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martes, 17 de febrero de 2015

El discurso preelectoral

Historias de Licaona

El discurso preelectoral

“Porque el problema de hoy, no son las convicciones ni las ideologías, son las moralidades, porque el común de la gente reclama una ética fundada en acciones concretas y a corto plazo, que sean efectivas y satisfagan las necesidades de los más damnificados. Porque en esta coyuntura, hay que ser muy valiente para asumir el rol de político en serio; ya nadie quiere hacerse cargo de lo que le corresponde y sacrificar su tiempo en pos de un país mejor, de una ciudadanía protegida y culta. Porque el revolucionario de hoy ha dejado de ser el proletario de ayer y se ha convertido en un teórico cuyos fundamentos socioeconómicos se derrumban frente a la realidad de la desocupación. Porque el rol del Estado tiene fecha de vencimiento, mejor dicho, ha vencido hace siglos. Es más, el proletario es una abstracción, no existe y nunca existió. ¿Se dan cuenta? ¿Qué es la clase obrera sino un pobre recuerdo de sí misma? El que nace pobre hoy no desea ser obrero, desea estudiar en la universidad: un absurdo por donde se lo mire porque el pobre es eso, pobre! Y bla-bla-bla…”

En medio del palabrerío del político, ella escuchó una cita de la Ética Protestante mezclada con una de El Espíritu de la Revolución Fascista, estalló y deseó estrangular al tipo.

El tipo vio su furia, se dio cuenta que su discurso no la convencía, pero esta minita estaba buena y podría ser bien visto estar acompañado de una jovencita con tintes revolucionarios; le daría ese toque de distinción, más bien de excentricismo e incluso, si se da, cogérsela.

El tipo sabía que no era fácil acercarse a una leona enfurecida y mandó a uno de sus punteros a que le entregue una tarjetita con su dirección, mail y número telefónico. La minita miró la tarjeta, memorizó al instante todo lo que allí decía, la rompió y puso los pedacitos en la mano del puntero. Sacó un papelito, escribió su mail, se lo dio al puntero y le dijo: “Si tiene ganas de debatir, que se comunique él conmigo.” Se escabulló entre la gente y salió de la reunión. Caminó por una de las explanadas del Patio de la Madera, compró un copo de azúcar, cruzó la calle y se fue hacia la Estación Terminal de Ómnibus. Le regaló el copo de azúcar a un pibito que andaba pidiendo y se sentó a esperar el 35/9.

Ella sabía que el puntero político la había seguido pero se hizo la que no se había dado cuenta. Dejó pasar un colectivo y otro más porque el político ya habría terminado su reunión y estaba dispuesta a rebajarlo y putearlo de la cabeza a los pies. Se levantó y caminó hacia el Pasaje Gould y dobló luego hacia Burmeister. Tuvo miedo, todo estaba en silencio y oscuridad; corrió hacia calle Caferata, cruzó Av. Córdoba sin mirar el tránsito y esquivó un auto. Se sentó en el pasto de la plaza, se tomó el tobillo y pensó que se habría luxado. Caminando con dificultad llegó hasta el Mc. Donald’s de la esquina; desde los amplios ventanales la saludó alguien que no pudo ver bien, se acercó y vio que era el político. Cruzó nuevamente la calle y esperó a que viniese un taxi.

Sintió terribles ganas de hacer pis, así que fue nuevamente a la Estación Terminal de Ómnibus y se metió en uno de los baños. Unas gotitas de sangre acompañaron al pis: acababa de indisponerse y ahí se dio cuenta del motivo de su furia, de su terrible mal humor. Llamó a la señora que cuida y limpia el baño y le comentó a través de la puerta cerrada lo que le acababa de pasar. La vieja le alcanzó una toallita femenina y la llamó por su nombre. La chica se sorprendió, quedó en silencio un ratito, le preguntó de dónde la conocía y la mujer dijo que era la esposa de Don Braulio. La vieja le avisó que afuera había un tipo de traje y corbata, con cara de político y sonrisa de chanta que la estaba esperando.

La chica entró en pánico, miró hacia el techo del baño y encontró una mirilla que daba a calle Santa Fe. Se asomó y redonda la luna iluminó su rostro. Tomó coraje, gruñó suavemente y le dijo a la vieja que haga pasar al tipo y cierre la puerta de entrada.

El tipo se sintió todo un héroe ingresando transgresoramente  al baño de damas y ella, sin pensarlo dos veces, lo devoró vestido y todo.

La vieja cerró los ojos, pero espió un poco porque no dejaba de ser un espectáculo aterradoramente atractivo e insólito.

La chica escupió los botones del traje; la vieja limpió rápido la sangre de los cerámicos del piso, tiró el resto de la ropa del tipo a la basura, acercó a la chica a una canilla, le lavó cuidadosamente la angelical carita y le encargó un cafecito en lo de Billy Lomito.

La chica se peinó el cabello, tomó el café y sintió que su estómago estaba a punto de estallar. Se abrazó a uno de los inodoros, vomitó el celular del tipo, los cordones de los zapatos y un libro entero.

Sacó el libro de entre los restos de la vomitada, leyó el título: “La Luz de los Artamanes: cómo regenerar la raza campesina argentina” y volvió a vomitar llenando el inodoro.

“¡Qué trabajo tan duro mi chiquita!” – dijo la vieja acercándole un pañuelito primorosamente bordado para que se limpie la boca y agregó: “Estas porquerías de ultraderecha no sirven ni pa’ puchero… Ah, perdón, cierto que vos sos vegetariana. ¿Querés que te pida un tecito Cachamai?”…  

Violeta Paula Cappella.-



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