“Si hay algo que sobrevive a su
portador son sus ideas y esto es peligroso” - dijo el dictador; se agachó,
lustró con un poco de saliva sus botas, se vio reflejado en ellas y agregó: “No
hay forma, no hay método aún de borrar de las memorias las lecturas, las
palabras y lo pensado. Por más que aniquilemos a un pueblo entero siempre permanecerá
un recuerdo, así sea el asa de una vasija de barro; sí, ese trozo, ese
minúsculo trozo de tierra cocida hablará mal de mí en el futuro y es lo peor
que me puede pasar. Maldigo la hora en la que Dios les dio mente a los seres
humanos porque no se la merecen. ¿Qué hacer entonces? ¿Tendré que distorsionar
la historia?” – y entre risas agregó - “¡Eso ya lo hicieron todos los
historiadores!”
Pensó un momento y habló con voz
seria: “Todo esto me seduce… pero no sé por dónde empezar. Es demasiado
evidente que la quema de libros no sirve, que matar a todo humano tampoco y que
expatriarlos menos aún. Sin embargo, podemos comenzar con cuestiones muy interesantes.
Me refiero a convertir las ideas en malsanas, en contrarias a Dios y la Patria.
Recuerdo haber leído cosas por el estilo hechas por un tal Savonarola y le fue
muy bien. Me encantaría instaurar el terror. ¡Y el terror debe ser visto! Aunque
no, no, no va a funcionar porque, insisto, seré mal visto en el futuro y por
ende vituperado por los libros de historia” - dijo el dictador, se levantó de
su asiento y se fue a descansar a su biblioteca.
Allí había tantos libros
interesantes: colecciones enteras bellamente encuadernadas que nunca había
leído, obras completas de naturaleza, tecnología, leyes, cuentos, poesías,
novelas, tratados generales de cualquier cosa y descubrió un solitario librito
sobre un estante que le llamó la atención por lo amarillento y viejito. Lo tomó
y vio que se trataba de leyes de física. “Basura” – pensó mientras sostenía el
librito en sus manos; luego se acarició la barbilla y se dijo a sí mismo: “Es
inspirador”.
A la mañana siguiente, proclamó
por los medios de comunicación que a partir de ese mismo instante no habría más
leyes, que cada uno podría hacer lo que siempre había deseado, que toda ley por
más pequeña que fuere quedaba abolida, que la libertad sería total, que nada de
lo dicho por él sería escrito para que tampoco fuese ley y fue ovacionado por
las multitudes emocionadas hasta el llanto.
El caos se esparció como tinta
por el agua y fue cubriendo cada rincón de la propia patria y extendiéndose
hacia los otros países. En menos de una semana nadie pudo sobrevivirse a sí
mismo ni al otro y el dictador observó desde su mansión fuertemente custodiada
por robots, cómo el pueblo iba degradándose; hasta los más fuertes caían en
manos de cualquiera, cuando no que en las del suicidio y todo se iba
destruyendo por el descontrol, por la orgía de sangre, por la vorágine de querer
tener lo que el otro tiene, por la ambición desmedida, por lo que alguna vez
alguien denominó como “Los siete pecados capitales”.
El dictador bebió el último vaso
de agua limpia y escribió: “Sin temor a equivocarme, sin ánimos de ofensas y carente de todo
egocentrismo, afirmo sin vacilar que soy el más sensible, humanitario y
comprensivo de los seres que existen en el universo. Atesoro en mi corazón la
certeza de ser superior a Dios.”
Violeta Paula Cappella.-
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