Ideas
literarias
Uno de ellos leyó “El Corazón
Delator”, de Edgar P. e ideó una celda con paneles acústicos antirruido
aislantes. Recordó también el “Romance del Prisionero” y se sonrió sádicamente.
Atraparon al homicida que tenía en
vilo a toda la ciudad de Rosario: eran más de 2.000 asesinatos. El tipo pensó que le tocaría la pena de muerte
mas no fue así y se alegró. Entró a una celda de paredes limpias con un
agradable aroma a frutillas.
Se recostó sobre una cama y no escuchó
el ruido de sus propios pasos, así como tampoco el suave roce de las sábanas. Respiró
y sólo percibió el aire que entraba ensordecedor a sus pulmones. Intentó dormir
pero había demasiado silencio. Se asustó de los latidos de su corazón y en él
escuchó los de cada una de sus víctimas. El olor a frutillas lo estaba
invadiendo. Entonces gritó: “¡Basta!” con toda la potencia de sus cuerdas
vocales y no se oyó a sí mismo.
Sobre una mesa, había un frasquito
blanco, lo agitó y no oyó nada, lo abrió, lo olió (no olía a nada) y bebió…
“¡Felicitaciones Profesor! Ningún
ser humano sentirá remordimientos por esto. Bien, queda abolida la pena de
muerte”, dijo un señor muy bien vestido.
Violeta Paula Cappella.-
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