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miércoles, 7 de octubre de 2020

Tocar el cielo


Por Alice Amanda de Cappella


Allí estaba, sentada sobre una piedra. Mi agotamiento había llegado al límite, mis piernas temblaban, el corazón me latía enloquecido y desbordado. En ese momento pensé que ya no podría llegar a la cumbre. 

A mi lado estaba Nidia, quien con sus 66 años, ni siquiera se había despeinado; atenta y amable como siempre, esperaba que yo descansara.

Ese día de abril, había salido muy temprano, junto a mis compañeras, con la intención de subir al cerro. Cada una de nosotros tenía sus expectativas. Algunas subieron naturalmente, sin prisa y con pocas pausas; hubo quien quiso ser la primera en llegar y equivocó el camino, teniendo que esperar para orientarse y luego, desandar los pasos. Hubo también quienes tenían energías para hacer alguna asana de yoga en los descansos programados.

Yo miraba el paisaje, cambiante y misterioso en cada rodeo del cerro. Mi respiración se hacía más dificultosa y mis paradas eran cada vez más frecuentes. "Bueno, hasta aquí llegué", me repetí y no pude más. Miré hacia arriba y me dije: "No puedo hacerlo, no puedo más..."

Desde el lugar donde me había sentado, sentía lejanas risas y vítores de quienes había logrado la cima.

Saqué la cámara de mi mochila y le pedí a Nidia que tomara una foto a mi cansancio y que luego, siguiera subiendo sola. Me fotografió y se quedó allí conmigo. Me latían las sienes y la nuca. ¿Por qué había puesto tantas cosas en mi mochila? ¡Tantos por si acaso!

"Soy rosarina", me decía, "de esa ciudad llana que lo más alto que tiene son sus edificios, la montañita del Parque Independencia y las escalinatas del Parque España". A su vez, me contestaba: "Tus compañeras, también son rosarinas..."

Ensimismada en ese monólogo, no vi bajar a Ana Delia, encargada de guiar al grupo. Se la veía cansada pero feliz. Con una sonrisa, nos dijo: ""Suban, no pueden abandonar aquí, faltan muy pocos metros."

Nidia empezó a subir sin demora.

Yo dije, que no podía dar un paso más.

Ana Delia me miró y simplemente respondió: "Alice, somos doce mujeres, once ya llegaron, solo faltás vos."

Dejé la mochila, la cámara, todo lo que pudiera molestarme y sin pensarlo, y rasguñando las piedras, como dice en su canción Charly garcía, ascendí arrastrándome en esos últimos tramos y llegué.

Fui recibida con ovaciones de alegría por parte de quienes estaban esperándome. Agradecí con besos, abrazos y lágrimas.

Al levantar la mirada, vi un resplandeciente sol, rodeado de un infinito cielo azul.

Ya nada obstruía mi visión, estaba tocando el cielo.

En la cima del Uritorco, una cruz indicaba el punto más alto. 

Agradecí íntimamente a Dios, al espíritu de la montaña y a las almas de los comechingones. 

Llené mis pulmones de aire puro y al exhalar, me di cuenta de que por fin se había callado esa voz que decía "no puedo más".

Nuevas energías nacidas del fondo de mi ser, se habían instalado, había encontrado mi esencia, mi había hallado a mí misma.




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