las aldeas, porque
ahora sabían que tenían una bandera y un suelo que ya ningún criollo impertinente y
aporteñado les osaría quitar, y que hacer la colimba, era defender al General Perón de
un tal Don Braden, un yankee o algo así, que era ladrón.

En diciembre comenzaron los preparativos para la Navidad. La madre de Teodorico
estaba muy atareada y mientras le daba la teta al bebé, extendía con el palo de amasar
mazapán y miel sobre la mesa para preparar la masa de las Lebkuchen, que se hacen
además con limón, huevo y azúcar.

Durante los domingos de Adviento, se fueron encendiendo una a una las velas de la
Adventskranz y otra, todos los días, frente a la foto de Evita. Don Gervasio Stoltzenberg
era gran patriota por lo que también durante los domingos de Adviento se iba a misa
portando orgulloso su escarapela, pues todas las fiestas, desde que apareció el General
Perón en su vida, eran fiestas patrias.

Así fue, que por la tarde del tercer domingo de Adviento el Padre Honorio
Schützenhöfer bautizó a Teodorico como Dios manda y pronunció su misa como
siempre: un poco en latín y un poco en Volga-Deutsch: “Porque la Biblia 
se lee en latín explicaba el cura en Volga-Deutsch- porque es la lengua de Dios, 
pero la homilía es muy difícil toda en latín, entonces Dios me permite 
hablar en Volga-Deutsch y el Papa también, Amén.”

El coro de la capilla cantaba canciones según lo que decían unos libritos amarillentos y
nadie entendía nada porque eran palabras en latín, aunque todos sabían que esa era la
música de Dios y repetían de memoria los cánticos; hasta Teodorico y los demás
gurisitos escuchaba sin emitir sonido, porque también había música con violín y
acordeón a piano. El Padre Honorio Schützenhöfer era hombre de voz gruesa y al cantar
él sólo, su voz retumbaba en las paredes de la capilla.

Schon neunzehnhundert fünfundfünfzig (Ya 1.955)

Una tarde, la radio de Don Anselmo Hartmann dejó de funcionar. Al día siguiente bien
temprano, cuando todavía el sol estaba oculto tras el monte, preparó la carreta con dos
caballos, uno de él y otro del Onkel Policarpo Hartmann, hermano del difunto,
que en paz descanse, Don Amado Severo Hartmann, y así cargó su radio, dos
chanchitos moteados atados de las patas, un conejo gris en su jaula, un jamón de jabalí
y una bolsa de naranjas para hacer dulce. Partió silbando bajito hacia Paraná por las
rutas de tierra y grava. Después de andar casi medio día, llegó a la aldea San Gotardo de
Hildesheim, le dio de beber y comer a los caballos, conversó con algunos paisanos y se
enteró de las novedades de la patria: Los militares habían destituido esa misma noche al
General Perón y ahora estaba un tal Lonardi en boca de todos. Don Anselmo Hartmann
se enfureció, tomó su facón, lo blandió por los aires gritando palabras de fuego y azufre
en Volga-Deutsch contra Don Lonardi y luego cayó rendido de rodillas sobre la tierra
seca y se puso a llorar, algo raro en un hombre tan rudo como él. Levantó una y otra vez
los brazos al cielo gritándole a Dios y exigiéndole respuesta, mas Dios se quedaba en
silencio. Don Eleuterio Kesselhut le tendió la mano y lo obligó a incorporarse. Don
Anselmo Hartmann sintió una puñalada en el corazón, se desplomó en los brazos de su
paisano y la cara se le puso colorada como un tomate.

Lo cargaron en la carreta y lo llevaron atravesando los pastizales para acortar el camino
hasta el rancho de Don Cándido Zechmeister que había estudiado algo de medicina en la
Universidad del Litoral en Santa Fe. Don Anselmo Hartmann respiraba con dificultad y
se agarraba con fuerza el brazo.

Don Cándido Zechmeister estaba dándole de comer a los patos cuando vio que a dos
cuadras se levantaba una gran polvareda y se dio cuenta que algo grave pasaba. Entró
corriendo a su casita y le dijo a su esposa que calentase agua, despejase la mesa de la
cocina y trajese unas mantas. La Oma Gundelindis dejó de lavar unas tripas de cerdo
para hacer chorizos y salchichas parrilleras, se secó las manos en el delantal y se acercó
a ver qué pasaba con Don Anselmo Hartmann. Mientras su hijo, Don Cándido
Zechmeister lo auscultaba, ella leyó los ojos de su paisano y supo que era el corazón.
Tomó un cuchillito filoso para capar chanchos y le aplicó unos cortecitos en el brazo, tal
y como le habían enseñado a hacer en estos casos allá lejos en las estepas rusas, se los
limpió con un trapo empapado en vodka, le puso unas compresas atadas al brazo hechas
con miel de avispa, tilo, valeriana, muérdago y diente de león sobre los cortes recién
hechos y también le dio de beber té de espino blanco mezclado con un poco de pulpa de
lúpulo para hacer cerveza. Buscó al gato, lo acostó sobre el pecho de Don Anselmo
Hartmann para que con el ronroneo le arreglase los latidos y dijo que tenía el corazón
roto de pena.

Mandaron de inmediato a caballo a un mocito de cabellos colorados y ojos color león,
llamado Sixto Grauling, a avisar a Aldea Santa Cunegunda que Don Anselmo Hartmann
estaba enfermo.

El mocito cabalgó sin parar y llegó al atardecer al rancherío anunciando la noticia a los
gritos y culpando a Don Lonardi de asesino. Los paisanos lo calmaron, lo metieron a los
empujones dentro de la casa de Don Hilario Struckmeyer y le pidieron que explicase
todo. Le dieron de beber una jarra de cerveza de barril macerada con trocitos de
jengibre, picante y refrescante a la vez, y Sixto Grauling contó y adornó la historia
mientras bebía la cervecita de un jarro de madera y comía pan con rodajas de salame y
queso de oveja, todo casero.

