La semana pasada desperté porque uno de mis gatos me acariciaba la nariz con sus uñitas y me hizo estornudar.
Al lado de mi almohada había una pluma de palomita de monte; la tomé entre dos dedos y mi michi me maulló complacido. En ese momento, me di cuenta que se trataba de un regalo gatuno y se lo agradecí. Coloqué la plumita bajo la almohada, pero eso no le gustó a mi gatito, así que él mismo la sacó. La pluma se le enganchó en una uña y sacudió su manito para desengancharla. Soplé la pluma y voló por el aire haciendo unas piruetas y fue a caer sobre la cabeza de la perrita, quien se sorprendió, se sacudió, la pluma voló un poquito y al final cayó al suelo, la perrita la vio, se la comió y se relamió gustosa.
El gato se enojó, miró a la perra con bronca, le dijo algunas cosas con muchos miau-miau y se fue refunfuñando hacia el living. La perrita me miró, suspiró como diciendo “no sé por qué tanto enojo, si estaba tan deliciosa”, cerró un ojo, después el otro y nuevamente se puso a dormir.
Una pluma no va llenar la panza de una
perrita, pero para ella debe haber sido como comer un rico confite. Me parece
que los perros son raros en sus gustos, a mí jamás se me ocurriría comer una
pluma!
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