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sábado, 15 de julio de 2023

La víctima número 1

Por Violeta Paula Cappella de Fox Talbot

Romando Killer adora la buena vida; estafa y roba para darse todos los gustos y su esposa lo acompaña, alaba sus fechorías porque ambos comparten el oscuro secreto de la perversión sexual hacia las jovencitas, las adolescentes, las niñas y para eso, a veces, hace falta  bastante dinero.

Ambos sostienen a duras penas una buena reputación porque el mundo lentamente se les está viniendo abajo. Sus roñas sexuales están saliendo a la luz tímidamente, pero por fin salen.

Al mediodía, fueron a tomar algo al shopping (los shoppings son sus lugares favoritos para mirar lascivamente adolescentes que hacen compras y ríen felices con sus amigas, sin darse cuenta de las miradas y regodeos de una pareja de viejos degenerados).

De repente, pasó frente a ellos una de sus tantas víctimas y ella los reconoció como los violadores, los degenerados que gozaron de perturbar y arruinar su adolescencia. Ella tembló, respiró con dificultad y siguió su camino.

Ellos la odiaron porque la volvieron a desear. El viejo Romando Killer deseó toquetearla como cuando ella era adolescente, deseó lamerla nuevamente y deseó acorralarla con su enorme cuerpo como lo hacía antaño y abusar de ella sin límites. La esposa del viejo, deseó acariciar las piernas de la víctima y meter sus sucios dedos dentro de la bombacha como lo hizo aquella vez, mientras la víctima lagrimeaba y se retorcía de asco. Deseaba reducirla a la nada, a un objeto sexual.

Ella, con su dignidad recuperada después de años de reflexión, siguió su camino dentro del shopping y ellos nada le pudieron hacer. No consiguieron más que exacerbar la imaginación en pleno acto de destrucción de la decencia de las jovencitas. Se miraron mutuamente, dándose cuenta que ya estaban viejos para secuestrarla y torturarla sexualmente como lo deseaban.

La idea del rapto los sedujo y planearon ahí mismo llevarla fuera de la ciudad, cavar una tumba y matarla, no sin antes violarla, atormentarla, ultrajarla, rebajarla, lamerla, ensuciarla y desaparecerla de la faz de la tierra para que nunca pueda decir algo sobre el tenebroso pasado de ellos.

Bebieron los últimos sorbos de café y cuando él quiso levantarse sintió un gran dolor en una de sus piernas y la esposa, después de un quejido, se incorporó a duras penas tomándose de la cintura, quizás la ciática, quizás la columna vertebral completa.

En ese mismo instante, comenzó a desmoronarse el plan de secuestrarla. Sabían que la víctima sería más rápida y que correría para salvarse de ser mancillada como no pudo hacerlo en los viejos tiempos y que ellos en la vetustez de sus marchitos cuerpos de cocainómanos con injertos aquí y allá de siliconas para aparentar ser jóvenes y lozanos, caerían al suelo del shopping al menor intento de forcejear para secuestrarla y ella, mártir de los peores agravios, aceleró el paso dentro del shopping al poder leer los horribles pensamientos de sus secuestradores; se proyectó a sí misma mirándolos desde lejos y levantando el dedo medio de su mano derecha en un glorioso fuck you!

(¿Denunciarlos ante la justicia? ¡Por favor, la justicia no existe!)


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