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jueves, 10 de diciembre de 2015

El OVNI Onírico (Una historia real)

El OVNI Onírico (Una historia real)

Gracias a un posteo en el TW sobre #leyantisectas me acordé de esta vivencia de la juventud.

Cuando tenía 19 años me invitaron unas conocidas de aquellos tiempos a asistir a una serie de conferencias llamadas “Contacto Extraterrestre” o algo similar. El nombre me sacó de las casillas y fui con los tapones de punta. Ya al entrar a la gran sala, media audiencia se dio vuelta para mirarme. Todos estaban vestidos con ropas blancas (esa era la consigna) y yo fui con jeans, borcegos militares, camisa azul con tachas en los bolsillos, la visible caja de cigarrillos ingleses 555, cara de enojo, un mechón del cabello pintado de lila (por aquellos tiempos no existían los aerosoles de hoy y mi hermana y yo nos pintábamos el cabello con papel crepe que al primer lavado se iba todo el color), los apuntes de la Facultad, panfletos de alguna agrupación de ultraizquierda, pulseras con tachas y los walk-man a todo volumen con un cassette de 90 minutos grabado por mi: Richard Wagner, L. van Beethoven (siempre presente), Die Toten Hosen, Judas Priest, Skorpions, Rata Blanca y demás bandas de moda allá por 1.987. 

(De mañana vestía decentemente porque trabajaba en la Escuela Goethe (Secundaria) y estaba a cargo del 1º año; de noche, un look bien pesado. Los domingos vestía pollera y camisa porque tenía un noviecito mormón y lo acompañaba a su iglesia.)

Busqué a mis conocidas y no estaban, me habían dejado plantada. Por esas épocas, no sólo estudiaba Letras en la Facultad de Humanidades y Artes y el Mittelstufe III de Alemán, sino que también estaba estudiando en la Arcane School y había aprendido muy bien la lección sobre la “discriminación que debe ejercer el Alma frente a los saberes esotéricos”, para así poder evidenciar cuándo algo es una verdad y cuando es una falsedad.

Me senté al lado de unas viejas peticitas que me miraron con horror. Mientras esperaba que comenzase la conferencia, me puse a leer “Der Untergang des Abendlandes” de Oswald Spengler, que no era santo de mi devoción, pero debía estudiarlo para Alemán. Las viejitas (esos lugares rebasaban de viejas; hoy la posta la debe haber tomado el casino) se interesaron por mi lectura y una de ellas me preguntó si estaba leyendo en alemán; le respondí que sí y comenzó la conversación.

Una de ellas me preguntó si mis padres eran alemanes y le dije que no y se sorprendió pues yo aún tenía el cabello rubio natural, por lo que pasé a explicarles que desciendo de piamonteses y escandinavos. La charla derivó nuevamente en Alemán y me comentó que era amiga de Liliana, una profesora de alemán, quien era justamente mi Directora en la Escuela Goethe. La otra viejita, escuchaba y no emitía sonido más que algún bostezo.

Empezó la conferencia a la par de mis propios bostezos. Tratábase de una mayúscula catarata de estupideces entre las cuales se aseveraba, que quienes habíamos decidido por participar de “Contacto Extraterrestre” y/o similares, entraríamos en contacto con seres extraterrestres que nos vendrían a salvar de una muy próxima catástrofe planetaria. Unos muchachos muy jóvenes, a cual más torpe, nos aleccionaban y adoctrinaban sobre cómo distinguir entre extraterrestres buenos y malos y cómo hacer una meditación nocturna para poder entrar en contacto con los buenos y abolir todo intento de relación por parte de los malos…

Nos repartieron unas hojas con la meditación de contacto de carácter OBLIGATORIA.

Terminada la conferencia, que yo pensaba que sería sólo una vez en la vida, se nos dijo que a la noche siguiente debíamos ir para contar las experiencias emergidas de la meditación.
La viejita con la que había estado conversando, me invitó a tomar un helado a una heladería sobre Boulevard Oroño llamada Aruba, que todavía existe. Rechacé amablemente el fresco convite porque me iba a la casa de mi noviecito y ella se fue con su amiga.

Obviamente me olvidé de meditar y dediqué el tiempo a noctámbulas actividades nada intelectivas y menos aún meditativas. No vi ningún extraterrestre ni ningún OVNI, más bien la cuestión fue muy terrestre y tangible.

Volví a ir a la noche siguiente y mis conocidas tampoco estaban. Me senté cerca de las viejitas. Las sillas no estaban dispuestas para una conferencia sino para pequeños grupos de discusión. En cada círculo se comentarían las experiencias extrasensoriales y ups, yo no podía contar mi “experiencia”.

Me mantuve en silencio, pero el coordinador de grupo, me apuntó para que hablase y dije que no había pasado nada. ¡Zaz! Sacó de una carpeta otra meditación OBLIGATORIA y me la encajó, no sin decirme que mi espiritualidad era mediocre, que carecía de costumbre en materia de meditaciones y lectura esotérica, a lo que respondí que hacía ya más de un año que estaba estudiando en la Arcane School, que en un semestre había pasado exitosamente el Grado I “Preparatoria” y que ya estaba en el Grado III “Trabajo Mágico del Alma 2”. Mencionar a la Arcane School en esos lugares es rebajar a los presentes a niveles del subsuelo. Para que corroborasen mis palabras, saqué de mi mochila militar comprada en el “Soldadito de Plomo”, llena pins del Che Guevara, Lenin, la bandera de Cuba, y demás propagandas de la izquierda telúrica e internacional, el correspondiente libro de estudio y cuadernillo. El coordinador tomó el cuadernillo con membrete de la Arcane School y se lo llevó a alguien de mucha importancia, quien desde lejos me observó tan anonadado como cuando un científico descubre frente al microscopio un nuevo espécimen de bacteria letal para la humanidad. Saludé desde mi silla a la “autoridad” con una leve reverencia.

El coordinador se integra nuevamente al grupo y me felicita a regañadientes.

La viejita que no había participado en la charla del día anterior conmigo, pero que había escuchado todo y que acompañaba a su amiga, relató su contacto extraterrestre: Vio en estado de trance a un extraterrestre muy blanco, alto, de ojos verdes enormes, que se acercaba a ella hablándole en un idioma extraño y que le decía una y otra vez “Aluva, aluva, aluva…”, la abrazaba y se despedía.

Por esos años mis amigos me apodaban “Vikinga”; la vikinga estalló en mi interior, no me pude contener y dije en voz alta: “¡Condensación y desplazamiento!”. Me miraron como a una extraterrestre. Pasé a explicar el trance de la viejita: “Ayer hablamos sobre mi ascendencia escandinava, lo que implica la piel blanca y ojos verdes del extraterrestre; el idioma extraño es alemán; la palabra Aluva es en realidad “Aruba”, la heladería, donde la R fue reemplazada por la L del nombre de mi Directora y la B por la V de mi nombre; el abrazo y la despedida, se dio, cuando rechacé la invitación a la heladería.”

El coordinador se enfureció, se levantó y se fue a hablar con la “autoridad”; la viejita, pobrecita, me miró y se sonrió.


Vino la “autoridad”, pidió hablar conmigo y me dijo amable, pero muy seriamente que me retire del lugar, porque, y aún siendo estudiante de la Arcane School, era “joven e inexperta”. Saludé a los presentes, incluido el coordinador, le hice la leve reverencia a la “autoridad”, tomé mi mochila militar y me fui con una gran sensación de “Schadenfroh”, un término alemán traducible como “alegrarse por algo malo que sucede”…

Violeta Paula Cappella

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