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martes, 17 de febrero de 2015

Concierto de Ajedrez

Concierto de ajedrez

Observo el río y hoy está más marrón que nunca. La crecida ha arrastrado parte de un muelle de pesca y se van enredando en la orilla, entre restos de columnas y chapas, pequeñas islas de camalotes y plantas acuáticas en flor. Una serpiente nada en el agua y se vuelve a esconder entre el verde. “La Naturaleza reclama su espacio”, pienso en voz alta.

El calor se hace sofocante y nubes de mosquitos se arremolinan sobre mi cabeza. Los espanto con la mano, pero son millones. Me cubro con la capucha del buzo y oculto mi rostro entre mis manos. No tengo ganas de levantarme, no tengo ganas de hacer nada.

Los remansos del río atrapan grandes manojos de yuyos que giran furiosamente en una danza sin fin, tal cual como mi mente. Las golondrinas entran y salen de sus nidos en la barranca llevando pequeñas presas para sus hijos. Una viborita ciega se acerca a mis borceguíes, trepa la puntera y sigue su camino. ¿Cómo sabe a dónde ir si es ciega? ¿Va a algún lado? ¿O va a ninguna parte como yo?

Saco de mi mochila el tablero de ajedrez para viaje, dispongo las piezas y peones y me acomodo para jugar solo. Seré blancas y negras, seré juez y asesino, seré Batman y el Pingüino.

El sauce llorón, bajo el que estoy sentado, huele a salvaje. El calor más intenso ha pasado y el sol cae redondo y rojizo sobre las islas. Las 7:00 en punto y a lo lejos, escucho las campanas de la Parroquia María Auxiliadora; me doy cuenta que he caminado recto por calle Presidente Roca. Levanto la vista, pero los árboles me tapan el reloj de la torre de la iglesia.

Una hormiga camina en zig-zag sobre el tablero: está tan perdida como yo. Comienzo mi juego cuando la hormiga se baja. Me concentro en la vieja apertura italiana. Comienzo con los peones: E4, E5, sigo con los Caballos: F3 y C6…

“Parecen notas musicales sobre el pentagrama.”, dice una voz juvenil señalando el tablero. Levanto la cabeza a desgano y veo a un chico llevando un estuche donde supongo, ha de tener un instrumento musical. Me señala uno de los bancos y agrega: “Siempre vengo a practicar acá porque molesto a los vecinos y mi papá quiere dormir una siesta antes de cenar. ¿Te molesto?” Niego con la cabeza y le sonrío. “¿Qué llevás allí?” le pregunto. Me observa, sonríe y abre el estuche. Saca un cello, un arco y unas partituras. Se sienta y posiciona el dedo anular en la chapa del arco. Observo cómo va ubicando los demás dedos y veo cómo como flexiona su pequeño pulgar entre la nuez y el cuero. Cierra los ojos y se concentra. Bajo la vista y decido seguir con mi partida. Mientras pienso, el chico comienza a ejecutar algo suave y de una tristeza que empaña mis ojos. Alfil C4 y las negras… alfil C5. Miro de reojo hacia un costado y escucho el disparo de una cámara fotográfica. “Nos están sacando fotos. Turistas.” pienso y me sumerjo nuevamente en el tablero y especulo: peón de Gambito E4…

Alguien se agacha y me deja una tarjeta de presentación, levanto la mirada y veo que se la da también al chico. Abro mi mochila, saco un papel y escribo rápido mi dirección de mail, me levanto y le doy el papel y el lápiz al chico que ya está conversando con el fotógrafo. Escribe su mail y entrega el papel al tipo.

Miro al chico, le sonrío y le explico: “El ajedrez es silencioso, pero yo también molesto en mi casa. Si querés nos podemos encontrar mañana por la tarde de vuelta acá.” El chico extiende su mano y se presenta. Le muestro mi tablero y le digo “Mirá, me lo rompió mi vieja y yo lo pegué con La Gotita.” Él toma las partituras y me dice: “Mirá mi viejo las rompió y yo las pegué con Cinta Scotch.” Nos reímos: somos molestos.

El fotógrafo nos mira y pregunta si mañana volveremos y ambos asentimos con la cabeza.

Durante todos los atardeceres de enero nos encontramos a orillas del río, cada uno en su mundo. Él, Bach y yo Capablanca, él, Haendel y yo Rosetto.

El fotógrafo nos siguió sin incomodarnos y configuró su cámara para que el disparador fuese silencioso.

A mitad de febrero le dije al chico que ya no podría ir más porque tenía que estudiar para rendir tres materias que me había llevado a marzo y él me dijo que le pasaba lo mismo. Intercambiamos nuestros mails.

Me preguntó a qué escuela iba y le comenté que acá nomás, al San José y él se asombró y me dijo: “yo también”. ¿Cómo nunca antes nos vimos? Nos despedimos hasta el inicio del ciclo lectivo.

Entrado ya el otoño recibo un mail del Museo Firma y Odilo Estévez. Abro el archivo y veo una gran fotografía en blanco y negro. Somos el chico y yo con el título en letras góticas: “Muestra fotográfica ‘Concierto de ajedrez’ por el Fotógrafo rosarino Leandro P. Almada.”

Le mando un sms al chico y él me responde que ya lo leyó. Iremos juntos al Museo. Imprimo la foto, la guardo en el bolsillo, tomo mi tablero de viaje y me voy, sin molestar a nadie, sin decirle nada a nadie en casa, no vaya a ser que por alguna causa se enojen conmigo y digan que soy un fastidio.

Violeta Paula Cappella.-


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