Hola!!!
¿Cómo estás? Yo bien,
aquí, tomando unos mates, como siempre en los dos extremos: tan noctámbula como
madrugadora.
Hoy, en especial, me
acordé de muchas vivencias: Los chistes que contabas y que, como buenos
pisceanos, nosotros dos nos reíamos y los demás seguían charlando como si
nada.
También acaricié el viejo
tablero que me regalaste. Las piezas y peones los tiene Daniel; de casualidad
nos encontramos cuando venía del ISET Nº 18 y me dijo que me los va a traer la
semana que viene.
¡Con qué paciencia me
explicaste la regla de tres compuesta! ¡Y ni hablar de logaritmos y teoremas! Y
después me preguntaba la Señorita María Susana: “¿Quién te ayudó?”
¡Oh, cuando jugábamos a
“te estoy superando”, “me estás superando”!
¿Sabés qué? Los otros
días me acordé que el primer libro de Erich von Däniken me lo habías prestado
vos. Si no fuera por esos libros que a los trece años me diste y devoré página
tras página, hoy no estaría donde estoy. ¡Te los agradezco tanto! Porque bien
supiste, como gran pedagogo, que eran “esoterismo para niños” y que me iban a
abrir puertas en el futuro impensadas a esa edad.
Me enseñaste a hablar en
“Belgrano Deutsch” cuando había que reemplazar un insulto en castellano por
“Hundert Gramm Butter!”; no fue sino que repitiéndolo varias veces, me di
cuenta que sonaba parecido a “¡Uh la gran puta!”. ¡Como me reí ese día!
Todavía atesoro en mi mente
partes de esos dos tomos de Historia que me prestaste para leer en las
vacaciones de verano de 1.980. ¡Qué disfrute, qué placer era para mi encerrarme
en mi habitación durante la siesta, cuando las chicharras ensordecían al barrio
y a mi me sonaban a trompetas romanas! Y grande fue nuestra decepción cuando ya
en el secundario, recurrí a esas lecturas, a mi memoria, a las páginas con
señaladores y respondí a los cuestionarios de Historia I y la profesora me dijo
que tenía que atenerme al manual donde estaban todas las respuestas… No nos
habíamos dado cuenta que eran épocas de dictadura.
Antes de ir de viaje a
Bariloche me dijiste que lo disfrute, que la mejor hora de conocer una ciudad
es la mañana temprano y te hice caso; sabía que tenías razón. No hubo un día
que no me levantase a las 7:00 para recorrer la ciudad y pude ver los primeros
rayos del sol frente al lago; aún guardo un pequeño trozo de tronco que
encontré y que para mí, me lo había regalado el mismo Febo. Fui tan obediente
que hasta leí el diario local todas las mañanas en el desayunador y el mozo me
miraba como a un extraterrestre emanado de los libros de von Däniken porque
todos mis compañeros dormían a esas horas, mientras yo me enteraba de las
noticias locales.
¡La radio Siete Mares! ¡Cómo
me gustaba mover el dial cuando iba a tu casa y escuchar idiomas lejanos! ¿Te
acordás cuando desarmé mi radio que tenía SW1, SW2 y SW3 y la conecté a la
antena de televisión? Mi viejo casi me mata cuando me vio subida al tanque de
agua de la terraza, haciendo equilibrio y uniendo los cables de 300 Ohms que
bajaban al patio y de ahí, por un agujerito que le había hecho al mosquitero de
la ventana del dormitorio, hice la conexión a mi radio. Y me convertí en toda
una diexista, tal vez por eso amo la radio, tal vez por eso estoy hoy en el
ISET Nº 18 dando clases, tal vez por eso haya estudiado locución y trabajado en
radio.
¡Los libros de inglés con
los discos de vinilo! Todas las tardes que podía, me ponía a estudiar sola con
los parlantes del Winco pegado a las orejas, tirada en el piso y repetía y
masacraba frases y diálogos. Nunca voy a olvidar esa valijita cuadrada y los
libros rojos: “The King’s English” y tenían el dibujito de la corona real.
¡Cómo conversamos sobre
el Génesis! Porque: ¿cómo si Dios es Uno habla en plural? Y recién después de
incursionar por libros rosacruces, entendí la singularidad del plural.
¡Hermann Hesse! Una y
otra vez me repetiste que leyera sus obras y me fui una tarde de diciembre,
cuando estaba en tercer año y me había llevado a rendir Contabilidad, de
excursión y verdadero trabajo arqueológico a la casa de la abuela y me llevé de
su biblioteca Siddharta, luego vinieron El Juego de los Abalorios, El Lobo
Estepario, Demian y tantos otros. Y Contabilidad la saqué con un lastimoso 4,
pero en “Hermann Hesse” tenía un exquisito 10. Bien sabías que la economía y tu
sobrina pisceana se llevaban muy mal…
Nunca voy a olvidar
cuando me explicaste los tiempos del motor con la famosa fórmula del Otto-Motor
repitiendo: “Admisión, compresión, explosión, escape” y luego, cómo funcionaba
el árbol de levas en la apertura y cierre de las válvulas y los seis cilindros
en línea. Y estábamos mi viejo, el vecino de enfrente, vos y yo, los cuatro con
la cabeza sumergida dentro del motor del Torino. Sabías perfectamente que me
apasionaba la mecánica. ¿Viste? Al final también trabajo en una escuela
técnica; la Escuela de Educación Técnica Nº 471 “Rodolfo Rivarola”. Sí, le
cambiaron el número, antes era la “Técnica 10” cuando existía el CONET. Tenía tantas ganas
de ir este miércoles, pero bueh, hay paro, así que me voy el jueves para estar
con mi compañera, Agnes, que hace tanto que no nos vemos y tenemos que ponernos
al día.
Recuerdo muchas cosas,
pero hay tres que todavía tengo: el primer enroque guardado en la memoria, dos
o tres lápices Faber-Castell de la caja de 24 colores y una vieja regla negra a
la que siempre recurro cuando mis ojos no dan más de tanto leer fotocopias y
los renglones comienzan a bailar. Bien sabías que a esta edad aparecería la
presbicia y la iba a necesitar.
Cuando quieras, tío
Eduardo, nos encontramos en algún punto del espacio y jugamos una partida de
ajedrez con estrellas y planetas o cuando el día esté plomizo, sacamos los
lápices de colores y trazamos un arco iris desde mi balcón hasta tu nube y
charlamos cómodamente, entre mate y mate, sobre nosotros, rosacruces y masones,
motores de cuatro tiempos y Hermann Hesse.
Un gran, gran abrazo, te
quiero mucho y te extraño!!!
Violeta
P.D.: No te olvides de
traerte al 7 Mares y de fondo, escuchamos un concierto de la BBC de Londres.
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