Los gringos le dijeron al mocito que se vaya un rato afuera porque tenían que hablar
cosas de adultos; también echaron a las mujeres, a los perros y a los gurises.
Don Gervasio Stoltzenberg era el que más conocía de política porque sabía leer y
escribir, era el Maestro de todos los gurises y además, uno de los pocos que hablaba
castellano correctamente en leguas a la redonda. Había participado hacía muchos años,
por haber pertenecido a un grupo paranaense del GOFA o algo así, de enredos e internas
políticas entre bandos y estaba adoctrinado en el uso revolucionario de la espada.
También tenía una escopeta Winchester de palanca del año 1.887 que estaba como
nueva porque la había disparado una sola vez, que la había comprado su Opa, el padre
de su madre, Don Cäsarius Ekkehard en la Patagonia a un forastero llamado Butch
Cassidi, a quien acompañó a caballo hasta Santa Fe. A nado de caballo, agarrados de las
crines cruzaron Don Cäsarius Ekkehard y Don Butch Cassidi el río Coronda como lo
hacían antes los indios, y después en balsa llegaron hasta Diamante. Don Butch Cassidi
siguió hacia Corrientes y desde allí se fue más al noroeste y murió en la selva, en tanto
Don Cäsarius Ekkehard se casó como Dios manda, tuvo gurises y nietos, todos
bautizados y estos últimos estudiaban en la escuela y eran hijos del Maestro Don
Gervasio Stoltzenberg, y la escuela se llamaba “Escuela Provincial Nº 19 ‘General
Eduardo Racedo’” y nadie entendía por qué era Nº 19 si en leguas y leguas a la redonda
había una sola escuela, no diecinueve.

En medio del discurso de Don Gervasio Stoltzenberg, llegó el Padre Honorio
Schützenhöfer, entró con los ojos en llamas abriendo las puertas de par en par, pidió la
cabeza de Don Lonardi y clavó su facón en el centro de la mesa; entonces explicó que si
la capilla tenía luz era gracias a Evita y al General y que ningún porteño iba a andar a
los tiros o haciendo cosas de los demonios contra los paisanos que son gente de Dios. Se
santiguó, se acomodó la rastra reluciente de monedas bajo la sotana, se rascó la barbilla
hacia fuera y propuso ir en caravana hasta Buenos Aires para aniquilar a ese tal Don
Lonardi y además, él sabía de las cosas de la guerra porque su Opa (que en paz
descanse) le había contado lo de los zares rusos, y si bien Don Lonardi no era zar, se
comportaba con los paisanos como tal. El problema es que para ir a Buenos Aires, hay
que cruzar el Paraná en los lanchones del Ejército y no se sabía aún de qué lado andaban
los milicos. La otra opción, era ir aguas abajo en balsa y el viaje duraba como una
semana, siempre y cuando no haya una gran crecida del río. Don Gervasio Stoltzenberg
dijo que le escribiría una carta a un amigo de su difunto hermano. Su hermano se
llamaba Don Segundo Auspicio Stoltzenberg, asesinado por el Comisario Anastasio
Gómez en una riña por unos cueros de oveja que según el Comisario Anastasio Gómez
se los tenía que entregar por no haber pagado los impuestos de los cueros y el tabaco. La
carta iría despachada de urgencia a la casa de Don Salustio Rogelio Gebardo Heubusch,
afincado en Victoria, dueño de la herrería y que conocía al General Perón en persona y
le había contado al General que su padre le había querido poner de tercer nombre
“Gebardo” y no Gerardo como escribieron con tinta y pluma en los papeles y que se lo
habían rechazado por no ser nombre cristiano y él le mostró al General Perón una
estampita arrugada de San Gebardo de Constanza que trajo su Opa de Rusia, Don
Aistulf Gebard Heubusch, devoto del santo y el General Perón le dijo que cuando
quisiera, lleve los papeles en orden a la Oficina del Registro Civil porque él era el
Presidente de la Nación y lo autorizaba a cambiarse el tercer nombre y así cumplió el
General Perón y el finado (que se murió hace unos diez años de muerte súbita a los 103
años, que en paz descanse) se llama desde entonces Don Salustio Rogelio Gebardo
Heubusch y es feliz porque así está escrito en la cruz de su tumba.

Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann tomó una yegüita pinta prestada, buena
para las carreras de cuadreras, y montando a la amazona se fue al galope a ver a su
marido moribundo.

La yegüita siguió el camino de tierra en plena oscuridad con audacia y conocimiento del
terreno. Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann se arropaba con un chaleco de
lana que le tejió su Oma, Doña Modesta Henke, a dos agujas con lana traída de Buenos
Aires en un tren que llegó a Crespo. La lana había sido mandada por Evita y en las aldeas 
las Omas tejieron chalecos, pulóveres, saquitos y cardiganes color azul.

En el camino se encontró con el Comisario Anastasio Gómez y otros criollos más que
cabalgaban tranquilos hacia el caserío para meter a los rusos-alemanes en cana porque
ahora mandaba él, que era Comisario, y estos gringos siempre andaban metidos en líos
políticos, y esto, el Comisario Anastasio Gómez lo sabía muy bien porque leía en el
diario La Nación, que venía de Buenos Aires, las noticias sobre los revoltijos que
andaban armando los rusos por Europa, China y Jerusalén; también esto se lo había
dicho un hacendado oriundo de Victoria llamado Don Lauro Zenón Castellanos
Azcuénaga, que vivía en Buenos Aires y había estudiado en el Colegio Inglés, que tenía
ganas de comprar tierras por dos mangos a los gringos y estos no querían vender. Don
Lauro Zenón Castellanos Azcuénaga le dijo una tarde al Comisario Anastasio Gómez
entre mate y mate y en confidencia, que él debería ser duro como Don Robustiano
Patrón Costas allá en el norte del país y darles latigazos en las espaldas a estos gringos
brutos. Pero ahora, por culpa del General Perón, hombres fuertes como Don Robustiano
Patrón Costas, que tenían a todo el mundo zumbando y a golpes de látigo para que
trabajasen, no anduviesen holgazaneando por ahí y mamándose con vino barato de
damajuana, ya no tenían más poder porque si golpeaban a algún gaucho o a un gringo,
les caía la Ley, los metían en cana y encima había que pagarles las leyes sociales y
había que anotar a los negros e indios para que tengan jubilación, por lo tanto, también
tenían documento y podían votar en las elecciones e incluso las mujeres, que no sirven
más que para traer hijos al mundo, también podían votar. Y nadie en las aldeas estaba de
acuerdo con todas estas cosas que decía Don Lauro Zenón Castellanos Azcuénaga.

