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sábado, 23 de abril de 2016

El disparo certero

El disparo certero

Una tarde de verano, encerrado un hombre en su casa, mató a otro que no estaba allí.

El otro no abrió ninguna puerta, ninguna ventana y sin embargo, estaba allí y el hombre lo mató.

El hombre dio un disparo tan certero, que él mismo se asustó de su puntería, escuchó como el casquillo tintineaba en el piso y vio como en el otro se consumía su luz.


El otro hombre se había ensortijado con beldades de fantasías y moralinas. Hacía relucir toda su bijouterie en sus conversaciones y los adeptos a las felonías y al sí mismo, lo aplaudían complacidos.

El otro hombre se sentía impecable, un sabiondo feliz de poder ejercer presión cuando los momentos se prestaban para desplegar sus plumas. Era un amante de los públicos procaces, pusilánimes y que le rendían genuflexión.

El otro hombre amaba desenvainar su espada de la justicia contra lo que para él eran las lacras sociales exterminables, entre los que figuraban los negros "de mierda", los hijos de la basura y el despojo.

El otro hombre levantaba la voz para ser creíble y trazaba su lenguaje con vulgaridades para ser más potente, más viril, casi omnipresente.

El otro hombre era decididamente racista y para hacer más blando su lenguaje utilizaba diminutivos, entonces era un racista dulce y suave.

El asesino se vio libre del otro hombre, respiró y gritó feliz como nunca antes lo había hecho.

Se sentó, miró a su alrededor y buscó el control remoto de su televisor. Intentó varias veces prenderlo pero no pasó nada. Se acercó a la pantalla y vio que allí había un agujero producto de un disparo, la pantalla se resquebrajó frente a él emitiendo un sonido sordo pero chirriante, y un puntito luminoso muy allá en el fondo comenzó a titilar mostrando la señal de un canal de cable de noticias.

Cuando el puntito se oscureció, el hombre tomó un libro lleno de polvo de un estante, leyó y comenzó a pensar.



Al atardecer, encendió una lámpara y se dio cuenta que había estado leyendo más de cuatro horas seguidas, algo inusual en él.

Cerró el libro y pensó complacido: “He matado a mi otro yo, un ser absorbido por la medianía televisiva y por todas las mentiras. Acabo de resucitar y este estado de plena libertad debe ser custodiado. Ya no más TN.”

Violeta Paula Cappella