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martes, 17 de febrero de 2015

El olor de la humedad

Historias de Licaona

El olor de la humedad


Cuando llegó a la facultad había elecciones. Un pibe la miró y trató de convencerla de que votase a su agrupación porque bla-bla-bla. La persiguió por los pasillos y al final le dijo que quería salir con ella. Interrumpió sus palabras de enamorado, leyó un whatsapp y luego hizo una llamada muy top y revolucionaria a la vez.

El pibe era de Soldini y el padre le había comprado una Yamaha a todo culo para que no tuviese que andar en los mugrientos colectivos.

Ella subió las escaleras y se fue a la sala de lectura a leer unas fotocopias de Antonio Gramsci. Mientras marcaba las hojas con una lapicerita con tinta perfumada, el pibe abrió la puerta despacio, le chistó y le dijo que la esperaba en el patio. Ella se encogió de hombros y se sumergió nuevamente en la fotocopia.

Al atardecer llegó el bibliotecario, encendió las estufas y le dejó sobre el banco una ficha donde figuraba el reclamo de un libro vencido. Ella fue al mostrador, sacó de su bolsito de Hello Kitty el libro, se lo entregó al bibliotecario y le solicitó uno de Lenin.

Bajó las escaleras abrazando el librito rojo y se fue al patio a leer a la luz de los últimos rayos del sol.

El pibe la estaba esperando mas ella se había olvidado de la cita. Él se acercó despacito, la tomó desprevenida por la espalda y le dijo “¡Guau!”. Ella se sobresaltó y le preguntó si era estúpido o qué.

El pibe se ofendió y ella se fue caminando lentamente hacia la Escuela de Historia por el pasillo central. El pibe la siguió y le preguntó si no quería ir a tomar un café al Centre Catalá y ella dijo: “¡No!”. El pibe la tomó del brazo y le dijo que a él nadie lo rechazaba y quiso besarla. Ella se apartó, abrió una puertita que está frente al Salón de Actos y se escabulló entre unos motores y las bombas de agua. El pibe la siguió, le dijo que se iba a perder y que él conocía cada rincón de la Facultad como la palma de su mano. Ella agachó la cabeza, se acomodó un sombrerito con orejitas de Picachu y descendió unos escalones húmedos.  

El pibe corrió hacia ella y de repente la perdió de vista. Sobre su cabeza sonaban pasos, seguramente estaba bajo los pisos de Alumnado o de la Escuela de Ciencias de la Educación. Corrió entre charcos de agua, patinó varias veces, se dio cuenta que estaba perdido. Después de mucho andar, llegó jadeando hasta una abertura que daba directamente al río. Se sentía muy mareado y pensó que era alguno de los porros que se había fumado.

Miró azorado a su alrededor y conjeturó que estaría a la altura de alguno de los clubes de pesca o de los Jardines de Hildegarda.

En el agua, vio flotando la cabeza de un perro. La cabeza le dijo que se zambulla, que el agua estaba fresca y que el mareo era por las emanaciones de los hongos de las paredes de la Facultad.

El perro nadó y el pibe vio que tenía cola de pez, parecida a la cola de un surubí. Se mojó la cabeza para despejar la mente, recordó que había estado persiguiendo a la minita y allí la vio, nadando desnuda en el río.

El pibe se sonrió, comenzó a quitarse la ropa y un rayo de luna dio en las pupilas de la estudiante de Historia. Ella salió del agua y lo devoró de un bocado. Se relamió, se quitó un pelo del pibe que se le había enredado entre los dientes y descansó con la panza llena.

Entre neblinas aparecieron los primeros rayos del sol y la canoa de Don Braulio. El viejo bajó, la envolvió en una manta, le cebó unos mates con poleo y burrito para la digestión y escuchó un campanilleo extraño. Miró a su alrededor y encontró el celular del pibe. Tocó sin querer la pantalla y se activó. Una voz femenina hablaba incoherencias y demandaba la inmediata presencia del pibe porque las elecciones en la “facu” y bla-bla-bla.

Don Braulio tiró el celular al medio del río y vio que allí nomás en la orilla flotaba burbujeante el estómago del pibe, entonces dijo: “¡Jaj, otro con la panza llena de Coca-Cola! ¡Dónde está la revolución!” Lo pinchó con un robador, se desinfló y el líquido marrón y espumoso se esparció por el agua. Ella observó la escena y pensó: “Qué asco, me voy a tomar un DBI AP 1.000 para que no me suba la glucosa.” Y el viejo agregó por si acaso unas hojitas de pezuña de vaca al mate.


Violeta Paula Cappella.- 

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