Don Lauro Zenón Castellanos Azcuénaga era un hombre culto o rico, no se sabe muy
bien, porque tenía doble apellido como Don Robustiano Patrón Costas y le insinuó, pero
no le juró de palabra al Comisario Anastasio Gómez que si lograba persuadir (por las
buenas o por las malas) a los gringos para que vendiesen las tierras, una buena parte de
las ganancias sería para él.

Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann saludó al Comisario Anastasio Gómez
en Volga-Deutsch en medio de la oscuridad. El Comisario Anastasio Gómez se rió y le
dijo: “Gringa bruta, ya vas a ver lo que les va a pasar a todos ustedes. Los vamos a
hacer papilla.” Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann entendió lo de “gringa
bruta”, golpeó al caballo con el rebenque para saltar un zanjón y se perdió al galope en
medio de los pastizales. Atravesó el vado y llegó más rápido que el Comisario
Anastasio Gómez y su séquito hasta la aldea de retorno. Desde el caballo gritó que venía
la policía y los paisanos que se habían preparado para ir a lo de Don Cándido
Zechmeister por el camino de siempre, tomaron por el caminito del fondo, ese que lleva
primero a Aldea Santa Walpurga, donde Don Abelardo Reusch fabrica mesas, sillas,
banquitos y camas de madera con troncos de algarrobo que él mismo trae del monte.
Las mujeres y los gurisitos muy asustados, corrieron a la capilla y comenzó una misa
improvisada para que el Comisario Anastasio Gómez no moleste y no ande pidiendo
como siempre un chanchito, quesitos de leche de burra, huevos de pato, jamón de jabalí
o algunos conejos, cuando no que un cuero entero de vaca, y encima, nada le era
suficiente porque cuando veía a los gurises pescando en el riacho, le sacaba los
pescados, hasta las mojarritas y las ranas, porque decía que estaba prohibido pescar y se
los llevaba él y encima las ranas no son pescados porque respiran aire como cualquier
cristiano. Pero nadie se olvidaba del episodio con Don Segundo Auspicio Stoltzenberg y
todos sabían que Dios, los santos alemanes y Evita desde el cielo, harían justicia contra
un hombre que siempre vivía tentado por el demonio y no le importaba.

Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann, envalentonada, se cubrió la cabeza con
un pañuelo y tomó un senderito sinuoso que llevaba de a pie hasta Villa San Ludolfo,
donde Doña Consuelo Fassermann curaba la culebrilla, el mal de ojo, el empacho y
tiraba el cuerito, tal y como le enseñó Doña Heráclita Presentación Rodríguez, oriunda
de Goya, la noche de Navidad y que a ella se lo enseñó a su vez una india llamada
Nemesia Acuña, y desde Villa San Ludolfo podía hacerse Doña Clodomira
Kneertzenberger de Hartmann nuevamente al camino y evadir perfectamente a la
policía.

Cuando el Comisario Anastasio Gómez y sus hombres llegaron, el caserío estaba vacío
y en penumbras; únicamente la lamparita de la capilla estaba prendida.
Se apearon y comenzaron a dar tiros al aire y a los gritos en castellano exigieron que
todos salgan de la capilla. Los que dedujeron, tradujeron y se quedaron quietos, ahora
nadie entendería qué decían estos tipos y siguieron rezando a Santa Cunegunda que
estaba vestida con ropitas de verdad y tenía enganchada con un alfiler de gancho por
adentro de las ropitas una foto de Evita que había puesto allí Doña Bonifacia Iluminada
Lütz, una solterona que no tenía las tripas en orden para tener hijos porque nunca había
tenido la regla y que limpiaba la capilla, vestía a la santita y le sacudía el polvo a Jesús
en la Cruz con un plumero de plumas de ñandú, no sin antes pedirle perdón a Dios por
tener que plumerearle la carita, porque “Jesús, que es Cristo, es Dios y el Espíritu Santo
también es Dios porque es una paloma blanca que bajó y entró en el espíritu de Jesús,
por eso, no hay que matar a las palomas blancas con la gomera porque son de Dios y
esto está en la Biblia que está escrita en latín que es el idioma que habla Dios y el Papa,
que es hombre santo, que me permite explicar estas cosas en Volga-Deutsch, porque
todavía no hay Biblia escrita en Volga-Deutsch, Amén.”- explicaba el Padre Honorio
Schützenhöfer en Volga-Deutsch a los gurises y ellos mataban con la gomera solamente
las torcazas que son medio marroncitas y las palomas comunes que no eran blancas para
hacer guiso de paloma con repollo colorado y miel, que le quita lo ácido al repollo y el
gusto a salvaje a las palomas.

El Comisario Anastasio Gómez empezó a impacientarse, pateó la puerta de la capilla
para abrirla y se encontró con que allí dentro sólo estaban las mujeres, los gurises y un
mocito de unos catorce años: Sixto Grauling. El Comisario Anastasio Gómez le dio un 
tiro certero a la lamparita, estallaron sus vidrios dejando a la capillita en plena oscuridad
y el Comisario Anastasio Gómez rió a las carcajadas. 

