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domingo, 12 de junio de 2016

Ideas literarias


Ideas literarias
  
Uno de ellos leyó “El Corazón Delator”, de Edgar P. e ideó una celda con paneles acústicos antirruido aislantes. Recordó también el “Romance del Prisionero” y se sonrió sádicamente.

Atraparon al homicida que tenía en vilo a toda la ciudad de Rosario: eran más de 2.000 asesinatos.  El tipo pensó que le tocaría la pena de muerte mas no fue así y se alegró. Entró a una celda de paredes limpias con un agradable aroma a frutillas.

Se recostó sobre una cama y no escuchó el ruido de sus propios pasos, así como tampoco el suave roce de las sábanas. Respiró y sólo percibió el aire que entraba ensordecedor a sus pulmones. Intentó dormir pero había demasiado silencio. Se asustó de los latidos de su corazón y en él escuchó los de cada una de sus víctimas. El olor a frutillas lo estaba invadiendo. Entonces gritó: “¡Basta!” con toda la potencia de sus cuerdas vocales y no se oyó a sí mismo.

Sobre una mesa, había un frasquito blanco, lo agitó y no oyó nada, lo abrió, lo olió (no olía a nada) y bebió…

“¡Felicitaciones Profesor! Ningún ser humano sentirá remordimientos por esto. Bien, queda abolida la pena de muerte”, dijo un señor muy bien vestido.

Y el Profesor de Literatura declamó un epitafio que supo leer alguna vez en una tumba del Cementerio de los Disidentes dedicado a una jovencita apellidada R. y que había quedado grabado en su memoria. Recorrió los pasillos de la morgue hasta llegar a la celda con paneles acústicos y se recostó en la cama aún tibia a leer “En la colonia penitenciaria” de Franz K. El aroma a frutillas era su favorito. Siempre le molestó el ruidito de las páginas al dar vuelta la hoja; allí dentro, nada se escuchaba. Absorto en la lectura, ni siquiera sentía el latido de su propio corazón.

Violeta Paula Cappella.-





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