Historias de Licaona
El discurso preelectoral
El discurso preelectoral
“Porque el problema de hoy, no
son las convicciones ni las ideologías, son las moralidades, porque el común de
la gente reclama una ética fundada en acciones concretas y a corto plazo, que
sean efectivas y satisfagan las necesidades de los más damnificados. Porque en
esta coyuntura, hay que ser muy valiente para asumir el rol de político en
serio; ya nadie quiere hacerse cargo de lo que le corresponde y sacrificar su
tiempo en pos de un país mejor, de una ciudadanía protegida y culta. Porque el
revolucionario de hoy ha dejado de ser el proletario de ayer y se ha convertido
en un teórico cuyos fundamentos socioeconómicos se derrumban frente a la
realidad de la desocupación. Porque el rol del Estado tiene fecha de
vencimiento, mejor dicho, ha vencido hace siglos. Es más, el proletario es una
abstracción, no existe y nunca existió. ¿Se dan cuenta? ¿Qué es la clase obrera
sino un pobre recuerdo de sí misma? El que nace pobre hoy no desea ser obrero,
desea estudiar en la universidad: un absurdo por donde se lo mire porque el
pobre es eso, pobre! Y bla-bla-bla…”
En medio del palabrerío del
político, ella escuchó una cita de la Ética Protestante mezclada con una de El
Espíritu de la Revolución Fascista, estalló y deseó estrangular al tipo.
El tipo vio su furia, se dio
cuenta que su discurso no la convencía, pero esta minita estaba buena y podría
ser bien visto estar acompañado de una jovencita con tintes revolucionarios; le
daría ese toque de distinción, más bien de excentricismo e incluso, si se da,
cogérsela.
El tipo sabía que no era fácil
acercarse a una leona enfurecida y mandó a uno de sus punteros a que le
entregue una tarjetita con su dirección, mail y número telefónico. La minita
miró la tarjeta, memorizó al instante todo lo que allí decía, la rompió y puso
los pedacitos en la mano del puntero. Sacó un papelito, escribió su mail, se lo
dio al puntero y le dijo: “Si tiene ganas de debatir, que se comunique él
conmigo.” Se escabulló entre la gente y salió de la reunión. Caminó por una de
las explanadas del Patio de la Madera, compró un copo de azúcar, cruzó la calle
y se fue hacia la Estación Terminal de Ómnibus. Le regaló el copo de azúcar a
un pibito que andaba pidiendo y se sentó a esperar el 35/9.
Ella sabía que el puntero político
la había seguido pero se hizo la que no se había dado cuenta. Dejó pasar un
colectivo y otro más porque el político ya habría terminado su reunión y estaba
dispuesta a rebajarlo y putearlo de la cabeza a los pies. Se levantó y caminó
hacia el Pasaje Gould y dobló luego hacia Burmeister. Tuvo miedo, todo estaba
en silencio y oscuridad; corrió hacia calle Caferata, cruzó Av. Córdoba sin
mirar el tránsito y esquivó un auto. Se sentó en el pasto de la plaza, se tomó
el tobillo y pensó que se habría luxado. Caminando con dificultad llegó hasta
el Mc. Donald’s de la esquina; desde los amplios ventanales la saludó alguien
que no pudo ver bien, se acercó y vio que era el político. Cruzó nuevamente la
calle y esperó a que viniese un taxi.
Sintió terribles ganas de hacer
pis, así que fue nuevamente a la Estación Terminal de Ómnibus y se metió en uno
de los baños. Unas gotitas de sangre acompañaron al pis: acababa de
indisponerse y ahí se dio cuenta del motivo de su furia, de su terrible mal
humor. Llamó a la señora que cuida y limpia el baño y le comentó a través de la
puerta cerrada lo que le acababa de pasar. La vieja le alcanzó una toallita
femenina y la llamó por su nombre. La chica se sorprendió, quedó en silencio un
ratito, le preguntó de dónde la conocía y la mujer dijo que era la esposa de
Don Braulio. La vieja le avisó que afuera había un tipo de traje y corbata, con
cara de político y sonrisa de chanta que la estaba esperando.
La chica entró en pánico, miró
hacia el techo del baño y encontró una mirilla que daba a calle Santa Fe. Se
asomó y redonda la luna iluminó su rostro. Tomó coraje, gruñó suavemente y le
dijo a la vieja que haga pasar al tipo y cierre la puerta de entrada.
El tipo se sintió todo un héroe
ingresando transgresoramente al baño de damas
y ella, sin pensarlo dos veces, lo devoró vestido y todo.
La vieja cerró los ojos, pero
espió un poco porque no dejaba de ser un espectáculo aterradoramente atractivo
e insólito.
La chica escupió los botones del
traje; la vieja limpió rápido la sangre de los cerámicos del piso, tiró el
resto de la ropa del tipo a la basura, acercó a la chica a una canilla, le lavó
cuidadosamente la angelical carita y le encargó un cafecito en lo de Billy
Lomito.
La chica se peinó el cabello,
tomó el café y sintió que su estómago estaba a punto de estallar. Se abrazó a
uno de los inodoros, vomitó el celular del tipo, los cordones de los zapatos y
un libro entero.
Sacó el libro de entre los restos
de la vomitada, leyó el título: “La Luz de los Artamanes: cómo regenerar la
raza campesina argentina” y volvió a vomitar llenando el inodoro.
“¡Qué trabajo tan duro mi
chiquita!” – dijo la vieja acercándole un pañuelito primorosamente bordado para
que se limpie la boca y agregó: “Estas porquerías de ultraderecha no sirven ni
pa’ puchero… Ah, perdón, cierto que vos sos vegetariana. ¿Querés que te pida un
tecito Cachamai?”…
Violeta Paula Cappella.-
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