Las Omas lloraron por semejante atropello a Dios, los gurises y bebés se aterraron y se
aferraron con fuerza de las polleras de sus madres. Agarraron a Sixto Grauling de los
pelos y lo arrastraron hasta la calle, lo revolcaron en la tierra entre patadas, cachetadas y
gritos y el chico sólo decía “Ich weiß nicht”. Los perros salieron en jauría a defender al
mocito y atacaron a los hombres a mordidas. Silbaban las fustas y los rebenques por el
aire tratando de golpear a los animales.

El Wolf, descendiente de lobos siberianos y perra pastora, saltó sobre el Comisario
Anastasio Gómez, abrió su enorme hocico y le trituró el cráneo de una sola mordida.
Los huesos crujieron, brotó la sangre, se le deshicieron los sesos y los ojos se le saltaron
hacia afuera. Cayó a tierra ciego y los otros perros se encargaron de despanzurrarlo
arrancando pedazos del uniforme hasta llegar a las tripas.

Sixto Grauling se había escondido en un cobertizo y escuchó cerca de él el sonajero
traicionero de una víbora cascabel. Se quedó tieso y movió los ojos de un lado al otro
buscando un rayo de luna que la iluminase. Y allí la vio en un rinconcito, enroscada y
amenazante. La chuzó con un rastrillo y le atrapó la cabeza entre los dientes de la
herramienta. La cazó de la parte de atrás de la cabeza y luego con destreza, del
cascabel. Sosteniéndola de ambos extremos se arrimó despacito y sin hacer ruido a uno
de los policías que observaba paralizado la escena, le acercó la víbora al cuello, le
apretó la cabecita triangular para que abra la boca y la obligó a morder a su víctima.
El criollo se tomó el cogote, tocó la serpiente, giró espantado sobre sus talones, miró los
ojos de león de Sixto Grauling, le comenzó a temblar todo el cuerpo, escupió saliva
hecha espuma y le sangraba la nariz. Se puso más pálido que la luna, se le hinchó el
cuello, al ratito comenzó a ponerse morado y ya no pudo respirar más.

El Wolf levantó la cabeza y sus dientes relucieron rojos como “la estrella esa que se
llama Marte” – así hablaba el Padre Honorio Schützenhöfer cuando miraba el cielo – y
se abalanzó sobre el único hombre que quedaba en el ruedo (porque el otro había huido
al galope) mordiéndole la nuca entera y quebrándosela al instante. Los demás perros se
encargaron del resto del cuerpo.

Al trotecito andaban las mulas de Don Gervasio Stoltzenberg y Don Hilario
Struckmeier. Cuando escucharon el galope desenfrenado de un caballo, salieron a su
encuentro. El animal se asustó, se alzó en dos patas y el policía cayó al suelo dándose la
cabeza contra una piedra enorme con forma de cabeza de monstruo que había sido
quitada de un terreno mientras se araba. Esa piedra había roto el arado de Doña
Cayetana Dolores Lehmann y hubo que llevarlo a Villa San Vladimir para que lo arregle
un herrero polaco que sufría de parásitos y se rascaba constantemente allí abajo y hasta
se llegó a lastimar, entonces un día se fue a lo de Don Cándido Zechmeister y justo no
estaba en las casas, así que la Oma Gundelindis le dijo que se ponga una ramita de
perejil con hojitas y todo allí adentro, por fuera que se pase grasa de iguana y que tome
un caldo de colita de cerdo con mucho ajo crudo, que tome una copita de licor de anís
“Ocho Hermanos” todas las noches antes de ir a dormir y que ponga debajo de la
almohada un atadito de ramitas de ruda y romero, así se curó y nunca más se anduvo
rascando que queda tan feo.

Los dos gringos se miraron sin entender demasiado por qué el criollo se había muerto
tan rápido al golpearse la cabeza, porque Don Herculano Borgoño Feuermann también
se había golpeado parecido y sólo quedó un poco mal de la cabeza, pero se casó igual y
tuvo hijos normales porque la Oma Gundelindis le dio un ungüento de menta, alcanfor,
violetas y jengibre para que se frote en la frente y le refresque el alma que es de donde
vienen las ideas y los pensamientos.

Los paisanos vieron a la luz de la luna un hilito espeso de sangre que corría y se
escabullía entre los pastos. Don Gervasio Stoltzenberg encendió un cigarrito de chala y
luego la mecha de un farol a querosene. Iluminó la escena, se encogió de hombros, se
santiguaron los dos y se fueron a tranco cortito hasta el rancho de Don Cándido
Zechmeister para ver al paisano enfermo. El policía pedigüeño, que siempre andaba
pidiendo dulce de naranjas, chorizos, salamines picado grueso, manteca casera, grasa
de cerdo, pollos vivos y otras cosas por el estilo, ya no pediría más nada porque, como
decía el Padre Honorio Schützenhöfer: “En el cielo hay de todo; solamente hay que
llevarse la ropita puesta y ya, por eso siempre hay que vestir a los finados porque no hay
que andar mostrando las vergüenzas a Dios, pero al entrar en la capilla hay que sacarse
el sombrero, porque los que ya murieron y están viviendo con Dios, no usan sombrero,
porque la luz de Dios no quema y la del sol sí. Pero Dios y el sol son parecidos porque
los dos dan luz, como la electricidad que nos dio Evita, que también quema pero que
ahuyenta la oscuridad, que es donde viven las ponzoñas. Y Dios creó al hombre con el
nombre de Adán y después a Eva que fue mujer del primer hombre de la tierra, por eso
Dios creó al General Perón y lo puso de Presidente porque se llama Juan Domingo
como el Apóstol y el día santo de Dios y le puso de esposa a Evita, que es mujer santa.
El sol también fue creado por Dios y de la costilla del sol, que también tiene cara y
corazón, creó la luna, por eso la luna es blanca como los huesos y no tiene corazón
porque su luz es fría y sí tiene cara. Pero los muertos nada saben, así que cuando los
cristianos se mueren saben cosas de Dios si han sido buenos y del demonio, si han sido
malos y nada le pueden contar a los cristianos vivos porque está prohibido por la Biblia
y es palabra del Rey Salomón, que era hombre justo y cumplidor de su palabra como el
General Perón, por eso tenemos esta marca sobre el labio que es el dedo de Dios que ha
sellado la boca de cada cristiano al nacer y de los judíos también, para que nada
sepamos del mundo de las almas. Así contaba la sabiduría de Cristo la Oma de mi Oma,
que en paz descanse, Amén.” Y todas las cosas de Dios, el Padre Honorio
Schützenhöfer las explicaba en Volga-Deutsch para que se entiendan bien.

