Mi
padre no quería tener hijos, eso significa que ante un embarazo, debía haber un
aborto; la situación económica de mis padres era relativamente buena, podían
darse el gusto de ir al cine o al teatro o hacer un viaje por el país.
Mi
nacimiento significó para ambos un quiebre y pasé a ser un gasto, no un ser
humano. ¿Por qué nací? Mis padres tuvieron una corta separación porque mi padre
tenía una amante que se llamaba Norma. Supongo que mi madre se quedó embarazada
para recuperar a esposo.
Ella
me contó que estando juntos en el Parque Independencia para conversar sobre
separación o matrimonio, mi padre le dijo que finalmente se quedaría con ella,
como si se tratase de una elección entre una porción de queso fymbo o sardo.
Mi
madre estaba embarazada y mi padre se había desentendido del embarazo porque para
él un hijo era un gasto. Él me decía
que: “Hubiese comprado una yunta de chanchos en vez de haberte tenido a vos”. A
veces esto lo decía en plural, por su otra hija.
Que
me iban a abortar, me lo dijo mi madre cuando mi hermana se estaba divorciando
de su primer marido y yo estaba en pareja; mi madre nunca soportó que en algún
momento de mi vida hubiese felicidad, por eso me lo dijo en ese momento, cuando
yo era muy feliz.
Yo
era feliz y así, ella tenía que arruinar mi felicidad. Obviamente, me largué a
llorar.
Luego, me enteré que mi madre se golpeaba el vientre para abortarme. Este acto tan feroz, ella se lo atribuía a mi tía Betty y decía que así quería que Gerardo no naciese vivo.
Mi padre le solicitó el aborto a mi madre una y mil veces, pero
no había dinero, entonces recurrieron a cada uno de los familiares. Mi tío Tomás
le respondió a mi padre: “¡Hacete hombre y tené una familia!”. Mis padres en
ese entonces no eran adolescentes, tenían ambos alrededor de 27 o 28 años.
De
alguna manera mi padre consiguió el dinero para el aborto. En los años ’60 / ‘70,
el método era una inyección de solución salina, de esta forma, al infiltrarla
en el líquido amniótico, el bebé se incinera. Por alguna causa que desconozco,
continué viviendo en ese espacio del que no hay escapatoria.
Cuando
nací, todos esperaban un bebé carbonizado y no fue así; por eso, mis padres me
escudriñaron a más no poder y no les cabía en la mente que yo fuese tan
inmaculadamente blanca.
Si
hay algo que debo agradecerle a mi ex marido, es haberme hecho ver cuánto me
despreciaban en mi familia de origen porque yo no me daba cuenta de esto, porque para mí
era lo normal (y mi ex usó esta mala costumbre mía para terminar haciendo lo
mismo)
Hoy
vivo en paz.
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