Un rey minúsculo y de carácter pusilánime, detestaba al Rey. Hablaba toda clase de pestilencias sobre el Señor del otro territorio y le deseaba la muerte.
El Rey era un buen hombre, pero como todo buen hombre, llega un momento en el que también se cansa.
Mandó llamar con sus guardias y mensajeros al rey del otro territorio para que se encontrasen el en límite entre los dos reinos.
El reyecito le respondió: “¡Venga Usted a mi Reino, yo soy REY!
Los consejeros reales le dijeron al Rey que no rebaje su estatura frente a semejante criatura acudiendo, haciéndole caso, que no era adversario digno.
El Rey, ya harto, miró a sus consejeros y les dijo: “¡Iré! ¡Preparen los caballos! ¡Y no iré en el carruaje! ¡Iré a caballo!”
Se puso su capa, se quitó la corona, ajustó su espada cabe el muslo, montó un alazán y partió solo con seis guardias.
El reyecito, que no sabía nada del arribo del Rey, se estaba acicalando las axilas y entrepiernas pues tenía ladillas, cuando sonaron las trompetas anunciando al Dignísimo mandatario del otro Reino.
El Rey se bajó de su corcel y con Él sus guardias. Apartó de un manotazo a los guardias del reyecito y gritó: “¡DÓNDE ESTÁ SEÑOR REY!”
El reyecito se asustó ante la voz de trueno y pidió que lo vistieran de inmediato. Se puso su corona y salió al encuentro de un Gran Mandatario.
Antes de que el reyecito emitiese palabra, el Rey dijo en voz clara, penetrante y grave: “AQUÍ ESTOY SU MAJESTAD, LE HARÉ UNA PREGUNTA: ¿ME ODIA?
El reyecito, esmirriado y decadente le contestó en un grito: ¡SÍ! TODO EL DÍA PIENSO MAL EN USTED, LE DESEO LA MUERTE.”
Entonces el Rey, un hombre sabio, mas fastidiado por esta situación tan indigna le contestó: “PUES BIEN, ME ALEGRA. ESO SIGNIFICA QUE SOY AMO Y SEÑOR DE SUS PENSAMIENTOS Y QUE DOMINO SU MENTE.”
El reyecito no le entendió y se confundió. Durante días, meses y años sus consejeros trataron de revelarle el misterio y él no quiso, hasta que un mañana se dio cuenta que estaba todo el día pensando en el Rey…
Violeta Paula Cappella
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