A lo lejos divisaron mortecina la luz de una lamparita y apuraron los caballos. Afuera
distinguieron la silueta de Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann y de la Oma
Gundelindis que sobre un fueguito había puesto una pava negra para cebar mate. Los
hombres se apearon, ataron los caballos al palenque y la Oma Gundelindis con una
señal de la mano los invitó a pasar. Don Anselmo Hartmann estaba recostado en la cama
matrimonial y fumaba tranquilamente un cigarrito que le había liado la Oma
Gundelindis con un poquito de hojitas de menta y pétalos de lino para que le abran los
pulmones y la sangre ande despacito pero más líquida y cada media hora le daba un
vaso de agua fresca de pozo con el jugo de tres quinotos para que le vayan limpiando las
venas de la grasa que se va metiendo allí dentro con el paso de los años.
En la cocina, estaban casi todos los gringos de Aldea Santa Cunegunda y Villa
Schwagger y otros de otras villas, colonias y pueblos vecinos. Entre ellos, estaba
Casiodoro Pérez, un criollo santafesino de ojos verdes que según él, por tener abuela
alemana, el General Perón lo había mandado a Entre Ríos para charlar de política con
los rusitos y terminó apalabrando a la hija menor de Don Celestino Kiesewetter, pero
éste le dijo que si quería, podía casarse con la gurisa mayor porque la menor todavía no
era señorita. Casiodoro Pérez, como buen morocho pintón, hacía gala de chapucear algo
de alemán aprendido de su Oma conquistando así a las criollas. Aceptó el trato de buen
grado porque la hija mayor de Don Celestino Kiesewetter también era muy bonita,
además Casiodoro Pérez tenía en Santa Fe fama de picaflor, por lo que ya a los cuarenta
años debía formalizar.

Al despuntar el alba, anunciada por un gallito de riña tornasolado que mantenía orden y
disciplina en el gallinero, los gringos y Casiodoro Pérez comieron tortas fritas, Kraut
Pirogg calentitos, el mate pasó de mano en mano y para calentar el cuerpo tomaron unas
copitas de un whisky de fina botella de vidrio labrado traído por Casiodoro Pérez, que
lo había comprado en Santa Fe.

En Aldea Santa Cunegunda, Sixto Grauling había lavado de noche a los perros con
jabón Federal para sacarles la mugre de la sangre y los había arrimado a una fogata para
que se sequen, cuidando que no les dé la luz de la luna, porque a los perros y a cualquier
animal en general y a los cristianos también, si les da la luz de la luna cuando están
mojados se les pudre el cuerpo y mueren, por eso los pescados a la luz de la luna se
pudren por estar tan mojados. Y las gurisas ya grandes que se lavan el pelo de noche
antes de ir al baile, tienen que llevar un pañuelo atado sobre la cabeza porque la luna,
que es astuta como gata en celo, les pudre los sesos y piensan cosas del Diablo.

Mientras tanto, las mujeres dejaron a sus gurisitos a cargo de las hijas de Hermenegildo
Ostermeyer para poder sacar a los finados de enfrente de la capilla y llevarlos en carreta
hasta el cruce de los caminos. Juntaron las tripas y los sesos en una bolsa de arpillera,
acarrearon todo y ataron los caballos de los muertos a la parte de atrás de la carreta. El
Padre Honorio Schützenhöfer las acompañó portando una lámpara a querosene que le
había regalado Don Estanislao Maldonado, un político que administraba una Unidad
Básica en Paraná que cumplía con sus promesas y trabajaba en la despensa de Don
Ludovico Rojas, oriundo de Diamante, que al caerse del caballo, quedó mal de las
piernas, caminaba con dos bastones y se fue a lo de un curandero de Chajarí para que le
arregle el hueso y ahora camina con un solo bastón.

Otras mujeres limpiaron la sangre de la tierra, trabajo muy costoso porque todo estaba
manchado y tuvieron que remover el polvo con palas y azadas para que no quedasen
rastros de la masacre.

A la vera del camino, se encontraron con un caballo solo en medio de la oscuridad. El
Padre Honorio Schützenhöfer alumbró al animal, vio a un costado el cadáver del policía
y se santiguó. Decidieron bajar allí mismo a los finados y Doña Primitiva Tecla
Brockmann de Holnsteiner metió mano en la bolsa de arpillera y desparramó las tripas
por el lugar que olían igual o peor que las tripas de chancho; soltaron los caballos y les
dieron unos golpecitos en las ancas para que se alejen rápido. Mientras tanto, el Padre
Honorio Schützenhöfer les dio a todos los finados la extremaunción, aunque ya estaban
bien muertos y los bendijo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén;
porque después de todo, habrán sido malas personas, pero no se le puede negar a ningún
cristiano una bendición, aunque no la pueda pedir por estar muerto.

Doña Herencia Felicitas Altenberg viuda de Don Segundo Auspicio Stoltzenberg cortó
y ató unos manojos de matorrales a la parte de atrás de la carreta para borrar todos los
rastros, porque sabía que si venía un criollo baqueano, encontraría las marcas de las
herraduras y la huella de la carreta.

