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sábado, 5 de diciembre de 2020

La confesión

 


Por Violeta Paula Cappella


-          Padre, no he pecado.

-          ¿Perdón?

-          Que no he pecado, digo.

-          En hora buena, hija. Y entonces, ¿para qué has venido?

-          Bueno, he venido, justamente porque no sé, me he olvidado de pecar.

-          ¿Te has olvidado de pecar? Pero, ¿cómo es eso?

-          Pues fíjese, que he estado tan ocupada con el asunto de mis abuelitos y mi madre y el tema de mi suegra, que no he pecado, me la he pasado ayudando a todos durante meses y llegaba tan cansada a casa que nada, nada de nada. ¿Me entiende?

-          Sí, claro que le entiendo.

-          Bien, el tema es que ahora, después de tantos meses, me he acordado de que el pobre de mi marido se ha aguantado todo este tiempo y… Ese es el problema, que no sé si se ha aguantado todo este tiempo.

-          ¿Su marido le ha ayudado con los enfermos de la familia?

-          Sí, claro, se ha quedado en el sanatorio muchas noches cuidando de su madre, incluso se murió ella en presencia de él.

-          Perfecto, entonces, ¿cuál es el problema?

-          Es que… Padre, dígame la verdad, con la mano en el corazón, por favor: Mi marido, ¿ha venido a confesarse?

-          Sí, por supuesto, como buen cristiano que es.

-          Entonces, mi marido ha pecado.

-          Su marido ha pecado tanto como usted, por eso vino a confesarse y se fue con un humor de mil demonios porque usted no se había confesado. Y no vengan más, ni usted ni su marido, con estos dramas de abstenciones que no son nada divertidos.

-         

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