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jueves, 10 de diciembre de 2015

De gatos rosarinos y noches con luna llena


Las gentes inteligentes tienen gatos.

Los gatos saben ver más allá de lo que nosotros, pues conocen los secretos que anidan en las cosas y los objetos, los animados e inanimados, los visibles e invisibles a nuestra retina.

Observan el mundo desde sus alturas, parados sobre sus cuatro patas y desde alturas a las que nosotros no podemos acceder sino con una escalera.

Los gatos entienden nuestro lenguaje a su manera, a veces nos escuchan prestando una atención inusitada; a veces, nos miran no sin asombro y con desprecio, pues nos hemos derrumbado en alguna banalidad sin límites y ellos lo saben.

Todos los gatos, sean de raza o no, demuestran genialidad; a saber: la genialidad no tiene relación con raza alguna en los seres humanos y así como se pueden encontrar esplendores en las mentes menos esperadas, del mismo modo pasa con los gatos. Después de todo, a vos, ser humano, te interrogo ¿de qué raza sos? La mía, es como la de mis gatos, tan mezclada, tan mixturada con lo que existe y ha existido que sólo y felizmente puedo decir, que pertenezco a la raza humana.

Mis gatos conciben la belleza de un modo particular: disfrutan de la buena música entrecerrando sus ojos de almendra. Un piano, un violín, un cello, genera en ellos un estado de placentera somnolencia, donde el ronroneo lo dice todo. Los sabores de sus comiditas son todo un deleite y ni que hablar de algunas verduras o la panificación. Los gatos argentinos se regodean en el dulce de leche, tal como sus dueños. Los aromas son cosa aparte: cuando algo les es grato a sus pequeñas narices, olfatean para luego entreabrir sus boquitas en un estado casi de trance en el que permanecen estáticos durante algunos segundos.

No sé realmente si se puede hablar de “dueños” en el caso de estos felinos hogareños; entienden el juego de roles y saben que las mujeres son mamás y los hombres papás. A las mujeres las amarán aún quizás más pasionalmente que el propio marido humano, tanto si son gatas como gatos. Y gatas y gatos comprenden la masculinidad, lo respetarán, si se lo merece, al hombre rey de la casa, se acercarán a él en busca de caricias, tanto para dar como para recibir.

Cuando una visita, el gato sabe si al anfitrión le caerá bien o mal recibirla: una visita no deseada será motivo para esconderse bajo la cama o salir corriendo hacia el jardín o el patio. A veces, la visita es tan trivial para el gato, que pasará sin ser advertido, la olerá y seguirá de largo como si allí, sentado a la mesa, hubiera un objeto menos trascendente que un diario de la semana pasada. Si el huésped es bienvenido por el dueño de la casa, lo será también para el gato, quien en silencio participará de la reunión desde algún atalaya o faro que le permita estudiar detenidamente al sujeto-objeto que ha traspasado la puerta de ingreso. Si este nuevo ser humano le cae bien, se le arrimará y le solicitará mimos, máxime, si es propietario de gatos pues huele a sus análogos y esto es motivo de investigación y refriegue.

El territorio de los gatos abarca toda la casa y gran parte de un barrio. En nuestro hogar, mi sillón de lectura pertenece a una linda gatita atigrada, un gran tablero de ajedrez a una suave gata de color miel y nieve y los libros abiertos, las fotocopias, las cartas natales recién impresas o los exámenes corregidos o a corregir que están sobre la mesa o el escritorio, a un macho gatuno de ojos color sol. La cama pertenece a todos, incluso a la perra, a quién le ceden amistosamente un espacio; a mí, me dejan algún hueco como si yo tuviese el mismo tamaño que ellos.

Si es verano, disfrutarán del aire acondicionado a sus anchas; si es invierno, las estufas, los hogares a leña, los calefactores, serán sus pertenencias más preciadas y hasta puede que se les chamusque un poco el pelaje por estar tan cerca.

La luna llena de agosto concierne a los gatos; y los rosarinos sabemos de esto. Las noches se convierten en conciertos al amor desenfrenado sobre los tejados y las terrazas.

Existen en Rosario, en cada barrio y en pleno Paseo del Siglo, los llamados “Clubes de Gatos”. Aquí en frente por ejemplo, tenemos el que he dado en llamarle “Club de los Gatos Intelectuales” ya que su punto de reunión nocturna y de escándalos amorosos es la Biblioteca Argentina “Juan Álvarez”. Tras las rejas de esta noble institución, los mininos deambulan tranquilamente de día y cantan églogas a las amadas de noche.  Los más expertos, viejos gatos conocedores de todos los romanceros e instruidos en las lecturas de Ovidio y Bocaccio, ostentan gallardamente sus trofeos en sus cicatrices y pequeños retoños que juegan con hojas al viento y polillas noctámbulas. Los menos afortunados y los jóvenes, igualmente hacen gala de su condición gatuna, pues se saben semidioses tanto egipcios como tibetanos. Y esta estatura de semidios le es sólo inherente al gato, en el sentido, de que es consciente de ella, la lleva en la sangre, en los genes, en el alma grupal que los cobija y une como especie.

El “Club de los Gatos Esotéricos” pertenece al Cementerio de Disidentes, allá por Avenida Avellaneda al 1.800. Están altamente instruidos en todos los ritos y rituales; sean ya judaicos, musulmanes, protestantes, masónicos, rosacruces o paganos, los gatitos esotéricos tienen la particularidad de observar en el más de los respetuosos silencios a la caravana fúnebre y cuando el nuevo habitante de las profundidades del subsuelo esté solo o en el máximo de los olvidos, ellos son su compañía, sus confidentes de los avatares durante su permanencia en esta vida, oídos atentos al más leve murmullo del más allá. Si te postrás a rezar ante tus muertos o a llorar en un gran desconsuelo, ellos vendrán en mullidos pasos imprevistos e imperceptibles a tus sentidos, se te aproximarán y te darán las caricias representativas del abrazo fraterno y amoroso de aquel que se ha ido.

Los gatos entienden, te entienden y a su muy particular manera, te lo hacen saber. Te serán fieles, como lo son los seres libres. Estarán estudiando con vos toda una noche y entre mate y mate, te distraerán en el momento oportuno, cuando tu mente no da más ya de tanto absorber conocimientos para un examen final. Velarán por tu salud cuando te encuentres postrado en la cama, estarán a tus pies, dándote el calor y energía que la enfermedad te quita. Serán tus grandes compañeros que sabrán compartir tus tristezas, tu llanto y abatimiento. Y de tus incertidumbres serán tus grandes consejeros.

No sé cómo serán los gatos extranjeros, imagino que iguales a los nuestros; los rosarinos, por lo pronto, son gatos con idiosincrasia propia y sean ya de la calle o del hogar más bien puesto, siempre te estarán esperando con un maullido, con un arrumaco, con un pequeño mordisco o con besos de sus ásperas lenguas, para arrancarte de la profanidad que traés encima y llevarte a un mundo de ronroneos tan placentero como esotérico.

Violeta Paula Cappella.-

*Imuseño: rosarinazgo** que indica pertenencia al IMuSA: Instituto Municipal de Salud Animal.

** Rosarinazgo: que pertenece al castellano rosarino; no confundir con “Rosarigasino”, idioma propio de la ciudad de Rosario. 

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