Retornaron rápido a Aldea Santa Cunegunda levantando gran polvareda, prendieron
fuego a los matorrales que habían estado atados a la carreta y junto con ellos también la
bolsa de arpillera que tardó un poco en prender porque estaba muy húmeda por los
flujos de la tripería. Entonces, el Padre Honorio Schützenhöfer que se había servido una
copita de aguardiente de mandarinas, se dio cuenta que el licor le calentaba el cuerpo,
así que tomó un vaso cervecero, lo llenó hasta el tope de aguardiente y echó el líquido
de un sacudón con la mano hacia el fuego; una llamarada se elevó hacia el cielo y la
bolsa se consumió de inmediato.
Hicieron descansar a los caballos, les rascaron las herraduras y lavaron minuciosamente
la carreta con cepillo de alambre.

Sixto Grauling atizaba el fuego con un fierro largo, bajó la vista un momento cansado
de tanto tumulto y vio una gota de sangre en su alpargata. “Scheiße!”, dijo el mocito, se
quitó la alpargata y quemó con el fierro candente la mancha de sangre creando un
agujero negro en la tela. Sabía que si la lavaba, la mancha no se iría y quedaría allí para
siempre. Además, tener la mancha de sangre de un muerto atraía a los espíritus de los
muertos que estaban en el infierno llamado Muspellheim; así le había dicho el Padre
Honorio Schützenhöfer, que a su vez se lo había contado la Oma de su Oma, que murió
a los 123 años por tomar vino y después comer sandía, que en paz descanse, Amén.
Adoraba esas alpargatas porque se las había regalado el Maestro Don Gervasio
Stoltzenberg por sacarse un diez en matemáticas, otro en geografía y un nueve en
caligrafía y si Dios quiere, al año siguiente ya terminaría el primario. Mientras pensaba
en coserle un parchecito blanco a la alpargata, se quedó dormido junto a los perros y
soñó que besaba a una chinita de trenzas rubias que había visto en la capilla.

Der Morgen danach (La mañana siguiente)

Don Jacinto Córdoba, dueño de la despensa “El pato mudo” en Crespo, se levantó
temprano, tomó unos mates de leche bien dulces como le gustaban a él y puso en
marcha su Rastrojero 1.952; cargó unos pedidos de los gringos de las aldeas y se hizo al
camino de tierra. Repartió en Aldea Santa Úrsula, en Pueblo Schwarzsteiner y llegó al
caserío donde vivía Don Cándido Zechmeister y no había nadie. A tres cuadras estaba el
rancho del casi médico y se fue para allá. Bajo un sauce llorón encontró a muchos
paisanos tomando mate, fumando chala y cigarrillos armados con tabaco de Misiones.
Don Jacinto Córdoba preguntó qué pasaba y le contaron que el corazón de Don
Anselmo Hartmann les había dado un gran susto. La Oma Gundelindis, que tenía 104
años, estaba con su nuera cuereando dos chanchitos moteados y Don Arnoldo
Kleemayer ya había cuereado y trozado un gran conejo gris y lo estaba preparando a la
cacerola con ramitas de estragón, papas, zanahorias y zapallo que había cortado con un
serruchito mocho Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann y había freído cuerito
de chancho en grasa y Reibeplätzchen que también se llaman Kartoffelpfannkuchen.
Don Jacinto Córdoba comió cuerito frito de cerdo, guiso de conejo, chanchito asado,
jamón de jabalí y probó las Reibeplätzchen. Bebió cerveza casera y después una copita
de vodka hecho con alcohol de trigo.

A eso de las tres de la tarde decidió seguir su recorrido para hacer las entregas de los
bultos. Bajó la ventanilla del Rastrojero porque hacía un poco de calor y algunas moscas
se le metieron adentro y cada vez fueron más. Vio unos caballos solos con montura y
luego un espectáculo aterrador: unos hombres muertos llenos de voraces hormigas
coloradas, moscas que se les metían por los agujeros de las narices, moscardones y todo
tipo de bichos, más tripas pudriéndose y sangre oscurecida por todos lados…
Dio marcha atrás al Rastrojero, buscó mirando por el espejito retrovisor el vado seco
para girar y poder regresar de inmediato a Crespo.

Don Jacinto Córdoba llegó a Crespo, estacionó frente a la Comisaría y tocó bocina. Un
cabo medio dormido salió y le gritó: “¡Eh, qué quiere Don Jacinto!” Y Don Jacinto
Córdoba tomó al cabo del brazo, lo metió dentro de la Comisaría, relató lo visto y al
final agregó: “Para mí que los atacó eso que dicen los rusos que anda suelto por ahí,
algo así como un Muspel no sé cuánto o algo más creíble: jabalíes salvajes…” El cabo,
aún medio dormido, relacionó los acontecimientos y gritó pegándose con la mano en la
frente: “¡El Comisario Gómez! ¿Y los caballos? ¿Y mis compañeros?” Don Jacinto le
explicó que todos estaban muy muertos pero los caballos no, porque corren más rápido
que los cristianos. Y el cabo no dijo nada más, pero todos sabemos que pensó que si el
Comisario Anastasio Gómez estaba muerto, él sería entonces el nuevo Comisario, por
eso, cuenta Don Jacinto Córdoba, que ese día el cabo estaba bastante sonriente. Y así
fue: el cabo se hizo Comisario como manda la Ley y era hombre justo y honrado que no
andaba pidiendo nada a los Volga-Deutsch, y como el pueblo lo apreciaba, lo invitaban
los gringos y los criollos también, los domingos, después de la misa, a comer con su
esposa, Doña Remedios Encarnación Montoya de Córdoba, y a los cuatro 
gurisitos y le regalaban quesitos de oveja, naranjas y frutillas de la quinta de Don 
Telésforo Stegmann.

