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domingo, 9 de agosto de 2020

Las alas nuevas

 

Por Alice de Cappella


Me encontraron abandonado en un cajón viejo.

¡Estaba tan estropeado!

Poniéndome con ternura en una pequeña caja, una sensible mujer me llevó a internar. Allí, manos solícitas tomaron mi cuerpo desmembrado y remendaron mis dolorosos agujeros.

Después, con sumo cuidado, me pusieron en una camita de madera, adecuada para mi tamaño y reacomodaron mi desvencijada espalda. para ello, tuve que soportar irremediablemente, varios pinchazos.

Un peludo duendecito, subiéndose sobre mí, me masajeó el lomo con un ungüento blanco. Luego, recortaron las plumas de mi cabeza, pecho y pies, y enseguida, el duendecito, volvió a frotarme la espalda con el ungüento revivificante. 

Al otro día, me habían preparado flamantes alas con estampados dorados, las que con delicadeza fueron adheridas a mi cuerpo ya recuperado.

En realidad, aún me sentía un poco flojo.

No sabía que todavía me faltaba el trance más horrible. Esas mismas manos que me habían curado las heridas, me colocaban en un calabozo de hierro, estrecho y oscuro. Interminables horas pasé allí dentro.

Cuando al fin salí, me sentí joven, ágil y firmemente dispuesto a volar con quien deseara hacerlo.

Al tiempo, aquella sensible mujer, vino a buscarme.

Desde entonces, vivo en su casa, sus manos son mi nido. Ella se encarga de abrir mis alas y entonces, su percepción y mi poesía vuelan juntas.

Cuando volvemos de nuestro viaje, cierro mis alas, me acaricia y me coloca de pie en un estante, junto a otros libros como yo.



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