Concierto de
ajedrez
Observo el río y hoy está más marrón que nunca. La crecida ha arrastrado
parte de un muelle de pesca y se van enredando en la orilla, entre restos de
columnas y chapas, pequeñas islas de camalotes y plantas acuáticas en flor. Una
serpiente nada en el agua y se vuelve a esconder entre el verde. “La Naturaleza
reclama su espacio”, pienso en voz alta.
El calor se hace sofocante y nubes de mosquitos se arremolinan sobre mi
cabeza. Los espanto con la mano, pero son millones. Me cubro con la capucha del
buzo y oculto mi rostro entre mis manos. No tengo ganas de levantarme, no tengo
ganas de hacer nada.
Los remansos del río atrapan grandes manojos de yuyos que giran
furiosamente en una danza sin fin, tal cual como mi mente. Las golondrinas
entran y salen de sus nidos en la barranca llevando pequeñas presas para sus
hijos. Una viborita ciega se acerca a mis borceguíes, trepa la puntera y sigue
su camino. ¿Cómo sabe a dónde ir si es ciega? ¿Va a algún lado? ¿O va a ninguna
parte como yo?
Saco de mi mochila el tablero de ajedrez para viaje, dispongo las piezas y
peones y me acomodo para jugar solo. Seré blancas y negras, seré juez y
asesino, seré Batman y el Pingüino.
El sauce llorón, bajo el que estoy sentado, huele a salvaje. El calor más
intenso ha pasado y el sol cae redondo y rojizo sobre las islas. Las 7:00 en
punto y a lo lejos, escucho las campanas de la Parroquia María Auxiliadora; me
doy cuenta que he caminado recto por calle Presidente Roca. Levanto la vista,
pero los árboles me tapan el reloj de la torre de la iglesia.
Una hormiga camina en zig-zag sobre el tablero: está tan perdida como yo.
Comienzo mi juego cuando la hormiga se baja. Me concentro en la vieja apertura
italiana. Comienzo con los peones: E4, E5, sigo con los Caballos: F3 y C6…
“Parecen notas musicales sobre el pentagrama.”, dice una voz juvenil
señalando el tablero. Levanto la cabeza a desgano y veo a un chico llevando un
estuche donde supongo, ha de tener un instrumento musical. Me señala uno de los
bancos y agrega: “Siempre vengo a practicar acá porque molesto a los vecinos y
mi papá quiere dormir una siesta antes de cenar. ¿Te molesto?” Niego con la
cabeza y le sonrío. “¿Qué llevás allí?” le pregunto. Me observa, sonríe y abre
el estuche. Saca un cello, un arco y unas partituras. Se sienta y posiciona el
dedo anular en la chapa del arco. Observo cómo va ubicando los demás dedos y
veo cómo como flexiona su pequeño pulgar entre la nuez y el cuero. Cierra los
ojos y se concentra. Bajo la vista y decido seguir con mi partida. Mientras
pienso, el chico comienza a ejecutar algo suave y de una tristeza que empaña
mis ojos. Alfil C4 y las negras… alfil C5. Miro de reojo hacia un costado y
escucho el disparo de una cámara fotográfica. “Nos están sacando fotos.
Turistas.” pienso y me sumerjo nuevamente en el tablero y especulo: peón de
Gambito E4…
Alguien se agacha y me deja una tarjeta de presentación, levanto la mirada
y veo que se la da también al chico. Abro mi mochila, saco un papel y escribo
rápido mi dirección de mail, me levanto y le doy el papel y el lápiz al chico
que ya está conversando con el fotógrafo. Escribe su mail y entrega el papel al
tipo.
Miro al chico, le sonrío y le explico: “El ajedrez es silencioso, pero yo
también molesto en mi casa. Si querés nos podemos encontrar mañana por la tarde
de vuelta acá.” El chico extiende su mano y se presenta. Le muestro mi tablero
y le digo “Mirá, me lo rompió mi vieja y yo lo pegué con La Gotita.” Él toma
las partituras y me dice: “Mirá mi viejo las rompió y yo las pegué con Cinta
Scotch.” Nos reímos: somos molestos.
El fotógrafo nos mira y pregunta si mañana volveremos y ambos asentimos con
la cabeza.
Durante todos los atardeceres de enero nos encontramos a orillas del río,
cada uno en su mundo. Él, Bach y yo Capablanca, él, Haendel y yo Rosetto.
El fotógrafo nos siguió sin incomodarnos y configuró su cámara para que el
disparador fuese silencioso.
A mitad de febrero le dije al chico que ya no podría ir más porque tenía
que estudiar para rendir tres materias que me había llevado a marzo y él me
dijo que le pasaba lo mismo. Intercambiamos nuestros mails.
Me preguntó a qué escuela iba y le comenté que acá nomás, al San José y él
se asombró y me dijo: “yo también”. ¿Cómo nunca antes nos vimos? Nos despedimos
hasta el inicio del ciclo lectivo.
Entrado ya el otoño recibo un mail del Museo Firma y Odilo Estévez. Abro el
archivo y veo una gran fotografía en blanco y negro. Somos el chico y yo con el
título en letras góticas: “Muestra fotográfica ‘Concierto de ajedrez’ por el
Fotógrafo rosarino Leandro P. Almada.”
Le mando un sms al chico y él me responde que ya lo leyó. Iremos juntos al
Museo. Imprimo la foto, la guardo en el bolsillo, tomo mi tablero de viaje y me
voy, sin molestar a nadie, sin decirle nada a nadie en casa, no vaya a ser que
por alguna causa se enojen conmigo y digan que soy un fastidio.
Violeta Paula Cappella.-
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