Salieron de la Comisaría y se fueron en el Rastrojero hasta la Municipalidad a buscar al
Intendente. Don Jacinto Córdoba relató nuevamente los hechos. El secretario del
Intendente, un abogado jovencito de pelo engominado como Gardel, recién recibido en
la Universidad del Litoral, telegrafió a Paraná y desde allí salió de inmediato una
patrulla de Gendarmería Nacional en un camión Mercedes-Benz L6600 a gas-oil
pintado de verde militar y los gendarmes llegaron a medianoche al lugar de los hechos.
Las nubes de mosquitos revoloteaban en derredor de los finados que ya estaban
haciendo mal olor. Iluminaron la escena con faroles portátiles a gas y vieron cómo una
yarará se escabullía entre las costillas a la vista del cuerpo del Comisario Anastasio
Gómez. Un gendarme llamado Ramón Castillo, vació el cargador de su fusil Fal a
disparos contra la víbora y destrozó algunas costillas del difunto. “¡No me mate al
muerto, Cabo Castillo!” - gritó un gendarme de mayor rango.

Una tropilla se acercó al sitio y los gendarmes apuntaron a los gringos. Doña Clodomira
Kneertzenberger de Hartmann venía en una carreta con su marido recostado sobre una
parva de heno con un gatito atigrado de ojos amarillos como el sol entre las ropas
calentándole el corazón. Los gendarmes interrogaron a los hombres y Don Gervasio
Stoltzenberg respondió con acento alemán a las preguntas del gendarme y cuando se
dispuso a contar lo de Don Anselmo Hartmann y de cómo la Oma Gundelindis y Don
Cándido Zechmeister le habían salvado la vida, el gendarme se hartó y les dijo con
vozarrón militar a los gringos que se fueran inmediatamente “pa’ las casas”. Pasaron
frente a los cadáveres, se santiguaron y se perdieron de vista en la negrura de la noche.

Noch später (Aún más tarde)

Sixto Grauling se sentía todo un hombre y se había enamorado de repente y en su sueño
de una de las hijas Doña Primitiva Tecla Brockmann de Holnsteiner. La chinita, de
largas trenzas rubias y ojos color aceituna se llamaba Gertrudis Holnsteiner. Las malas
lenguas decían que se parecía al Padre Honorio Schützenhöfer y no a Don Conrado
Holnsteiner porque Doña Primitiva Tecla Brockmann de Holnsteiner había aceptado
tomar una sopita de zanahorias en la Sacristía con el Padre Honorio Schützenhöfer y así
se había quedado embarazada; moraleja: “no hay que tomar sopita de zanahorias en la
Sacristía con el cura porque te quedás embarazada” – explicaban en Volga-Deutsch las
Omas de las aldeas a las gurisitas aún vírgenes.

Gertrudis Holnsteiner, escasa de palabras, le contó sin embargo a Sixto Grauling lo que
la paisanada andaba diciendo y él a su vez le contó que se había enterado de su nombre
cuando empezó a ir a la escuela porque pensaba que se llamaba Knabe, porque así le
decía el padre. Y en la escuela también se enteró que “Sixto” se les pone de nombre a
los hijos número seis, pero él era el primero, y que su padre le había querido poner de
nombre “Tassilo”, como se llamaba su bisabuelo. Contaba su padre que el Juez de Paz
no le entendió y le dijo que estaba prohibido ese nombre porque no pertenecía a ningún
santo; el padre le explicó al Juez de Paz que era un nombre de la Biblia, por lo que era
nombre santo y además era el de su Opa, Don Tassilo Grauling, que en paz descanse. El
Juez de Paz se hizo el que entendió, pero escribió en los papeles “Sixto” y así dice en su
documento que todavía no tiene foto, pero cuando le toque la colimba, le van a dar una
Libreta de Enrolamiento con foto de él, de la bandera, del escudo y del Himno Nacional
como la que tiene Don Aparicio Clandestino Landwehr, que salió de la colimba hecho
un gran hombre. Don Aparicio Clandestino Landwehr contó que anduvo por Bahía
Blanca, conoció el mar y dijo que el agua era salada como la del pozo que estaba en el
rancho de Don Tulio Zoilo Sieber que estaba perforado sólo a dos metros, por lo que no
servía para regar las plantas porque se morían, pero que desde el fondo del mar, venían
nadando caracoles más grandes y más bonitos que los de los bañados y lagunas
entrerrianos.

Entonces, Don Aparicio Clandestino Landwehr, le explicó a Sixto Grauling, que si el
pozo de Don Tulio Zoilo Sieber tiene agua salada es porque allí hace muchos años,
antes de que llegasen los abuelos de los abuelos de ellos a Entre Ríos, debe haber
habido un mar, y esto es de creer porque se lo dijo el Sargento Centeno, que es hombre
del Ejército Argentino y soldado del General Perón.

Además, el Sargento Centeno le prometió a Don Aparicio Clandestino Landwehr que
iría a visitarlo a Aldea Santa Cunegunda porque quería conocer a su hermana pues tenía
lindo nombre: Milicia Argentina Landwehr, que todavía estaba soltera y ya tenía
diecisiete años. Y así fue (porque el Sargento Centeno es hombre de palabra) que a los
cinco o seis meses de haber salido Don Aparicio Clandestino Landwehr de la colimba,
el milico vino de visita, pidió la mano de la mocita y se llevó a Milicia Argentina
Landwehr, se casaron en Buenos Aires, se fueron a vivir cerca del mar y mandó carta
con la foto de la boda.

A los siete meses de aquella primera charla entre Sixto Grauling y Gertrudis
Holnsteiner, hubo boda apresurada porque la chinita había tenido un retraso en la regla.
Fue entonces cuando Teodorico probó por primera vez las delicias de los grandes
pasteles con crema blanca.

