Por Violeta Paula Cappella
El viento es fuerte hoy.
Se cuela por las hendijas y silva como
en un castillo medieval.
Cierro bien las persianas para que se
deje de cantar como lo hacen los fantasmas en las películas del cine. Ya no lo
escucho más.
Afuera, se ve el viento pasar entre las
plantas del balcón, las azota sin piedad por un instante y luego para; se ve
que está juntando aire en las nubes (que son sus pulmones) y dentro de un
ratito, lo va a soltar otra vez más.
Mi gato mira por la ventana y en sus
ojos de esmeraldas se ve todo el paisaje de esta parte de la ciudad.
El sol se está yendo y tengo dentro del
living un reflejo que viene y va, un destello que no se cansa de danzar con el
viento: es un rayo de sol que ha caído sobre un gracioso móvil hecho con
espejitos viejos.
Mi gato sigue el movimiento del reflejo
redondo y desea cazarlo cual presa de gran valor y entre sus deditos, pasa el
rayo de sol fugaz, ligero, liviano y escurridizo y él insiste en quererlo
atrapar.
El viento voltea objetos en los balcones
y terrazas; se escuchan ruidos latosos y secos y después, algo que rueda y da
contra una pared.
Solo mi cactus es firme contra el
viento. Se mantiene enhiesto y duro, nada en él se mueve; quizás goce este
momento sabiendo que es más el fuerte de todas las plantas y que un viento
cualquiera no lo va a torcer.
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