Al final, Don Sixto Grauling, no hizo la colimba por tener dos hijos varones y una
gurisita de ojos color de las paltas y tener que mantener: a su esposa, Doña Gertrudis
Holnsteiner (que fabrica quesitos de leche de burra y de oveja con granos de pimienta
para darle gusto), a una yegua criolla, al perro Wolf (que se lo quedó él) y a una perra
que tuvo cuatro crías de pelo largo como el Wolf, a dos ovejas, cuatro chanchos, seis
vacas, un toro sin capar, un montón de gallinas pininas, un gallito muy bravo que
atacaba a las víboras, a una gatita blanca para que le cuidase el corazón que a su vez
tuvo seis gatitos de diferentes colores y a un burro hijo de la burra de Don Pino
Gürthmann, que se apareó después con la yegüita criolla y le dio una linda mula albina
que no puede estar al sol, pero igual recibió su documento con foto de él, que le hizo un
fotógrafo del Ejercito Argentino y estaba muy orgulloso de tener libreta.
Y Don Anselmo Hartmann todavía vive, porque en realidad nadie sabe qué edad tiene.
El día que el Padre Honorio Schützenhöfer lo bautizó, resulta ser que llovía mucho y
cayó una gota de una gotera del techo de la parroquia sobre el libro de bautismo con la
fecha del gurí y se borró todo lo que la gota tocó. Parece ser que nomás a los quince
años ya le hicieron hacer la colimba porque aparentaba ser más grande por tener las
piernas peludas y tener que afeitarse. En Corrientes, en el Destacamento Militar, le
dieron su Libreta de Enrolamiento con foto y todo, porque él no tenía ningún papel de fe
de nacimiento.

Quizás tenga 100 o más años; lo que sí todo el mundo sabe, es que todavía cuerea
chanchos y él mismo hace los embutidos con pimentón, pimienta, enebro y un poquito
de azúcar. Y todas las noches duerme calentito con un gato cerca del pecho para que le
cuide el corazón.

Como Doña Clodomira Kneertzenberger de Hartmann ya ha fallecido, que en paz
descanse, entonces Don Anselmo Hartmann se volvió a casar hace como diez años con
la Oma Segunda Instruida Grubbe que había enviudado de Don Crescencio Neófito
Hartmann, primo de Don Anselmo Hartmann y de Restituto Ulpiano Hartmann quien es
ahora Jefe de Comuna en Aldea Santa Úrsula por voto del pueblo, aunque la mayoría no
votó porque estaban todos en La Paz pescando en la Fiesta del Dorado; parece ser que
votaron cinco paisanos nomás: Suplicio Hartmann, Tranquilina Vitalia Dergreif viuda
de Tránsito Frígido Hartmann (Don Tránsito Frígido Hartmann no votó porque una
semana antes de las elecciones murió de los intestinos que se le salieron hacia afuera
porque andaba constipado e hizo demasiada fuerza y se le estrangularon las tripas, y era
joven, tenía 82 años), Eusebio Hartmann, Macario Hartmann y Jonathan Kevin
Hartmann, que cumplió este año los dieciocho y estudia computación porque en la
escuela secundaria le dieron una valijita que es una computadorita que lleva a todas
partes y se puede ver allí también televisión con una antenita.

Heute (Hoy)

Mientras Don Teodorico Juan Domingo Allerkamp, de 62 años de edad, oriundo de
Aldea Santa Cunegunda, me contaba todo esto en la sala de espera del Sanatorio
Americano atestada de pacientes, todavía se relamía por el pastel de bodas de Don Sixto
Grauling y Doña Gertrudis Holnsteiner.

Don Teodorico Juan Domingo Allerkamp dijo además que todo esto se lo había contado
el Maestro Don Gervasio Stoltzenberg y también su padre, gran narrador de las historias
de los abuelos, Don Otto Amable Allerkamp, y que él se acordaba perfectamente de
cuando era gurí y vio como estallaba la lamparita de la capilla por los tiros del
Comisario Anastasio Gómez y jamás en su vida se va a olvidar de eso.

Culminando su relato, agregó: “Ahora los médicos dicen que tengo diabetes y que no
puedo comer dulces, también dicen que no puedo comer ni salame ni chorizo porque
tengo alto el colesterol y además me prohibieron el vodka y la cerveza por la presión.
Pero yo no me pienso morir hasta que usted no escriba toda esta historia. Porque así
defendimos los gauchos Volga-Deutsch al General Perón… Además, quiero que se
venga de visita a Aldea Santa Cunegunda para que conozca a Don Fernando
Richtermann, que es Maestro de Alemán como usted, oriundo de Colonia von Toess,
todavía está soltero y sin compromiso, es buen cristiano, tiene casa, caballo, auto,
celular, gallinero, un pavo real de gran plumaje, computadora, un televisor LED, equipo
de música, un terreno enorme con árboles de mandarinas, naranjas, paltas y un nogal;
también cría codornices que son buenas ponedoras de huevitos pintos y cocina muy bien
Gulasch con Spätzle y todo”.

A continuación, sacó discretamente una petaquita de metal de adentro de su buzo de “La
Martina” y me ofreció un traguito de vodka hecho con alcohol de trigo y acepté con
gusto.

Y toda esta historia me la narró Don Teodorico Juan Domingo Allerkamp en Volga-
Deutsch; un idioma que desde hace muchos, pero muchos años no se habla más en las
estepas rusas y que nunca se habló en Alemania...

Violeta Paula Cappella.-

Nota: “Fortsezung folgt (Continuará)…” porque no quiero que le pase nada malo a Don
Teodorico Juan Domingo Allerkamp; quizás, dentro de unos cuarenta o cincuenta años
agregue unas cuantas líneas más a la historia y la termine, ya que me falta escribir la
receta de las Reibeplätzchen e ir este año de visita a Aldea Santa Cunegunda, a la casa
de Don Teodorico Juan Domingo Allerkamp para conocer a mi colega Don Fernando
Richtermann y probar su Gulasch con Spätzle…